Tinieblas
Escribo estas primeras reflexiones poco después de la media noche del domingo (primeros minutos del lunes 3). Ugalde ha dado una noticia que fue un balde de agua helada para todos. Ello no impidió a Calderón y a López Obrador proclamarse triunfadores, mientras el PRI se enconchaba sabiéndose un "perdedor" que puede tener un papel determinante en el próximo gobierno.
La mayor parte de los indicios a esa hora apuntaban a una estrechísima victoria de Calderón, aunque AMLO aseguró que había ganado al menos por 500 mil votos.
Sí, habrá un vencedor que quizá va a decidirse en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Ha sido una elección en la que el ganador no podrá sentirse triunfador. La idea que expresan los que hoy se dicen vencedores, según la cual de inmediato se dedicarán a restañar heridas, a tender puentes y buscar la concordia entre los partidos y entre los electores, hoy por hoy suena hueca en medio de una atmósfera anticlimática de todos.
La elección dio como resultado el peor de los mundos posibles, previsto por múltiples analistas: la continuación de la parálisis del gobierno por un Congreso dividido que llevará a las oposiciones, con desesperante frecuencia, a impedir que el Ejecutivo pueda gobernar, menos aún que pueda llevar a cabo las reformas que unos creen necesarias para el futuro del país frente a otros que las ven como la pérdida de la nación. ¿De ahí puede salir un acuerdo?
Habrá un ganador, pero no será un vencedor en buena lid, porque las campañas políticas fueron predominantemente negativas. En todo el mundo los contendientes reúnen en su discurso sus propuestas fundamentales y señalan con la mayor fuerza de que son capaces los horrorosos defectos de sus contendientes.
Una campaña es francamente negativa cuando en los discursos de los candidatos predomina la descalificación, el insulto, la burleta, el intento de convertir en un monstruo amenazante al contrincante. Así fue esta elección. Fundamentalmente negativa. Restañar heridas y caminar por la vía de la concordia se vuelve un ejercicio cercano a lo estéril.
Estamos en el peor de los mundos posibles porque estos enemigos, que se dicen adversarios, ocupan trincheras tan distantes y polares que una reforma de Estado que institucionalice unas reglas para que haya gobernabilidad, aunque los contrincantes sean absolutamente polares, parece imposible.
Alemania acaba de darnos una lección donde los polos opuestos de la democracia cristiana y de la socialdemocracia hubieron de formar gobierno y de, en brevísimo plazo, llevar a cabo una reforma constitucional que profundiza las reglas de la gobernabilidad pase lo que pase con los contendientes.
Ahora nos topamos nosotros con la increíble circunstancia de que el PRI, partido cuyos votantes se están esfumando, va a volverse, para empezar, una especie de legitimador o deslegitimador político de las decisiones del Instituto Federal Electoral. Después será la bancada que en el Congreso decida cómo ha de formarse la mayoría para cada asunto que deba convertirse en ley. ¿Quién gana en tal circunstancia?
La nación requiere una reforma del Estado en la que sea posible formar mayorías, y en la que la ciudadanía quede ligada en profundidad con los partidos en el poder. Pero estos partidos han mostrado una postura sistemática en contra de tal posibilidad. Cada uno quiere todo el poder, aunque la nación muera en el intento.
México está partido políticamente en tres. Es inadmisible que los partidos que representan a esas partes no produzcan las instituciones que las articulen para que el país pueda continuar siendo país. Tal como van las cosas, las tendencias indican que podemos disolvernos, o llevar una vida vegetativa donde los pudientes continuarán siendo cosmopolitas y los parias huirán tras la muerte o el empleo de subsistencia a Estados Unidos.
El fondo del asunto, para insistir, está en las abismales desigualdades socioeconómicas existentes entre los mexicanos, pero no está a la vista el proyecto que plantee un programa expresamente pensado para abatirlas; seguirán, en el caso de una confirmación del triunfo a Calderón, los programas filantrópicos de "combate" a la pobreza, pero de conservación de los privilegios para los pudientes.
Sólo es pensable un futuro para México si el PAN asume con verdad que la desigualdad le importa y que la reconoce como una cara de un proceso, cuya cara opuesta es la riqueza. Este reconocimiento sería la muestra real de que el Acción Nacional está dispuesto a mantener unido al país.
El número de quienes quieren ser "gringos" crece sin cesar en todas las capas sociales y, por tanto, el país se debilita en una vía que no puede sino ser subordinación al exterior. Hace unos días vimos en La Jornada las fotos, en dos pueblos de Teocelo, de una bandera estadunidense ondeando en unas casas veracruzanas. Pronto podremos verlas in the whole national territory.
Los políticos tienen que sentarse a hablar de la nación, poniendo en segundo término sus intereses particulares. ¿Existe tal posibilidad?