Con sus mejores galas rindieron honores a la Virgen
La peregrinación de payasos colmó de risas la Basílica
Ampliar la imagen Por quinto año consecutivo, el Club de Payasos de México peregrinó de la glorieta de Peralvillo a la Basílica de Guadalupe Foto: Alfredo Domínguez
Ni siquiera en la Basílica de Guadalupe los payasos logran mantener la seriedad. La celebración eucarística por su quinta peregrinación consecutiva al recinto mariano se convirtió ayer en un desfile de maquillaje, disfraces, pelucas, malabares y juegos, que resultaron en una fiesta para decenas de peregrinos presentes en el lugar.
Vistiendo sus mejores galas, mantuvieron la costumbre de hacer reír a las personas. Ya sea por portar trajes pomposos, llenos de lentejuela, pelucas multicolores, por sus clásicos zapatotes, narices rojas, grandes sonrisas dibujadas en el rostro o por bailar y entonar canciones en honor a la Virgen de Guadalupe.
Un bebé de siete meses no dejaba de mirar asombrado a Punky, con una mata de cabellos completamente tiesa, apuntando hacia el cielo, resaltando en medio de una cabeza rapada. "Yo creo que dice, se parece a mi papá cuando se acaba de levantar". Entonces para satisfacción del niño sacó de su bolsillo un globo rojo y con él armó la figura de un perrito.
Chispín acaba de regresar de las Islas Marías, en donde, al igual que en otras cárceles hace teatro penitenciario. En noviembre próximo cumple 33 años como payaso y se siente muy orgullo de su trabajo. "Estamos obligados a estudiar y prepararnos. No se trata nada más de embadurnarnos la cara y hacer figuritas con globos en restaurantes. No podemos dejar que se pierda el humor".
Después de marchar desde la glorieta de Peralvillo hasta la Basílica de Guadalupe, los payasos fueron recibidos por el sacerdote Jesús Guízar, quien se encargó de oficiar la misa. Uno de ellos, entró cantando, con música religiosa de fondo: "cómo quisiera que mi suegra se volviera lagartija, para agarrarla a pedradas y quedarme con su hija".
Otros se abrazaban o se ubicaban en las bancas del recinto mariano para escuchar las palabras que les dirigía el religioso, gustoso por encabezar la celebración. Algunos se quitaron sus pelucas de diversos tonos, mientras unos más guardaban pequeñas sombrillas con las cuales simulaban cubrirse del sol o se quitaban sombreros o estacionaban su monociclo para participar de la misa.
La mayoría iba acompañado por sus familiares. Sus hijos y esposas también maquillados. No se quejaron por la falta de empleo. Se mostraron seguros de que con calidad sí se les contrata. "Los que lo hacen son payasos al vapor", definió Chispín, así que, dijo por su parte Winnye, "la mejor tarjeta de presentación es trabajo, trabajo y más trabajo".
El padre Guízar aseguró que la presencia de unos 300 payasos hizo que la Basílica estuviera de fiesta. Les agradeció "alegrar el alma y el cuerpo de todos nosotros, y sobre todo el corazón de los niños. Cómo nos encanta carcajearnos y reír por la actuación de quienes consagran su vida para ello".
Al final de la misa, estos coloridos peregrinos se sentaron a un costado de la estatua del fallecido papa Juan Pablo II para tomarse la fotografía del recuerdo. Se despidieron gritando: "payasos unidos, jamás serán vencidos", y prometieron regresar al año siguiente para pedir porque su trabajo se mantenga como una tradición".