Usted está aquí: domingo 2 de julio de 2006 Opinión EJE CENTRAL

EJE CENTRAL

Cristina Pacheco

Credencial de elector

Por primera vez en mucho tiempo, Fernando piensa en Remigio Vargas. Fue su asistente durante nueve años. En todo ese tiempo lo llamó Errevé. Era la clave infalible para satisfacer necesidades y caprichos: "Errevé, llévate mi portafolio". "Errevé, cuando esté en la oficina del candidato llámame por teléfono. A su secre le pides que me comunique contigo, porque me tienes un recado urgente del gobernador. Cuando yo te conteste, agarra la onda y no te apendejes". "Errevé, si mi esposa te pregunta a qué horas regresamos ayer, le dices que en la madrugada". "Errevé, oíste lo que platicamos Anguiano y yo en el coche. ¿Qué te pareció?" "Errevé, pasa por Angelina. La llevas directamente al aeropuerto. Allá la alcanzo".

Si Errevé continuara a su servicio, en este momento podría decirle: "A ver cómo le haces, pero encuentras mi credencial de elector. ¿Cómo que dónde? ¡Tú sabrás! Te la di con los otros papeles cuando salimos del banco". Fernando cierra los ojos y hace un ejercicio de memoria: "La cajera le sacó una copia a mi credencial y me la devolvió, pero, ¿dónde la puse?"

Ve su cartera hundida entre el montón de ropa que tiró sobre la cama. Vuelve a revisar todos sus compartimentos. En el último encuentra un papel. Lo desdobla y reconoce la letra de Angelina. No necesita leerlo para saber lo que dice el mensaje: "¿No te duele la espalda? Yo tengo calambres en el cuello de tanto estirarlo para ver por dónde andas. Me voy".

Angelina se lo escribió una noche en que asistieron a una cena de políticos. Ella pasó todo el tiempo sola en la mesa mientras su amante recibía espaldarazos que auguraban un ascenso, un movimiento a su favor en el partido. Fernando suelta una carcajada. "Maldita bruja", dice con ternura. Devuelve el mensaje a la cartera. Le gustaría hacer lo mismo con su vida, acomodar a todos sus seres queridos en sus nichos: Daniela en el de "la esposa"; Angelina en el de "la amante", y Errevé en el de "asistente personal".

"¿Dónde estará?", se pregunta en voz baja mientras observa la ropa y los papales dispersos por la habitación. Se inclina, levanta una camisa y la huele con la vana esperanza de que entre sus pliegues haya quedado el perfume de Angelina. Cuando empezaron a verse en secreto ella usaba Shalimar. Una noche él le pidió que prescindiera de ése y de todos los perfumes. Angelina adivinó el motivo: "¿Tu esposa se dio cuenta?" El lo negó, pero se sintió cobarde, observado, torpe. Al amanecer, cuando se despidieron, él pidió disculpas. Angelina le acarició el cabello: "No digas tonterías. Lo importante es que estuvimos juntos. Además, tenemos el resto de la vida para intentarlo..."

Fernando fingió no entender la frase, pero le prometió que la llamaría más tarde. Ella le clavó un aguijón: "Si es que encuentras a tu mujer dormida, porque si no..." "Dije que te llamaré y sabes que siempre cumplo mis promesas".

Ya en el coche, Fernando se sintió menos seguro de hacerlo. Por lo general Daniela lo esperaba y le pedía que le hablara de sus reuniones con figuras claves de la política, para saber qué tan cerca estaba de colmar sus sueños: presidente municipal, luego diputado y después, en un salto colosal, gobernador.

Fernando vuelve a sentir la impaciencia que lo torturaba cuando, a deshoras de la noche, Daniela lo recibía solícita, somnolienta, despeinada: "Qué tonta, me quedé dormida. ¿Cómo te fue? Te veo raro. ¿Pasó algo malo? ¿Pudiste ver al licenciado Briones?" La última vez Fernando no pudo contenerse: "¿Qué es esto: un interrogatorio?" Ella adoptó esa expresión perruna superada únicamente por la de Errevé.

Fernando lamenta no haber cedido aquella noche a la tentación de regresar al lado de Angelina. Lo contuvo el temor de fallarle otra vez y se dirigió a su casa. Su frustración y las preguntas de Daniela produjeron una mezcla explosiva que lo hizo estallar. "¿Qué es esto: un interrogatorio?" Ella no tuvo respuesta y él la presionó con su cuerpo para hacerla retroceder hasta la recámara conyugal, que ya muy pocas veces compartían. Desconcertada, Daniela preguntaba: "¿Qué hice de malo? ¿Por qué te pones así?" Fernando perdió el control: "No quiero que me jodas con tus preguntas estúpidas cuando tengo tantas cosas en qué pensar".

Daniela lo encaró: "Por ejemplo: ¿en Angelina?" Fernando recuerda que se disponía a esgrimir la máxima repetida ante sus amigos -"niega siempre, aunque traigas en la mano los calzones de otra vieja"-, pero la actitud de su mujer se lo impidió; en cambio, le despertó un deseo animal de lastimarla: "Sí, y me alegro de que lo sepas. No te lo dije porque no quería que me armaras una escenita. Te advierto que no quiero escándalos, y mucho menos ahora". La apartó de un empellón y entró en la misma recámara donde ahora, tanto tiempo después, se encuentra solo.

Fernando hace otro esfuerzo de memoria: "¿Qué hice con ella?" Se refiere a su credencial de elector, pero se sobrepone la imagen de aquella noche fatídica. Recuerda que después de discutir con Daniela llamó a Errevé. Le contestó la esposa de su asistente: "Remigio no ha llegado. Creí que andaría con usted". Una de cal por las que van de arena: "Sí, hasta hace un rato. Lo mandé por un documento. Si Errevé le habla por teléfono dígale que ya no me lo traiga, porque es muy tarde, que mejor me lo lleve mañana a Sanborns; tengo un desayuno a las nueve".

Aquella noche su odio se concentró en Errevé. Lo insultó mientras guardaba una muda de ropa en un maletín. Antes de abandonar la recámara pensó en lo que iba a decirle a Daniela cuando ella intentara detenerlo. La precaución fue innecesaria: la sala-comedor y el resto de los cuartos estaban vacíos. Estrelló el maletín contra el piso y salió en busca de su mujer.

Dos días más tarde, gracias a las habilidades de Errevé, se enteró de que Daniela estaba en casa de la Nena, su antigua compañera de trabajo en la oficina distrital. Antes de acudir allá, Fernando llamó a Angelina: "Perdóname que no te haya hablado. El gobernador me pidió que lo acompañara en una gira, y ya sabes que es infatigable y obsesivo: no me dejó en paz ni un minuto. ¿Cuándo te veo?" "Si quieres esta noche. ¿Pasas por mí?"

La perspectiva del rencuentro amoroso le dio valor para enfrentarse con Daniela. No pudo hablar con ella. Por la Nena se enteró de que su esposa no quería volver a verlo. Fingió desconcierto: "No entiendo qué le sucede". La Nena desvaneció sus dudas: "Se hartó de tus desaires y de tus infidelidades. Daniela no los merece después de que lo dejó todo por ti. Pudo haber hecho una carrera política, y renunció para apoyarte. Le advertí que no cometiera ese error, pero no me escuchó, y aquí tienes las consecuencias".

Fernando vuelve a sentir la humillación que experimentó cuando la Nena abrió la puerta invitándolo a salir de su departamento. El se resistió: "Dame chance de hablar con ella. No pretendo que volvamos a vivir juntos, sólo que no terminemos tan mal. Quiero explicarle que a un hombre le suceden muchas cosas... Dime qué hago". "Seguir con tus aventuras, con tu carrera. Ojalá que llegues muy lejos para que valga la pena la traición". Fernando gritó el nombre de su mujer. La Nena adoptó un tono amenazante: "Respeta mi casa y vete, o llamo a la patrulla. Sería un escándalo, y no te conviene".

Por fortuna Errevé lo esperaba en el coche, listo para oír sus quejas, proyectos, ilusiones: ser presidente municipal, diputado y, ¿por qué no?, gobernador. Fue un día largo, lleno de citas inútiles y conversaciones ambiguas. Terminaron bebiendo en el departamento de Fernando. Cuando se quedó solo llamó a Angelina. Ella le contestó con aspereza y le reprochó su ausencia de tres días. El le dijo la verdad: "Tuve una discusión con mi mujer y se fue de la casa. Todo este tiempo me lo pasé buscándola".

Angelina soltó una carcajada: "¿Y piensas que te voy a creer? Pues no, pero te agradezco que hayas inventado una mentira tan original en vez de soltarme las que le dices a tu mujer cuando estás conmigo: 'Dany: estoy en una reunión, no puedo hablar... No me esperes, la asamblea terminará muy tarde... El gobernador me invitó a que lo acompañara; regresó el lunes... Por allá no entra el celular... No puedo acompañarte porque no quiero encontrarme con el oficial mayor. Ve tú solita y luego me cuentas'".

Fernando reconoce que se sintió atrapado, pero insistió en defenderse: "Juro que estoy diciéndote la verdad. ¿Por qué no me crees?" La respuesta de Angelina fue avasalladora: "Porque te oí mentir miles de veces. Búscate otra imbécil que te crea, como Daniela. Pobre cuata: me da lástima y te juro que hasta me cae bien. ¿A ti no, gobernador?"

Para huir de los recuerdos Fernando enciende la televisión y se queda mirando al comentarista, que pronostica un sufragio pacífico y copioso. Recuerda su credencial de elector. Tiene que encontrarla, porque de otro modo no podrá votar por Daniela: "Para delegada: una mujer que por ti y por los tuyos se desvela".

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.