Despertar
La elección dejó varios mensajes importantes. El primero es que no hemos resuelto el problema de la sucesión presidencial. A cien años de la Revolución, cuando comenzábamos a creer que Ernesto Zedillo y Vicente Fox habían sido producto del proceso democrático, y no del miedo al "México bronco", o consecuencia del voto de castigo al Revolucionario Institucional, continuamos plantados frente a la encrucijada de vivir bajo la dictadura de un partido oficial (PRI, PAN, cualquiera), regresar al síndrome latinoamericano de "hombres fuertes" y maximatos, continuar atrapados en una transición interminable o regresar al México de la violencia.
Aprendimos también que alternancia no significa democracia, y que acudir a las urnas sin presencia del ejército no significa libertad electoral. Nuestra curva de aprendizaje reveló también que el dispendio en instituciones de aparador, dotadas de tecnología de punta, no es garantía de legalidad, pues quienes programan sus sistemas informáticos y ejercen su administración son individuos de carne y hueso, susceptibles de equivocarse o ser llevados por la mala fe y la corrupción. Algunos afirman que vamos llegando, pero como en el son de la "negrita de mis pesares" no nos dicen cuándo.
Los estadunidenses suelen decir que si una cosa tiene plumas de pato, grazna como pato y camina como pato, ¡es un pato! Y muchas de las circunstancias que rodearon la elección presidencial alientan la sospecha generalizada de que hubo algún tipo de fraude electoral (grande, pequeño, cibernético o "a la antigüita"): la campaña del miedo, la intervención inusitada, y probablemente ilegal, del Consejo Coordinador Empresarial, el resultado mismo (0.58 por ciento de ventaja), las cifras programadas del PREP, el nerviosismo del presidente del Instituto Federal Electoral (IFE), las explicaciones no pedidas de los expertos cibernéticos oficiales y el manejo poselectoral de los medios para apresurar la estrategia del hecho consumado son muy reveladores.
La elección comprobó también que no tenemos partidos políticos. Fox ganó en 2000 con el apoyo financiero de una entidad no registrada, bautizada con el campechano título de Amigos de Fox, que lo llevó a Los Pinos con algo de su carisma personal y mucho de castigo ciudadano por los excesos priístas de los últimos tiempos. Hoy el PAN tradicional reclama por vez primera la victoria de un panista ortodoxo por el que sufragaron millones de afiliados, es cierto, pero también priístas decepcionados huyendo del cambio e innumerables víctimas de la campaña del miedo; electores de la masa conservadora, católica, de clase media, que constituye una parte importante del electorado y que rechazó el cambio.
El PRI obtuvo votos gracias a sus organizaciones clientelares, y a quienes optaron por "el justo medio" frente a la derecha confesional y el miedo a un López Obrador desfigurado para convertirlo en remedo de Hugo Chávez. Sin ideología, sin programa de gobierno, sin el aparato presidencial y con un candidato impuesto "a la antigüita", el PRI se desplomó.
En el caso del PRD el sorprendente resultado se debe al liderazgo de López Obrador. AMLO, como Fox en su momento, emuló a Alvaro Obregón y asumió la candidatura "por sus pistolas"; una candidatura independiente, que por momentos navegó contra la corriente misma de Cuauhtémoc Cárdenas, líder moral del PRD. Aglutinó a las tribus perredistas y organizó una exitosa alianza de izquierdas progresistas, a la que se unieron también priístas decepcionados. Así que sin partidos con opciones ideológicas claras, o planes de gobierno específicos, votamos basados en percepciones. El miedo, Hugo Chávez, Evo Morales, el catolicismo, la inseguridad, El Yunque, Salinas, el narco y los empresarios fueron algunos de los factores que impulsaron o inhibieron el voto ciudadano.
La derecha optó por Felipe Calderón y la izquierda por López Obrador, atrapándonos irremediablemente en una división que ahora entraña no solamente ricos y pobres, sino clases sociales, zonas geográficas, oportunidades y campos opuestos no bien definidos, identificados únicamente como "izquierdas" y "derechas". Y aunque ésos son los polos que atraen electores en cualquier parte del mundo, en el caso de México su enfrentamiento amenaza con desatar la violencia.
¡Cuánto daño hizo el PRI a nuestro sistema político! Nos enseñó que la Presidencia es un botín que justifica el fraude electoral y nos acostumbró a que despreocupados de candidatos, partidos o programas de gobierno (¡vaya, sin acudir siquiera a las urnas!) podíamos nacer y morir en un Estado benefactor en el que un gobierno invisible (como el enigmático Big Brother de George Orwell, o la "mano invisible" de Adam Smith) se encargaba de nuestras necesidades económicas, promovía el crecimiento y vigilaba nuestro lugar en el concierto de las naciones.
Hoy, a un mes de la elección, vivimos un triste despertar: sin presidente electo, frente a un posible interinato, ante la amenaza del proverbial "choque de trenes" y con un Congreso convertido nuevamente en botín de partidos minoritarios y candado del Ejecutivo. ¿Eso es democracia?