Reflexión en torno al proceso electoral
Lo que en la tarde y la noche del 2 de julio parecía una elección ejemplar, carente de acciones violentas o de violaciones a las leyes electorales, dio lugar en las horas y días siguientes a un escenario de sospechas, descalificaciones e incertidumbre que continúa hasta hoy, que nos parece propio de épocas que considerábamos superadas y que nos llevan a recordar los días subsecuentes a los de las elecciones de 1988.
Al inicio de este proceso de descomposición, se dijo que todo el problema radicaba en lo cerrado de los resultados, después hasta ello ha sido puesto en duda. Concuerdo con Miguel Ángel Granados Chapa en su afirmación de que hoy un fraude cibernético es imposible y que los cómputos del PREP y de las actas, si algo tuvieron mal, fue el manejo desaseado de los resultados en el tiempo, para generar escenarios prestablecidos, que por lo perfecto de sus tendencias generaron gérmenes de sospecha, aunque sus resultados finales tuvieron que coincidir con los de las actas computadas.
Si hubo un fraude, se hizo en las actas, y sólo la apertura de los paquetes para contar los votos dirá quién tuvo realmente la mayoría. Si los resultados no coinciden, el candidato ganador podría ser López Obrador, pero lo que sería un hecho es que, después de tantos esfuerzos y dinero gastado, el Instituto Federal Electoral no ha respondido a las expectativas de la sociedad y debiera ser cambiado desde sus raíces. Me atrevo a pensar que tal es el caso, por las razones básicas que expongo en este artículo.
Cuando los resultados de las actas de una casilla no coinciden con el número de votos emitidos, la responsabilidad del error es de todos los firmantes del acta, empezando por los ciudadanos que fungieron como funcionarios de la casilla, e incluyendo a los representantes de los partidos.
Si en un número importante de casillas se dan este tipo de errores, tenemos que aceptar un bajo nivel de las capacidades aritméticas básicas de la población y esto sería vergonzoso, pero no creo que sea el caso, luego de conocer la tristemente célebre llamada de la señora Gordillo mientras se realizaba el proceso electoral.
Si en las casillas cuyos paquetes contienen errores estos tuvieron una tendencia clara a favor de un partido, coalición o candidato, estaríamos ante la configuración de un fraude en un distrito, en un estado o en todo el país y serían corresponsables todos los que firmaron esas actas, incluyendo desde luego los representantes de los partidos, coaliciones o candidatos, en perjuicio de quien se cometió el fraude; los votos contados tendrían que ser resarcidos debidamente.
Ahora bien, si resulta que en esas casillas no hubo representante del partido, coalición o candidato afectado, además de la contabilización del fraude y del resarcimiento de los votos, tendría sentido saber por qué no se presentó a la casilla ese representante, y aquí me atrevo a pensar que las razones son muy graves, luego de los millones de pesos que los partidos recibieron como apoyos para sus campañas.
A principios del siglo XX, los movimientos obreros estuvieron dirigidos por verdaderos líderes sociales, decididos a luchar por sus principios e ideales, a costa de todo tipo de sacrificios y aun de sus propias vidas. Mientras los sucesivos gobiernos, incluyendo en primer lugar el de Porfirio Díaz y luego todos los demás, los quisieron doblegar por la fuerza, nada consiguieron, por lo que finalmente optaron por ablandarlos con dinero y prebendas; fue entonces cuando tuvieron éxito, todo el éxito del mundo, reduciendo a la mayor parte del sindicalismo.
En 1988 la lucha contra el sistema autoritario de partido de Estado fue brutal, cerca de 60 muertes costó al PRD a partir de los días previos a la elección. En esos años los partidos financiaban sus gastos básicamente con sus propios recursos y con muchos sacrificios; la excepción era el PRI, que contaba con todo el apoyo necesario, aunque el dinero en efectivo quizás no fuera como ahora una fuente inagotable de dispendio; sólo el suficiente para aplastar a sus adversarios.
En aquel año de 1988, como luego en 1991 y 1994, participar en las luchas ciudadanas por la democracia requería sacrificios y espontaneidad. Esos fueron los casos de las campañas de Cárdenas, de Heberto, de Rosario y aun del mismo Clouthier; quienes participaban en las campañas políticas lo hacían por convicción, sin percibir dinero y este era el caso también para los cuadros y las bases de los partidos políticos y algunos medios de comunicación. A partir de 1997 las cosas cambiaron en la medida que el IFE empezó a repartir dinero a los partidos para sufragar sus campañas, para pagar por igual anuncios de televisión que promotores territoriales, especialistas de imagen y bandas musicales, reporteros y representantes de casilla. Hoy cuesta trabajo distinguir una campaña política de los grupos empresariales, de una de un partido de oposición al sistema.
Se ha constituido así una gran industria electoral que esta dando lugar a buenos negocios familiares, los dirigentes de los partidos han comenzado a comportarse como empresarios que piensan en las campañas publicitarias en términos de "hacer inversiones", al mismo tiempo que se reparte dinero a las bases para visitar hogares, para distribuir propaganda o para vigilar casillas. Los ciudadanos siguen siendo los mismos, teniendo los mismos ideales, las mismas expectativas de democracia, pero algo ha cambiado.
A partir del 2000, los buenos hoteles, las camionetas de lujo, los gastos de representación han sido las normas comunes de operación en los partidos políticos, y en especial entre sus líderes ¿Acaso es este el tipo de democracia que deseábamos construir? ¿Qué tanto la crisis que estamos viviendo no es sino el resultado predecible de los abusos financieros que conforman todo este esquema hollywoodesco que constituye la esencia del IFE actual?