Movimiento campesino y protesta poselectoral
Para el movimiento campesino mexicano esta puede ser la última llamada. Y no porque uno desconfíe de la enorme capacidad de resistencia de los hombres y de las mujeres del campo, sino porque tal vez no pueda haber otra oportunidad para llevar adelante un proyecto que les permita avanzar estratégicamente y consolidarse en lo productivo, en lo económico, en lo social y en lo político, más allá de las tácticas individuales o familiares de sobrevivencia.
Sumarse a la demanda por limpiar las elecciones presidenciales, por impugnar el amañado triunfo del candidato del PAN, significa dos cosas fundamentales para las organizaciones campesinas. La primera, fortalecer el vasto movimiento ciudadano que lucha por que la democracia avance y se mantenga viva en este país. La segunda, detener el proyecto privatizador, elitista y excluyente que se ha impuesto en el medio rural desde 1982 y que Vicente Fox ha proseguido con extrema diligencia, y que Felipe Calderón seguirá imponiendo como parte del proyecto del poder económico trasnacional del que es portador.
Durante el sexenio que termina, el movimiento campesino logró unirse y arrancarle al gobierno federal el Acuerdo Nacional para el Campo, en abril de 2003. Sin embargo, el gobierno de Fox ha logrado sustraerse a los compromisos fundamentales de este pacto porque el movimiento campesino bajó la guardia y se dividió. Y lo mismo haría Felipe, de llegar al poder, con unas organizaciones campesinas divididas, pasivas o pasmadas.
Porque con Acuerdo Nacional por el Campo, sin él o contra él, los resultados de la política agropecuaria foxista son muy evidentes.
Estancamiento productivo: entre 2000 y 2005 el PIB del sector agropecuario creció sólo 1.5 por ciento en promedio contra un 2.6 por ciento de la economía en general, y en el año anterior tuvo un decrecimiento de 1.5 por ciento.
Agravamiento de la dependencia alimentaria: en 2005 las importaciones de productos agroalimentarios representaron 40 por ciento del consumo total, contra 15 por ciento en 1982 y 20 por ciento en 2004 (datos del Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable de la Cámara de Diputados). Las importaciones agroalimentarias durante los primeros cinco años del foxismo fueron 52 por ciento mayores que las de un periodo similar con Ernesto Zedillo.
Destrucción de empleos rurales: más de 2 millones en lo que va de vigencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, sin que los dos secretarios de agricultura foxistas hayan intentado detenerla.
A esto habría que añadir el manejo sectario de las dependencias del sector agropecuario: los apoyos preferenciales a los grandes productores del ramo y a las empresas trasnacionales. La extrema burocratización de programas como el Procampo y el uso de las gestiones de algunos legisladores del blanquiazul como único medio para que algunos productores accedan a los apoyos oficiales, a cambio de sus apoyos electorales al partido en el poder.
Ante esta situación, las organizaciones campesinas más importantes, salvo la CNC, y dada la apertura mostrada por Andrés Manuel López Obrador, lograron que éste signara con ellas el 10 de abril pasado, el documento Un Nuevo Pacto Nacional para un Futuro Mejor para el Campo y la Nación. Se trata de un verdadero proyecto alternativo para una sociedad rural más justa y sustentable, basado en 25 compromisos de política concretos, evaluables y exigibles. Una especie de Acuerdo Nacional para el Campo Plus, para que gobierno y movimiento campesino reactiven el campo bajo nuevas premisas. Fue firmado con convencimiento y sin regateos por López Obrador, y marca la orientación básica que seguirá su gobierno en la materia.
Si se consuma el fraude que lleve a Calderón a la Presidencia, el medio rural seguirá siendo el espacio de la catástrofe económica, social y ambiental para los más y el paraíso para unos cuantos agroexportadores. Por eso es importante que el movimiento campesino se reactive teniendo como eje inmediato la demanda por limpiar las elecciones presidenciales. Una demanda que lo vuelva a aglutinar, haciéndolo converger en la unidad de acción, sin subordinarse a ningún partido, pero sí coordinándose con ese amplio movimiento ciudadano que ha venido emergiendo por todo el país.
Tomar las calles, las carreteras y los puentes, otra vez, en aras de la democracia electoral no sólo hará que el movimiento campesino contribuya con lo que debe a la democratización de este país. También redundará en su fortalecimiento como actor político, en la capacidad de exigirle al nuevo gobierno que se comprometa con el proyecto rural que las campesinas y los campesinos han construido para el bien de todos.