Dos perros corriendo
(Cuento para niños)
Dango y Dingo son dos perros que se echaron a correr.
Dango es de piernas largas y ojos negros. Dingo es blanco y de ojos negros. Dango es flaco y con manchas en el lomo y las orejas.
Son amigos. Más o menos. A veces se pelean por unos huesos de pollo que encuentran. Gruñen y se enseñan los colmillos. "Deja, el hueso es mío", dicen los dos.
Fuera de eso, son los mejores amigos del mundo. Juntos salen tras los carros en la calle y les ladran todo lo que se les antoja, gua-guau hasta la OTRA esquina.
A los ciclistas, guau, les sacan cada susto. Eso divierte mucho a Dango y Dingo. Bueno, más a Dango. Dingo, que es blanco y mediano de tamaño, a veces deja en paz a la gente que anda en bici y en moto. Le gusta mil veces más perseguir a los gatos.
Esos gatos que rompen la alfombra, estrellan las esferas del árbol de Navidad, clavan sus uñitas en los sillones y las manos de los niños. Este es uno de sus hobbies favoritos: asustar gatos de las casas, corretearlos hasta que brinquen la cerca del jardín, o al techo, a una rama de los árboles o a los muebles altos de las salas y los comedores.
Esta mañana Dingo y Dango se echaron a correr. ¿Y cuál gato? ¿Cuál carro, si no había nada? Una corredera porque sí. Así llegaron a su parque favorito. Y siguieron corriendo. El viento afilaba sus caras. Dingo como una flecha blanca de afilado hocico. Dango con sus manchas café en el hocico y la lengua de fuera.
Tan veloces iban que parecían galgos. Y tan felices como los perros pastor molestando a sus ovejas. Nada de ser gruñones como los pequineses, o ponerse histéricos como los chihuahueños.
Perros que les gusta menear la cola, eso son. Dango le dijo entonces a Dingo, jalando aire para no detener la carrera.
-Dingo, ¿por qué tan rápido?
Y Dingo contestó:
-Porque tú vas corriendo. Y tú, ¿cuál es la prisa?
-Oh, yo corro porque tú corres. Tú me diste la idea -dijo Dango.
-No -dijo Dingo- tú me la diste a mí.
Las faltó aire para seguir su carrera sin discusiones tontas, así que se callaron el hocico.
En el parque paseaban perros grandes y perros chicos. Tiraban de sus amos con fuerza, y los arrastraban para que soltaran la correa de una vez. Olisqueaban los arbustos y las colas de otros perros y perras. Es la costumbre normal de los perros.
Dingo y Dango cruzaron como flechas, sin voltear a ver ni oler. Parecían tan divertidos que los demás perros en el parque se echaron a correr alegremente tras ellos.
Primero cinco. Luego 10. Al rato 14, 20 y 25. Todos llegaron al extremo del parque sin detenerse. Dingo, Dango y los 30, 38, 43 perros que los seguían atravesaron calles y avenidas rápidamente, sin respetar la luz roja. Los carros los dejaban pasar. La gente se quedaba en la banqueta.
Hechos la bala.
Los dueños de 50, 100 perros llamaron a la policía, a los bomberos, a la Cruz Roja, a su mamá. "¡Ayuda! Se escapó Fido" (o Pepe, Firus, Morgan, Rainbow)". Todos los perros salieron corriendo.
Pronto el tráfico se hizo embotellamiento. La ciudad entera se detuvo. Llevando vacías las correas, los amos corrían tras sus perros. Y también venían los bomberos, los veterinarios y los curiosos.
Dingo dijo a Dango:
-Oye, ya me cansé. Te invito a beber agua fresca en la fuente de Las Ranas.
Dango dijo, animado y con una lengua seca que parecía corbata de tan larga:
-¡Sale!
Buena fue la idea. Los 300 perros (y algunos más) que seguían el juego también pararon a beber en la fuente de Las Ranas. Y tanto lamieron el agua fresca que se la acabaron.
Lo bueno fue que enseguida llegaron los bomberos, y llenaron la fuente de Las Ranas con sus mangueras.
Dango emprendió con Dingo el regreso a casa. Los demás perros se sintieron desorientados: no conocían el barrio donde está la fuente de Las Ranas. Tuvo que venir a rescatarlos la perrera municipal.
-Yo creo que nos divertimos -dijo Dingo.
-Yo creo que sí -dijo Dango.