Infierno y paraíso
Si debiese atenerme a la tan comentada afirmación de Gustave Flaubert: ''Emma Bovary soy yo", me vería obligada a identificarme con un asesino. Porque todos los héroes de Castillos en el infierno, mi novela recién publicada por Alfaguara, son asesinos. Unos matan por miedo, otros por hambre, algunos por dinero, aquél por orden, esos otros por gusto, costumbre o vicio. De un tiro, lentamente. De frente, por detrás, cada quien su estilo. Lo más tibios sólo dan la puntilla. Algunos otros, nomás para no tener que lavarse las manos, mandan matar.
Rey Lopitos comienza por matar para sobrevivir, aunque luego le agarre el gusto. Franky, el asesino de Lopitos, da de tiros tras los otros, después, casi a escondidas. El Delicados goza. El Sapo se impone. Doña María de los Santos Difuntos como el Reverendo dejan matar, pero no cierran los ojos. A un ex presidente le basta un gesto para hacerse adivinar por sus matones a sueldo. El gringo comunista y el arquitecto tratan en vano de lavar la sangre de sus manos. Cómplices, Indio saborea, Arles baja el pulgar. El Mudito gesticula la muerte. No hay inocentes ni entre los asesinados.
Desde la primera frase de la novela se sabe que Rey Lopitos fue asesinado. ''Cómo no iba a conocerlo si fui yo quien lo mató", dice casi con orgullo el asesino, perseguido por fantasmas y vivos, muerto de miedo, huyendo, aunque ''a fuerza de huir, había huído de él mismo", viendo sus recuerdos suplantados por los del hombre al que mató. El asesinado se va apoderando de asesino día tras día, hora tras hora. Por eso su insensata pero tal vez no falsa idea que supone el asesinato como una forma de conocimiento: ''Eso fue lo que me pasó con Lopitos cuando lo maté: lo conocía como si lo hubiera visto nacer". Como si él lo hubiese creado. Los actos más graves de la existencia: nacer, morir. Matar puede ser el tercero.
Franky, apócope de ''Frankenstein" -apodo del matón retirado como portero, el colmo, de un jardín de niños-, viejo alcohólico, analfabeto, asesino a sueldo, espantapájaros de párvulos, solitario encarcelado tras las rejas del kínder, este hombre sin edad, ese matón muerto de miedo, ¿sería yo, la persona que firma como autora de esta novela? Este tipo de preguntas perturbaría la tranquilidad de mi sueño.
Pero, sin tratar de pasar por inocente, a final de cuentas, yo no soy sino una simple amanuense, puesto que el verdadero narrador es Franky, el asesino de Rey Lopitos. Yo me limité a tomar el dictado. A transcribir las palabras del ex gatillero y los ecos de las voces quedas de los otros, los gestos tan expresivos de El Mudito, las cenizas de las miles de páginas que Arles escribió sobre Lopitos, las tomas imaginarias del Indio, los sueños del gringo comunista alcohólico, las ambiciones de la Santos, las dudas del jesuita, los proyectos paradisiacos del arquitecto, el duelo y los deseos de muerte de un ex presidente, los recuerdos robados por su asesino a Rey Lopitos.
Escucho a los personajes decirme cosas, narrarme hechos, que no conozco. Cada uno tiene su voz propia, aunque sea venida de ultratumba. El viejo portero se robó los recuerdos cuando mató a balazos a la única persona que quería, a la que amaba como se ama a un hijo, Rey Lopitos. Y Lopitos se apoderó de los recuerdos de tanta gente como envió a la tumba.
Acaso por eso tomé el dictado: para saber de esas historias sobre Acapulco y escuchar las leyendas y los corridos con que se cantan a esos matones con rasgos de héroes, para oír las voces de los muertos.
Pero no para robárselas. Simplemente para pasarlas a otros, a quienes les den ganas de leer el dictado del asesino de Lopitos contando sus crímenes y sus miedos, la aventura de la construcción del fastuoso Acapulco moderno, la cara sin máscaras de esa historia.
Acapulco, el lugar mismo del Paraíso. El sitio donde el gringo soñó reconstruir el Edén. Utopía significa el sueño que no tiene lugar en la tierra. Soñar, erigir castillos en el aire, es el error tan común de los mercaderes de la dicha futura.
La realidad se encarga a menudo de convertir los paraísos prometidos en infiernos. De alguna manera, es toda la historia del siglo XX que hoy continúa en tantas regiones del mundo.