El asteroide
Anteanoche en México no se podía dormir. Es que no había dónde meter tanta esperanza frustrada, es que asfixiaba la incertidumbre de cómo saludar al vecino en el amanecer siguiente, es que se tenía la impresión de asistir al primer capítulo de algo muy feo que podría acabar quién sabe cómo. Es que el exceso de maquillaje en las caras de los personajes a cámara, comprensible para cubrir los estragos de la jornada, los hacía aparecer como muertos recién acicalados en la funeraria, y eso agregaba un toque sórdido a las transmisiones. Es que la perspectiva de la espera no le concuerda a nadie con sus expectativas. El país legal y el país emocional se han puesto, una vez más, en ruta de colisión.
Para hablar de colisiones, también está el dato del asteroide: una porquería cósmica de 50 millones de toneladas denominada 2004 XP14 que, en los momentos más anticlimáticos y empantanantes de la elección del 2 de julio, pasó silbando sobre nuestras cabezas a 16 kilómetros por segundo. Rebasó a nuestro planeta a una distancia de 432 mil kilómetros, que en la escala celeste equivale a decir que no nos pegó por un pelo, pero sembró a su paso las claves que podrán servir de base para el análisis astrológico de los comicios: el cercanísimo influjo gravitatorio de medio billón de kilos de rocas y minerales, dirán algunos, hizo imposible la conformación de una mayoría clara y contundente en el electorado mexicano y dispersó el anhelo de certidumbre en décimas y centésimas inciertas y cambiantes. Pero la verdad es que a la enorme mayoría de los votantes el tránsito cercano de la piedra colosal les importó un carajo, porque había en su horizonte peligros más perceptibles e inmediatos, pese a que el sentido común indica que Felipe Calderón podrá ser muy anticlimático, pero no fascista, y que si Andrés Manuel López Obrador emociona a las masas no por ello se le puede considerar bolchevique.
El pedazo de piedra ya va muy lejos de la Tierra, indiferente a los significados de que los astrólogos puedan hacerlo depositario, y el conteo de los votos sigue su marcha laberíntica y complicada. El tejido emocional del país ostenta desgarres, y si no se le repara no habrá solución políticamente aceptable para el pasmo presente. El problema es que la esperanza y la confianza, por citar sólo dos de ellas, son tan indispensables y poderosas como sutiles y frágiles. No faltará el que proponga usar hilo y aguja en el agujero de la capa de ozono. A ver.
Acaso haya que empezar por admitir que la vida puede ser posible incluso en las duras y alteradas condiciones atmosféricas posteriores al 2 de julio. Tal vez a su paso el asteroide hizo jirones el aire y lo dejó contaminado con gases fétidos, pero también es posible que el oxígeno siga ahí, maltrecho y todo. Es cosa de abrir la puerta, salir a la calle, saludar al vecino y aspirar una bocanada de lo que corresponda. Y si nadie cae muerto por ello, entonces es tiempo de ponerse a pensar en lo que sigue, y comenzar a hacerlo posible.