El servidor del pueblo
Cuento de Josías López Gómez
Alerta lectores: este
relato no es etnografía, aunque retrate una realidad y unas costumbres
específicamente tseltales de los Altos de Chiapas. No es "tradición
oral" (ese cliché para el imaginario indígena). No es reportaje,
aunque el autor se haya desenvuelto desde la primera juventud en el mundo
mestizo y urbano de Jovel. No mitifica ni propagandiza. Es sencillamente
literatura. Reúne hechos, caracteres y parajes realesde dos o tres
espacios distintos, más la cosecha del autor, quien ha demostrado
ser un maduro fabulador.
"El servidor del pueblo" ("Jtuunel
yu'un lum") ha de leerse en varias claves: relata cómo se elige
a un gobernante en una comunidad, llamada aquí Oxchuc, donde en
la realidad gobiernan presidentes (o presidentas) municipales típicamente
priístas y caciquiles, impuestos por el poder estatal, que no sirven
sino se sirven del cargo. El "presidente" de López Gómez
en cambio dejará de cuidar su tierra para gobernar sin paga, como
sucede en los municipios autónomos zapatistas. Y es electo por los
mayores, quienes a su vez transmiten y representan la voluntad de la comunidad,
en una mezcla del consejo de ancianos tradicional, "comités" zapatistas
y renovados usos y costumbres. Habla al corazón del atribulado México
de hoy.
No lo pidió, no lo buscó, el pueblo lo eligió.
Los perros ladraron, Mariano Jolchij escuchó la voz de un hombre llamando por su nombre. Se levantó sobresaltado. Al abrir la puerta de su casa vio parados a cinco emisarios, vestidos con sus huipiles de gala, sombreros de palma y caítes de cuero, llevaban sus bastones. Quedó desconcertado, no estaba preparado para recibirlos, la presencia de ellos le asustó. Inclinó su cabeza, así demostró su respeto. Ofreció descanso para reponer sus agotados cuerpos de los principales. Su mujer se levantó conmovida, se puso a cocinar. Después puso agua al bojch' para que se lavaran los principales. Sirvió comida, llenaron sus barrigas con un suculento chile molido hervido. En seguida el Ch'uy k'a'al, mediador entre los hombres y los seres divinos, guardián de las palabras y de la memoria de los ancestros, consejero de los hombres para sobrevivir sólo con la madre tierra dijo:
-Venimos, nos acordamos de ti, te hemos elegido presidente municipal durante este año. No lo desprecies, tienes ojos y oídos abiertos.
Mariano no supo qué contestar. Nació temor en él, dispuesto a escapar de los principales cuanto antes. Pensó morir pronto para alimentar a la madre tierra. Fijó la vista en el suelo. En un intento desesperado de no perder el ánimo, murmuró:
-No sé hablar, no sé arreglar, todavía no soy viejo. Busquen a otra persona --contestó entrecortadamente, con los labios temblando.
Las miradas concentradas de los principales le provocaron miedo. Son las almas y pilares del pueblo, depende de ellos la fortaleza de las generaciones, los obedecen, sin ellos quedarían a la deriva.
-Es cierto, estás joven, no hay nada malo en eso. Tú cumples con honor tus obligaciones. Trabajas la milpa, respetas a tus mayores, mantienes con dignidad tu linaje. Eres un hombre de paz, sabemos de tu nobleza y valentía. Lo tienes todo, lo que nos hace juzgarte como un hombre listo, merecedor de respeto --replicó el Ch'uy k'a'al.
-Así será, pero no estoy preparado para servir al pueblo --balbuceó Mariano, mirando tímidamente a la cara de los principales.
-Honorable Mariano Jolchij, tú eres fuerte, estás mejor preparado de lo que crees.
-No, no es cierto. Aquí estoy bien en mi casa.
-Está bien, pero no nos trates así --sentenció el Ch'uy k'a'al.
Mariano cayó de rodillas con los ojos llorosos, postrándose ante los emisarios del pueblo, pidió comprensión. Intentó levantar la vista, pero ante la mirada de los principales desistió de inmediato. Así quedó un rato, hasta que surgió una voz.
-¡Levántate!
Obedeció, se mantuvo por debajo de la altura de los principales. Las voces de éstos son poderosas como el trueno, intimidan. En verdad los principales se veían formidables con sus atuendos, parecían los antiguos dioses que poblaron al principio estas tierras, formadores y creadores de las personas.
-Huiré, me esconderé en alguna finca, regresaré hasta que haya pasado todo --dijo Mariano aún con los ojos llorosos.
-¿Por qué piensas huirte?
-Los chismes, las riñas, los adulterios, los robos, los homicidios, las acusaciones de brujería, me infunden temor, puedo equivocarme al tomar decisiones. Y las obligaciones incumplidas aplastan, arruinan, deshonran a la familia.
-No son motivos de rechazo. Tú andas con el alma en paz, posees gran sabiduría. Piénsalo, vendremos de nuevo.
Mariano quedó como un tambor hueco al que golpea la vida. Habló con los hombres de su paraje, pidió consejo, palabra de alegría. A la semana los principales llegaron otra vez. Mariano no soportó ver el cuerpo erguido de ellos: son los que mandan, impone respeto su sabiduría. Despreciar el mandato era signo de desobediencia, motivo de burlas y desprecio.
-No tienes otra elección. Tu corazón es puro, libre de malas intenciones. Pronto serás el padre de todos --dijo el Ch'uy k'a'al.
Mariano era un hombre entero, acostumbrado al trabajo, con sus treintaicinco años no estaría dispuesto a sacrificar lo alcanzado ni arriesgarse a cometer alguna imprudencia. Sirvieron las copas de aguardiente, era un honor beber con los principales. Mariano se preparó para recibir el cargo, así lo disponía el Departamento de Protección Indígena que puso en manos de los tseltales de Oxchuc la presidencia municipal. El sería el tercer servidor del pueblo.
-¿Me quieres como a ti te quiero? --le preguntó a su mujer cuando faltaban cinco días para ocupar la silla del cabildo.
-Sí, te quiero --contestó ella cuando desataba su faja para acostarse.
Mariano acarició los pechos, el vientre y levantó la nagua de su mujer. Despertó en él un apetito que comenzó a crecer.
-Dámelo --dijo después cuando su animal despertó de su sueño.
-No, porque debes guardar los días --aseveró su mujer.
-Tú eres mi mujer.
-Sí, pero ahora no. Morirán tus hijos o se pudrirán tus testículos si no cumples el mandato de los primeros padres. El hombre que sirve no debe tener trato con la mujer. A partir de mañana sólo comerás un poco de chile molido y beberás un poco de atole simple. Purificarás tu cuerpo y tu alma.
Mariano calló, fue obligado al ayuno y a la abstinencia para la purificación espiritual durante cinco días antes y después de recibir el cargo; la violación de la naturaleza de la ceremonia elimina la pureza. La condición debe cumplirse fielmente.
Llegó la media noche del último día del último mes de ese año, los principales se dirigieron a la casa del nuevo presidente. Fueron por él. El Ch'uy k'a'al amarró un pañuelo blanco alrededor del cuello de Mariano, lo llevó jalando a la sala de recepción. Éste se arrodilló, inclinó humildemente su cabeza ante el Kajwaltik.
?Este bastón lo usaron los abuelos de los abuelos de nuestros abuelos. Aquí está para que lo lleves por los caminos y sepan quién eres. Tú tienes valor en el corazón, talento en la cabeza. No tengas miedo de ir, de llegar, de sentarte en este lugar. En ninguna parte serás insolente con la gente, así te mostrarán gratitud, así te verán con respeto. Tu boca no dirá ninguna palabra mala. Este bastón estará mejor en tus manos, tómalo --dijo el Ch'uy k'a'al.
Mariano agarró y besó con gesto de respeto el bastón de madera con empuñadura de plata y listones colgantes. El Ch'uy k'a'al se hincó, rezó frente a la santa cruz, frente al Kajwaltik. No pidió nada para él, sólo su bendición, salud, respeto y prosperidad para su pueblo. Ordenó una copa de pox, el alimento de los dioses, lo bebió de un solo sorbo. Pidió para el presidente, éste vació el contenido de un trago. Le limpiaron la boca, señal de claridad. Los presentes tomaron grandes sorbos hasta que no quedó nadie sobrio.
?Estarás al amanecer, al mediodía, al ponerse el sol, a medianoche. Aquí te quedarás, aquí dormirás, aquí beberás. No harás nada que produzca vergüenza. Nunca abusarás de tu poder. Tú eres una persona decente y de buena memoria. Si haces algo malo nunca te perdonarán. Cumple tu deber aunque resulte doloroso --replicó nuevamente el Ch'uy k'a'al.
Mariano movió la cabeza diciendo sí, sí. Se levantó, se sentó en una silla de madera. A ambos lados alzaban ramas de ocote, orquídeas colgadas, juncias sobre el suelo, velas alumbrando la noche. Le pusieron su collar de crucifijo, símbolo de potencia y valor. Era verdaderamente un soberano por su atuendo, parecía un hombre enorme. Las mujeres se formaron detrás de la corte masculina, vestidas con sus huipiles de gala, naguas azules, trenzados los cabellos con vistosos listones de colores. Algunas sostenían a sus bebés en brazos, otras los llevaban sobre la espalda. El cohetero coronó el cielo con una salva.
Cambió el año, cambió la autoridad. Tras esto, su mujer rompió a llorar, ocultó su cara entre las manos. Sabía de la gran responsabilidad, sintió preocupación. Mariano levantó la mirada, alcanzó a ver a la mujer limpiándose los ojos con la mano, se acercó a ella, pidió calma y paciencia. Se arrinconaron en una esquina de la casa de recepción.
-¡Dios mío, qué vergüenza! ¿Cómo le vamos a hacer? No tenemos dinero, no tenemos maíz, ¿quién sembrará la milpa? No hay quien alimente a las gallinas, ni quien junte los huevos. ¿De qué vamos a vivir? --dijo la mujer en voz baja.
-Pero ya soy presidente. Aquí está mi bastón --lo empuñó con fuerza--, ahora ya puedo dar justicia y castigar a los renuentes --contestó el nuevo presidente.
-Así será. ¿Quién mantendrá a tus hijos?
-Soy un hombre de Oxchuc, estoy obligado a prestar mi servicio. Estarás conmigo, dejaremos nuestra casa durante un año, viviremos aquí, en una de estas habitaciones construidas especialmente para los servidores. No ganaré ni un centavo, pero serviré con gusto, cuenta mi trabajo. Hablaré a mis parientes, pediré ayuda para mi milpa, para mi leña, solamente así lograré cumplir con honor y dignidad mi cargo. Este bastón representa mucho para mi linaje.
En seguida sacó entre los pliegues de su manto un cigarro hecho de hoja de tabaco, lo encendió y lo fumó.
-Fiesta, música y comida --ordenó la boca real.
Se levantaron, se dirigieron a la casa de la comida, adornada con puntas de pino, hojas de palma y en la entrada un arco de geranios y rosas. El suelo y la mesa de tablas sostenida por cuatro palos enterrados estaban cubiertos de juncias. Comieron con sumo cuidado, hasta dejar los platos limpios. No tiraron ninguna migaja. Todo lo que había de alimento en ese momento era bendito. Se respetaron el orden de las personas, primero los dignatarios, después los asistentes. Las mujeres se reunieron en una esquina de la casa, ahí comieron con su bojch'. Los principales bebieron pox hasta el amanecer.
Antes que el sol alumbrara el nuevo presidente se vistió impecablemente con su huipil de gala, cubrió su cabeza con una limpia manta blanca, señal de rectitud. Se dirigió a la iglesia acompañado de los principales y sus colaboradores. El Ch'uy k'a'al sembró las trece velas, puso los trece manojos de juncia, los trece pumpitos de tabaco molido con cal junto al altar. Se arrodillaron frente a la imagen del santo patrono del pueblo. El Ch'uy k'a'al movió el incensario humeante con las manos extendidas, suplicó a Santo Tomás:
-Que no se cansen sus pies, sus manos, que no provoque vergüenza. Acompáñalo por los caminos donde vaya. Santo Tomás ayúdalo en su cargo, no lo dejes solo. Te dará culto con su mujer, con sus hijos.
El Ch'uy k'a'al besó el suelo, puso el oído, escuchó el latido del corazón de la madre tierra. Pidió una copa de pox, lanzó una bocanada al suelo. Se levantó, movió su sonaja, con sus pies dio golpes tentativos como para establecer el tono y entrar en calor; enseguida se sumaron los demás, comenzaron sus danzas. Los cuerpos se movieron al compás de los pies. Parecían no resistir la seducción de la música que implantaron los primeros padres. El arpa, la sonaja, la flauta, la guitarra adquirieron vida, expresaron voces de la naturaleza, reiterando su respeto, algunas delicadas como el salto del venado, el chasquear de los labios del mico de noche, otras profundas como el aullido del coyote o el rugido del felino, unas más potentes como el trueno. Son las voces de la madre tierra, llenas de gracia y emoción. Las mujeres en fila balancearon sus naguas, movieron los pies desnudos al ritmo de la música. Algunos embriagados se pusieron a bailar también. El medidor de trago sirvió a los presentes, usó la misma copa, indicio de igualdad. Ante una señal que solamente ellos percibieron, los músicos dejaron de tocar, el baile se detuvo. Las mujeres y los hombres se agruparon y retrocedieron hacia sus lugares. Sólo el sudor que corría por la frente indicaba que danzaron. Mariano escuchó con el corazón abierto el consejo del Ch'uy k'a'al.
-Cuando los dioses de este mundo endurecen sus corazones castigan en verdad. No lloverá, el sol se detendrá, la lluvia se acumulará en otro lado. No brotará el maíz con sus hermosas cañas. No habrá verduras, el pueblo tendrá hambre. Para tocar la nobleza de sus corazones, aliméntalos con velas, incienso y cohetes, dales de beber, de comer, así tus súplicas llegarán a donde deberán de llegar, porque los pukujetik están entre las neblinas, esperan el momento oportuno para atacar. Nosotros no podemos sobrevivir sin estas ceremonias.
Mariano se levantó alegremente, se acercó a su mujer y le susurró en su oído.
-No te preocupes. El bastón nos nutre el alma,
nos da vigor y fuerza porque encarna el espíritu de nuestro pueblo.
Serviremos bien, así evitaremos caer en la maldición
de los dioses de la madre tierra. El trabajo es nuestra historia.