¿Espectáculo o ejercicio cívico?
La semana pasada fue para mí, como para todos los mexicanos, una pesadilla. El 2 y el 5 de julio nos reunimos varios amigos -como si se tratase de un partido de futbol- para mirar en la televisión los resultados del conteo, un conteo que nos tuvo en vilo hasta muy noche y que iba goteando con una perversidad nunca antes vista. Todavía a las tres y media de la madrugada del día 6 escuché a Carmen Aristegui -quizá la única comunicadora confiable en este sistema contaminado- y el número de votos que antes parecía favorecer a López Obrador iba inclinándose irremisiblemente hacia el otro lado, dibujando una curva -se dice que algorítmica- similar, pero en exacto sentido contrario, al goteo que nos había perforado el pasado domingo. Levantarse cada mañana producía un agotamiento semejante al que -supongo- experimentan quienes escalan el Himalaya.
Ese peso ominoso se incrementa con sólo mirar el rostro desangelado del presidente del Instituto Federal Electoral, a quien sólo le falta la sotana para ser la exacta imagen de un párroco de pueblo travestido de funcionario público, imagen grotesca que amenaza nuestro futuro como ciudadanos laicos en un país que, desde la Reforma hasta el régimen de Carlos Salinas, había logrado mantener separados a la Iglesia y al Estado. Un país que con nueva perversidad se nos presenta dividido en dos mitades antagónicas, coloreados de amarillo y azul, el sur y el norte, reproduciendo la ideologizada división que separa lo desarrollado de lo subdesarrollado, lo indio de lo criollo, lo civilizado de lo irracional.
Una más de esas campañas que erosionan nuestro inconsciente colectivo. Un ejemplo: cada vez que el canal 2 anunciaba a un personaje cualquiera, fuese éste representante de la derecha o de la izquierda, su nombre aparecía invariablemente enmarcado en los colores de Acción Nacional, colores inequívocamente de tinte religioso y partidario. Resultados de la Ley Televisa votada de manera unánime e irreflexiva, cuyos efectos se reforzarán con la reciente elección de presidente de la Cofetel.
Además de estos procedimientos que desestabilizan -ya corrientes en esta insoportable y costosísima campaña que ha culminado el 2 de julio- soportamos un bombardeo interminable de información: la prensa -cada periódico da distintas noticias o las interpreta de manera contradictoria, como si de verdad viviésemos en países diferentes-; la televisión y la radio casi unánimes en su parcialidad; la calumnia, el chisme, el rumor, y finalmente, los numerosísismos correos electrónicos -¿una de las únicas formas de acceder a la libre opinión y a la manifestación ciudadana?
Hago una pausa y pregunto: ¿Qué ha pasado con esos datos? ¿Se ha seguido indagando acerca de la posible intromisión cibérnética en el padrón electoral?
El sábado estuve en el Zócalo: cuando salimos del Metro, repleto de ciudadanos que en los vagones llevaban improvisadas pancartas y vitoreaban a López Obrador, no parecía haber demasiada gente del lado del Sagrario metropolitano. Me acongojé, ¿habría menos participantes que en la marcha contra el desafuero? Paulatinamente, el Zócalo se fue llenando de gente, sobre todo humilde, entusiasta y dispuesta a cualquier cosa por defender el voto y a su candidato. Se comprobaba flagrantemente en la concentración la pauperización evidente de la ciudadanía y la afluencia menor de las clases medias. Puede significar muchas cosas y aunque no tengo espacio aquí para reflexionar sobre ello, reiteraré un dato: la sociedad civil se está fortaleciendo enormemente y las clases populares concientizadas pueden convertirse en un factor de primordial importancia en este país que corre el riesgo de polarizarse de manera irrremediable si se perpetúa el llamado ''gobierno del cambio".
Creo que este movimiento de resistencia debe ser pacífico, cuidadosamente vigilado y organizado, no prestarse jamás a las provocaciones para poder construir de manera consistente y reflexiva una nueva izquierda, una izquierda que sustituya a la que tantas veces nos ha fallado y que con sus errores ha contribuido para favorecer a nuestros adversarios.
Es necesario evitar que nuestros compatriotas tengan que emigrar porque este país los expulsa y al mismo tiempo sobrevive gracias a ellos; tenemos que defender nuestro patrimonio natural, el enérgético y el cultural, la educación laica, la universidad pública, la libertad de expresión y el derecho a manifestar libremente nuestras preferencias religiosas y sexuales.