Más allá del hoy
Una evaluación cuidadosa de nuestro hoy exige una reflexión también cuidadosa. No cuento con formación y experiencia para aportar elementos que permitan no sólo un buen análisis de la tremenda complejidad política que vivimos hoy, sino el trazo de elementos para una justa solución.
Con todos los que asistimos a la asamblea informativa el domingo pasado al Zócalo, comparto una grave sensación de desasosiego. ¿Qué va a pasar? Me gustaría -muy de veras- tener ese optimismo un tanto lineal de un vocero presidencial para el que todo está claro. Como millones de mexicanos, no disfruto esa persuasión. Pero bueno... he dicho que no tengo elementos para ahondar en el debate. Y, sin embargo, me atrevo a señalar que sólo una buena salida a este conflicto ayudaría a generar un nuevo ambiente social. Un ambiente capaz de permitirnos no sólo la renovada reflexión sobre nuestra problemática nacional, sino una similarmente renovada situación para llegar a acuerdos nacionales.
Urge impulsar la superación de nuestros más lacerantes vicios económicos, sociales y políticos. Resolver problemas agudos, delicados, graves, -algunos ancestrales- que exigen el concurso, el consenso y la voluntad plenas de la mayoría. Muchos grupos de poder, de rentistas, de especuladores, se beneficiarán más si no lo hacemos. Y, frente a esta advertencia, de nuevo arribo a lo energético. Al análisis de su problemática, de sus tendencias, de sus perspectivas.
Lo energético no sólo es una preocupación más de mi vida profesional. Es el centro de ella. Y desde él trato de ver lo demás. Con todas sus limitaciones. Pero con toda su fuerza. Me he comprometido a aportar algo en este campo. Al menos por mis hijos Eugenia y Mateo. También por mis alumnos y por mis compañeros del Observatorio Ciudadano de la Energía. Y -por desgastado que suene o parezca- también por nuestro amado México. Y trato de hacerlo con el mayor rigor que puedo. De veras.
Permítanme, entonces, insistir en la urgencia de resolver dos aspectos medulares de nuestra problemática energética. Si no, corremos el riesgo de profundizar el deterioro en que vivimos: 1) el origen y el destino de nuestra renta petrolera; 2) las tendencias en cuanto a disponibilidad, producción y consumo de combustibles y electricidad. Nada más. Pero nada menos.
En este sexenio la producción y comercialización de un promedio diario de 3.7 millones de barriles de crudo y de casi 4 mil millones de pies cúbicos diarios de gas natural permitirá -lo repetiré hasta el cansancio por la gravedad de la cifra- una captación de renta petrolera (derechos de extracción de hidrocarburos) del orden de los 191 mil millones de dólares (todas las cifras en dólares del año 2005), 80 mil millones más de lo estimado al inicio del sexenio. Son fruto exclusivo de la fertilidad de nuestros pozos petroleros (primordialmente nuestro declinante Cantarell, de la por siempre y para siempre amada mar, en Campeche). Y lo dramático de estas cifras sobresale por otras dos vinculadas, del llamado gasto no programable.
Una, la del costo financiero (deuda IPAB y otros), que alcanzará 120 mil millones de dólares en el sexenio (apenas 9 mil millones de dólares más que el pasado). Otra, la de las participaciones a las entidades federativas, que llegará a 145 mil millones de dólares (curiosamente 58 mil millones más que en el sexenio pasado).
Nunca como hoy se entregó tanto dinero a los gobernadores. Nunca. Ahora bien, tiene razón Luis Ramírez Corzo, director general de Pemex, cuando asegura que nunca como en este sexenio se destinó tanto dinero a la inversión en Pemex (unos 80 mil millones de dólares, casi el doble que en el sexenio anterior). Sólo que la mayor parte ha sido dinero privado, inversión financiada, que se concentró (92 por ciento) en exploración, explotación y producción de crudo.
Sí, en este sexenio los capitales privados habrán invertido 57 mil millones de dólares en petróleo (53 mil en producción primaria). Y de 1987 (año de inicio de los Pidiregas) a 2006 acumularán 74 mil millones de dólares, 65 por ciento del total del periodo. Pero en producción primaria -la de la renta petrolera- concentrarán 71 por ciento del total.
¿Qué sigue? Una presencia creciente de privados, a pesar de que -debido a los precios altos y pese al lamentable deterioro de los yacimientos- se alcancen volúmenes enormes de renta que hoy -también lamentablemente- no se ha reinvertido en el propio sector. Y todo por la ausencia de una auténtica reforma fiscal.
Aquí, el primer gran problema energético: reforma fiscal urgente. El segundo, ligado a lo anterior, el deterioro creciente de reservas y capacidad de producción. La declinación de Cantarell no le permitirá más de 10 a 11 años de producción, dados los ritmos de extracción y exportaciones (¿Por qué no limitarlas?). Y los yacimientos nuevos son de costos mayores, es decir, de menos renta... muchísima menos. Además, cada vez menos gas natural, en relación con una demanda que explota. Y una importación creciente de gasolinas y derivados de alto valor. Pero, en tercer lugar, una estructura de consumo absolutamente regresiva. Con posibilidades múltiples de ahorro. Y absolutamente concentrada en el transporte de personas y de carga. Medida en barriles equivalentes de petróleo, representa más de 2 millones diarios. Casi la mitad en transporte.
No hay solución energética sin solución sustentable en el transporte. Mucho menos ambiental. ¿Quién le va a poner el cascabel al gato de la renta petrolera mal gastada y decreciente? ¿Quién al de la deteriorada estructura de producción y reservas? ¿Quién a la dispendiosa estructura de consumo? Más que gobierno fuerte, se requiere una sociedad fuerte y decidida. Ese es nuestro mayor reto. Fortalecer nuestra sociedad. De veras.