Anverso y reverso
Hoy empezará el conteo definitivo de los votos para decir, finalmente, quién será el ganador en la elección para presidente de México. Pero más allá de ese punto crucial, los datos disponibles permiten visualizar una república dividida en dos grandes bloques: uno que apostó por el cambio y otro que se aferró a la continuidad. Ambos se integran en una misma realidad que convive con diversos grados de aceptación, pero, al mismo tiempo, con firmes rechazos y exclusiones rampantes. Ninguno saldrá como conjunto dominador. De similar manera tampoco es conveniente, ni humano, que el perdedor de la contienda permanezca en calidad de dominado. Más vale que se empiece a imaginar, y llevar a la práctica inmediata, la mayor variedad de instrumentos, actitudes o programas para facilitar, a esta hendida sociedad, la urgente coexistencia en su vida cotidiana. Hay urgencia de visualizar esos dos segmentos de la nación como actores indispensables del cuerpo social, una especie de anverso y reverso de una misma hoja condenados a vivir unidos, pegados uno al otro.
No será un proceso de fácil tratamiento. Las heridas que mutuamente se infligieron a lo largo de la dilatada contienda por el poder fueron profundas. En no pocos casos llegan hasta lo más blando e íntimo de los rencores personales. Se concitaron, de manera obsesiva, temores y desgracias que quedaron flotando en el ambiente y lo contaminan de diversas maneras. Tiene que destacarse, además, que esas pronunciadas diferencias se revisten con tintes clasistas evidentes. Densas, pesadas realidades de clase como pocas veces se ha visto en tiempos recientes. División que no aflora porque alguien la recitaba en su discurso, sino porque es imposible ignorarlas; tratar de ningunearlas es lo peligroso. Tales fenómenos son y serán de muy delicado tratamiento para aquellos que formen gobierno y para los demás que se alinearán en la oposición.
Para mejor entender las consecuencias que traerá la disputa por el poder, hoy dependiente de un conteo exacto, transparente de los votos, hay que voltear la mirada hacia lo que bien puede llamarse la geografía de los conflictos mexicanos. En el país se dibuja un mapa de innumerables, separados, virulentos, pequeños y añejos conflictos. Sus causas y desarrollo son distintos; sus modalidades no los hacen comparables. Escapan a generalizaciones que intenten agruparlos para su tratamiento y, menos aún, para dar cabida a cualquier impulso represivo. Han surcado por canales distantes y sus personajes no se reconocen en los demás. Tampoco encuentran coincidencias con el vecino, al menos de manera inmediata. Han crecido con medios propios y van quedando dispersos a lo largo y ancho de la república. Sin embargo, varios acontecimientos los han forzado a ver un tanto más allá de sus fronteras. El recorrido del subcomandante Marcos fue uno de esos reactivos que han facilitado la identificación, el recuento de sus agravios, un algo que circuló como incentivo para ensayar rutas alternas.
Pero lo que más los afectó fue el movimiento reivindicador y popular que López Obrador fue planteando en su campaña a ras de tierra. El contacto los sacó de su marasmo secular. Fueron y regresaron a sus mítines. Le oyeron decir que era oportuno emprender la esperada aventura, que había llegado el momento de que sus peticiones se tomaran en cuenta, de que sus necesidades fueran atendidas. Ahora les tocaba a muchos de ellos ser incluidos como la prioridad de gobierno. Y miles, millones de los que se les parecen, que los conocen, que bien podrían ser sus hermanos o parientes cercanos atendieron el mensaje del candidato Por el Bien de Todos.
Pero los votos de los demás mexicanos pueden, en el final de este tedioso recuento, decirles que tendrán que esperar otros días adicionales. Alguien les dirá que su esfuerzo y esperanzas no lograron prevalecer sobre la voluntad de aquellos que prefieren continuar por el camino que de sobra conocen. Uno que no les favorece, que los deja a la vera de la historia, del bienestar, del futuro. A la cerrazón con la que contemplan su horizonte de oportunidades malogradas añadirán, sin duda, el de su derrota electoral. Se les dirá, con magnavoces ubicuos, que ésa es la realidad, el método de gobierno y de convivencia en el que están envueltos, el que, tal vez, hayan hasta escogido. Que su pérdida es parte consustancial de la democracia tan pregonada.
Más vale, entonces, proceder con el cuidado que requiere un enfermo que, con un poco de impaciencia o descuido, puede llegar a su fase terminal.