Usted está aquí: jueves 13 de julio de 2006 Opinión Israel: el descontrol

Editorial

Israel: el descontrol

los incesantes ataques militares israelíes contra blancos civiles en Gaza ­ayer fueron asesinados nueve integrantes de una familia, y una decena de niños resultaron heridos cuando la aviación de Tel Aviv destruyó el Ministerio de Relaciones Exteriores palestino­ ha de agregarse la incursión y los bombardeos del Estado hebreo contra Líbano, luego de que la organización Hezbollah diera muerte a una decena de efectivos de Israel y capturara a otros dos. En su torpeza criminal, el gobierno de Ehud Olmert ha aplicado contra su vecino del norte la misma estrategia que en Gaza: destruir la infraestructura civil ­varios puentes y una central eléctrica han sido demolidos por las bombas­, en lo que se describe como un afán de rescatar con vida a sus militares secuestrados, pero que constituye evidentes represalias contra las poblaciones y castigos colectivos que contravienen las normas internacionales e implican graves violaciones a los derechos humanos de libaneses y de palestinos.

Es significativo que ningún ataque terrorista de los muchos perpetrados contra civiles israelíes haya sido seguido por una respuesta tan vesánica y descontrolada como la que padecen en estas horas los habitantes de la franja de Gaza y del sur de Líbano, por más que las agresiones a personas inocentes y desarmadas son repudiables e inaceptables. En cambio, operativos como los realizados por las facciones palestinas contra posiciones militares en el sur y norte de Israel son acciones legítimas de guerra de un pueblo despojado, oprimido, saqueado, humillado y masacrado por una potencia armada con la más compleja tecnología militar ­y hasta con bombas nucleares­ y respaldada por un flujo astronómico e inagotable de dólares estadunidenses.

Al parecer, en el curso de las dos intifadas los gobernantes israelíes se habían acostumbrado a la cómoda ausencia de bajas militares en su lado y a diezmar con plena impunidad a los habitantes de los territorios palestinos ocupados. Pero, con los recientes ataques palestinos a posiciones castrenses de Tel Aviv, el conflicto parece estar entrando en una nueva lógica, alejada del terrorismo e inscrita en una guerra de resistencia nacional. De ser así, el cambio dará nuevos márgenes de legitimidad a la causa palestina, porque si los atentados dinamiteros contra objetivos civiles son una práctica condenable y repugnante ­independientemente de las motivaciones de fondo­, los operativos contra un ejército invasor y genocida resultan inatacables desde cualquier postura ética y política.

Se explicaría, así, la ferocidad y la ceguera de la respuesta de Tel Aviv, cuyo régimen ha amenazado a Líbano con causarle un retroceso de 20 años en su infraestructura. Pero no debe perderse de vista que el cumplimiento de la amenaza podría provocar un retroceso similar en la situación geopolítica del propio Israel, y que una ofensiva en gran escala contra Líbano podría producir un resultado del todo indeseable para el Estado hebreo: reunificar en su contra a sus vecinos árabes, por hoy desentendidos del drama palestino e inmersos en sus propios asuntos, y desembocar, incluso, en una nueva guerra árabe-israelí.

Pese a los ataques de la aviación y la artillería terrestre de Israel contra objetivos civiles libaneses, y en medio de la nueva incursión criminal de Tel Aviv en Gaza y Cisjordania, el camino a la paz sigue estando claro: la clase política israelí debe resignarse a reintegrar Gaza, Cisjordania y la Jerusalén oriental a sus legítimos propietarios, permitir la conformación de un Estado palestino y reconocer el derecho al retorno ­o a la indemnización justa­ de los árabes expulsados de sus tierras desde 1948. Tales acciones son la clave de la seguridad nacional del Estado judío y de una vecindad pacífica y fructífera con todos sus vecinos.

 
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