Usted está aquí: sábado 15 de julio de 2006 Opinión La elección invisible

Ilán Semo

La elección invisible

El estado actual de la crisis política que se inició en la noche del 2 de julio podría acaso sintetizarse en la siguiente pregunta: ¿por qué a 10 días de celebrados los comicios presidenciales Felipe Calderón no ha logrado traducir su virtual triunfo (según las cifras del PREP) y su milimétrica mayoría (0.58 por ciento, según las actas de los distritos) en una fuerza que muestre capacidad de ofrecer una salida a una elección cuyos procedimientos no parecen convencer a una parte sustancial del electorado? En cierta manera, los hechos y las declaraciones hablan por sí mismos. Los primeros reconocimientos internacionales que recibió el aspirante panista se han matizado. A tres días de su felicitación por Washington, por ejemplo, la Casa Blanca decidió repensarlo y postergar la celebración. El apoyo abrumador que recibió por parte de la dirección del PRI ha sido ya tamizado por sus gobernadores. En el mundo de las organizaciones sociales y civiles no hay una sola voz de consenso al respecto. El Ejército ha callado cautelosamente. La Presidencia no se atreve a romper su voto de silencio. Y, sobre todo, la mayor parte de la opinión pública ha optado por encargar al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación la decisión final, lo cual, por lo pronto, no significa necesariamente un desconocimiento de los resultados del 2 y el 6 de julio, pero sí su angustiosa postergación.

Del otro lado, Andrés Manuel López Obrador ha hecho avanzar sus posiciones gradualmente. Al parecer, el tribunal dio luz verde al primer juicio de certeza. Los reclamos de anulación de casillas se han acumulado rápidamente. Los jueces electorales tendrán que desquitar sus voluminosos salarios (¿no es un exceso pagar a un magistrado 373 mil pesos mensuales?). En fin, si el tribunal logra producir una solución estable, acaso lo merezcan. Es evidente que el reclamo de contar voto por voto se reducirá a las casillas cuestionadas. El PRD tendrá que mostrar que es un auténtico partido capaz de producir este cuestionamiento en un número relevante de casillas (lo contrario sería el ridículo). La táctica no encierra misterio alguno. Si en el conteo gota a gota el perredista logra aventajar a su adversario, se crea una situación absolutamente inédita. Y si no, lo que habrá de surgir de muchas de esas urnas es el retrato del México profundo y previsible dominado por las más antiguas prácticas del voto corporativo y clientelar.

Sostener que en México en 2006 las elecciones pueden ser fraudulentas es como afirmar que la Muralla China es larga y sinuosa. No se necesita más que observarlas. O lo que es lo mismo: pensar que los rituales electorales que dominaron al país durante un siglo fueron erradicados en seis años es simplemente absurdo. No es difícil imaginar los trucos que siguieron los activistas de Elba Esther Gordillo para engrosar urnas tan contradictorias como las que separan a la votación presidencial de la que se emitió por los cargos al Congreso; tampoco se requiere ser sociólogo para intuir el comportamiento electoral de los caciques de Guerrero o Tabasco. La diferencia es que el PAN se encaminó por el insostenible método de defender la "limpieza" de las elecciones (cuando sus representantes empezaron a impugnar casillas perredistas, alguien los detuvo súbitamente en la número 500), y el PRD optó por la estrategia del sentido común.

Hasta ahora, en la historia reciente y no tan reciente del país, el tema del fraude electoral ha sido invariablemente de orden político, no aritmético. La razón es sencilla y compleja a la vez: no hay manera de contar lo invisible, que es el sinuoso y clientelar camino que muchísimos votos (en la práctica, cada día menos) recorren hasta llegar a las urnas. Sus efectos son datables, no su historia. Siempre hay una elección visible, racional, digamos, y otra invisible. Por esto, la solución al atolladero, y siempre hay una solución, acabará, para infortunio del país, por escenificarse en esa vasta e inabarcable esfera que es la política. Es decir, el PRD y el PAN deberán sentarse pronto a dialogar. Sobre todo porque entre ambos han obtenido un triunfo fenomenal que justifica toda su existencia (del cual evidentemente no son conscientes) y la del patrimonio de una sociedad empeñada en construir un orden democrático: la derrota abrumadora del PRI, el confinamiento de un pasado que sigue definiendo, en su derrumbe, el futuro más inmediato.

Hoy este diálogo suena a una suerte de inocente petición de principios. Ambos partidos están empeñados en llevar a sus candidatos a Los Pinos. Sus militancias han sido radicalizadas a tal grado que cualquier viso de negociación aparece como una traición. Pero este simple ejercicio de confrontación, escrutinio, examen y juicios habrá de arrojar una consolidación de las instituciones partidarias, que son, quiérase o no, el sostén del régimen pluralista. El país cuenta ya con una derecha y una izquierda constituidas. Eso es mucho decir en el camino hacia la modernidad política. ¿Mostrarán los dos grandes partidos ese gramo de inteligencia necesario para no hundir el patrimonio que los hizo posibles y que pertenece a la sociedad entera?

 
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