Nada se supo de propuestas de candidatos al Legislativo
El ganador estará obligado a cabildear en el Congreso
Previsible la división en dos tercios, como ocurre desde 1997
A la sombra de las campañas por la Presidencia, la disputa por el Congreso de la Unión será fundamental para allanar el camino en la aplicación del proyecto de gobierno ganador. Sólo hay una certeza: por cuarta vez consecutiva, las cámaras estarán divididas, lo que obligará al jefe del Ejecutivo a intenso cabildeo.
Paradójicamente, la utilidad más visible que tuvo el proselitismo por los escaños y las curules fue dinamitar la imagen de los candidatos presidenciales de sus adversarios: la campaña negra bajo el auspicio de quienes integrarán el Poder Legislativo. Así, ni de los aspirantes al Senado ni a la Cámara de Diputados se conoció alguna propuesta; sólo aparecían con el logo fugaz: candidatos al Congreso de la Unión.
Era la rúbrica que finiquitaba inevitablemente un mensaje pletórico de ataques y descalificaciones, que incluso trasponían los límites de la legalidad. No es casual que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y el Instituto Federal Electoral se abocaran recurrentemente a ordenar el retiro de espots de estos candidatos, por su virulencia contra el aspirante presidencial opositor. En ningún caso retiró uno correspondiente a la propoción de un abanderado a la Presidencia.
Más allá de la estridente presencia de las campañas de quienes aspiran a ser congresistas, el saldo que arrojará esta disputa será fundamental para los alcances que pueda tener el nuevo gobierno. Así ha sido históricamente desde que el PRI perdió la hegemonía en el Congreso de la Unión, en 1997, dejando en la oposición las decisiones fundamentales en el Poder Legislativo, comenzando por el presupuesto.
Aunque casi 10 años después de que ocurriera por primera vez, nadie discute que el Congreso se dividirá en tres tercios; en su momento, cuando se instaló la primera legislatura con mayoría opositora, se llegó al borde de una crisis institucional, cuando Emilio Chuayffet, entonces secretario de Gobernación, intentó reventar la instalación, bajo una mesa directiva opositora.
Los resultados de la elección, que dejaron sin mayoría en la Cámara de Diputados al entonces presidente Ernesto Zedillo, fueron: PRI, 39 por ciento; PAN, 26; PRD, 15. A escala distrital, el tricolor triunfaría en 183, el sol azteca en 66, producto de la influencia que tuvo en varios estados del centro del país la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la jefatura de Gobierno del DF, y el blanquiazul 51.
Tres años después, encaramada en la oleada foxista, la entonces Alianza por el Cambio -PAN-PVEM- alcanzó una votación de 38 por ciento, frente a 36 del PRI y un lejado 18.85 que obtuvo la coalición de izquierda, Alianza por México.
Para 2003, como efecto del desencanto que produjo entre los electores el primer trienio del foxismo, el PAN obtuvo 8.2 millones de votos, equivalentes a 30 por ciento del total, frente a los 9.8 millones del PRI y su alianza parcial con el PVEM, así como el 17.6 por ciento del PRD.
En estos tres últimos procesos la disputa por circunscripciones estuvo claramente marcada en el bipartidismo: sea PRI-PAN o PRI-PRD. Pocas son las entidades donde la contienda se distribuye entre los tres partidos.
En los últimos tres comicios federales, pocos fueron los estados que el PRI preservó como bastiones: Chiapas -aunque paradójicamente el gobierno estatal esté en manos de la oposición amplia que se formó en su contra-, Nayarit -en el cual mantuvo su hegemonía en lo federal, aun a pesar de que durante un sexenio perdió la gubernatura- y Oaxaca -que ahora enfrentará la elección en medio de un conflicto magisterial. De igual forma se encuentra Tlaxcala, donde a pesar de que en dos ocasiones consecutivas perdió la gubernatura, el PRI ha logrado mantener la mayoría en los últimos tres comicios para legisladores. En Quintana Roo, Sinaloa, Tabasco -entidad donde las elecciones legislativas locales más recientes marcaron una mayoría perredista- y Tamaulipas el tricolor prácticamente ha preservado la hegemonía, pero ninguno tiene un padrón importante, a excepción de los 2.2 millones de votantes en Oaxaca. La suma total de los distritos en estas entidades bajo el dominio priísta aun en etapas de fuerte competencia son 53.
En contraste, el PAN ha logrado consolidar algunos estados que ha dominado casi hegemónicamente: Aguascalientes, Baja California y Guanajuato, que en total suman 23 distritos. A su vez, el PRD ha mantenido bajo control el Distrito Federal, Michoacán, Zacatecas y recientemente Baja California Sur, que suman 50 distritos.
La mayoría de la otra mitad de los estados -que representan 174 distritos electorales- se encuentran en el bipartidismo, con excepción del estado de México y Veracruz, cuyo elevado padrón los hace representar en su conjunto 49 distritos. Ahí, la presencia de las tres principales fuerzas políticas hace suponer que se distribuirán los triunfos. Jalisco, Puebla y Nuevo León, de gran importancia electoral, suman 45 distritos, los cuales son disputados por el panismo y el priísmo.