Votar no da roña
Entre algunos sectores de izquierda parece haber una confusión, preocupante añadiría. Piensan que votar por uno de los candidatos "burgueses" (o de los "partidos institucionalizados", como también los llaman) significaría una pérdida de independencia de las fuerzas anticapitalistas y socialistas del país, supuestamente representantes de los trabajadores.
No pocos de esos sectores parecen olvidar que por años, sobre todo a partir de la reforma electoral de 1977, lucharon por conquistar el registro para aquellos partidos en los que participaron. Parecen olvidar también que esos partidos, en el momento en que lograron el registro ante la entonces Comisión Federal Electoral (ahora IFE), se convirtieron en institutos políticos de interés público, en partidos institucionalizados, que ahora critican.
Argumentaron entonces que ellos ofrecían una alternativa proletaria, revolucionaria, socialista, independiente, y varias cosas más en el mismo tenor. Defendieron principios y pregonaron a los cuatro vientos que sus candidaturas eran acordes con esos principios, otorgadas a luchadores sociales y a personas de larga militancia en las luchas proletarias.
En 1988, por ejemplo, el Partido Revolucionario de los Trabajadores se negó a apoyar la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas y a formar parte del Frente Democrático Nacional, que se había constituido desde el año anterior. Se negaron -y aún lo dicen algunos de sus militantes- a apoyar el voto útil por el ex gobernador de Michoacán y ex priísta, y sostuvieron la candidatura de Rosario Ibarra. Entonces yo estuve de acuerdo con esa posición. Años después llegué a la conclusión de que ellos y yo nos habíamos equivocado, aunque soy consciente de que más votos por Cuauhtémoc no hubieran cambiado nada.
El fraude cometido ese año fue de tal magnitud que los votos, muchos o muchísimos, no hubieran hecho mella. Lo que hizo Gobernación en sus sótanos fue tan simple como administrar los datos que llegaban a la computadora y luego, cuando se dieron cuenta de la gran cantidad de apoyos al FDN, desconectar el sistema para inventar libremente los resultados de cada una de las secciones electorales, según su conveniencia.
Ese dato y la expropiación política de la sociedad por parte de los gobiernos priístas, además de las brutales y masivas represiones que caracterizaron a los gobiernos de López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo y Salinas (para sólo mencionar a los represores más relevantes), me llevó a proponer el voto útil contra el PRI y su candidato Francisco Labastida en 2000. La situación, por si alguien la ha olvidado, era la siguiente: Labastida y Fox estaban casi empatados en las últimas encuestas legales de junio de aquel año. Cárdenas y el PRD estaban en un lejano tercer lugar. El voto útil era y tenía que ser por Fox y el PAN, pese a todo lo que significaban ambos, que no lo ignoraba. Fue un voto de castigo que capitalizó muy bien Vicente Fox en su campaña: sacar al Revolucionario Institucional de Los Pinos, aunque luego se aliara con este partido y con Salinas y Zedillo.
He explicado muchas veces qué significa el voto útil, pero me lo siguen reprochando mis amigos de izquierda. Lo diré otra vez, ahora en palabras de una experta en los procesos electorales que nunca ha llamado al voto útil ni se ha caracterizado por ser de izquierda: Jacqueline Peschard, ex consejera del IFE. En su colaboración reciente en El Universal (27/06/06) escribió: "El 'voto útil' es en realidad un voto estratégico que implica sacrificar la opción con la que un elector se identifica por razones ideológicas, por lealtad partidaria o por simple simpatía hacia un candidato, en aras de impedir el triunfo de otro contendiente. Se trata de un voto reactivo, más en contra que a favor, que privilegia cierto objetivo electoral, por encima de la opción de preferencia". Es una buena definición, inatacable desde la ciencia política.
Esto quiere decir sencillamente que al votar útilmente, por ejemplo para evitar que gane la derecha aliada a la ultraderecha, el elector de izquierda y socialista se inclina por el triunfo de otro candidato aunque no esté tampoco de acuerdo él. Sólo sería "sacrificar la opción con la que un elector se identifica por razones ideológicas, por lealtad partidaria o por simple simpatía hacia un candidato" -como ha dicho Peschard- si hubiera una opción socialista por la cual votar. Pero no es el caso; esta opción no existe, el PRT perdió su registro en 1991 y el PCM-PSUM-PMS le obsequió el suyo al PRD en su fundación.
Abstenerse, si la elección es limpia, sería darle mayores posibilidades de triunfo al competidor más alejado de la izquierda, no al menos alejado, que necesita muchos votos si se intenta hacer fraude, como ya ha sido anunciado. Es un problema aritmético. Votar nulo es igual que votar por el Dr. Simi o por Cantinflas, y equivalente a abstenerse.
Por otro lado, la izquierda socialista o los anticapitalistas en abstracto (que se resisten a hablar de socialismo con todas sus letras) no perderán independencia si votan por el centro-izquierda en competencia con la derecha-ultraderecha. Tampoco estarán dando un cheque en blanco ni un aval, pues no se comprometen a nada con el voto. Menos estarían coadyuvando a hacerle creer al proletariado, falsamente, que el centro-izquierda lo va a liberar de la explotación capitalista y todo lo demás. El proletariado, ausente en su mayoría en las organizaciones de izquierda socialista y en la otra campaña, no se traga esas cosas. Sabe, como todos, que a partir del primero de diciembre alguien nos va a gobernar, pero que no será mejor quien ya ha dicho que aplicará mano dura contra los movimientos sociales que quien ha dicho que con éstos siempre se buscará el diálogo. En un caso está dicho, en el otro podemos tener dudas, pero la duda no es igual que la certidumbre. Votar no empobrece ni provoca roña, sólo asolea, si la fila es larga y no está nublado.