Los toros del aire
Han llegado los toros bravos a corretear por las calles de Pamplona en su expedición veraniega en honor del santo patrono del lugar; San Fermín. Es una irrupción por lo alto, a la que nadie se opone, se apropia de las callejuelas y después de tantos años acaba por tener fama mundial. Irrupción que lleva a los mozos de la región a aplacar sus "ansias de novillero", siguiendo una tradición bárbara. Son los toros del aire, los más originales y cruzan por entre las ondas del viento. Viven una sola correteada, tirando cornadas al aire, sin intención de herir, solo juguetear. Vuelan de la calle de Santo Domingo, hasta la curva de la Estafeta, para llegar a la plaza y transformarse en los toros de tierra. Estos toros del aire tienen que moverse y vivir únicamente en el aire. Profundamente negros de ojos brillantes, mirada fiera, musculosos, su vida dura tres minutos en el aire. Les agrada agruparse y marchar unidos. En su constante inquietud, en su necesidad de continuo movimiento, no respetan nada que les impida su vuelo. Ni toman nada en su recorrido. Lo genial de los toros del aire es que su beneficio no es estimado por desconocido. Esa luz donde brillan los significados del celestino; creación y muerte. En su encuentro con el hombre que juega con sus pitones, para no gritar su dolor en el vacío; un recorte, un galleo, un sentir el paso de estos toros del aire, quieto como estatua. Esta forma de torear de los mozos pamplónicas y el turista que baje a las callejuelas tiene, en ocasiones, el poder de dar un significado a la vida.
Conocedores de que riman su viva sobre la muerte, relajada o tensamente. La parte de muerte que se oculta. Hay muerte en todo deseo; el toreo, el amor o la política. Sólo genera la "chispa", ese "algo" que fusiona el deseo y la muerte, a veces el fruto que es la belleza.