Fraude cibernético: rompecabezas para armar
Más allá de partidos, preferencias y posiciones, el país exige transparencia total a sus procesos democráticos. En las semanas recientes se ha puesto en evidencia cada vez con más énfasis la posibilidad de que además de las irregularidades tangibles y habituales, exista un fraude cibernético. La sola aparición de la idea es tan incómoda como increíble, porque nos enfrenta a una posible maquinación, cuya perversidad se antoja inusual y desproporcionada.
Por desgracia nuestro principal referente es, de nuevo, el país del norte. Igual que aquí, allá también existen denuncias por el carácter desigual de la contienda cada vez más dominada por el poder de las corporaciones (fenómeno facilitado desde que Reagan abolió la ley que garantizaba la equidad financiera de la competencia electoral), e igualmente se multiplican las sospechas de fraude durante las elecciones presidenciales de 2004.
Por lo anterior, en Estados Unidos crece el número de investigadores y de instituciones académicas interesados en el estudio del fraude cibernético. Hace dos semanas tuvo lugar en Salt Lake City un seminario sobre el tema, y en estos días en la Universidad de California, Davis, se desarrolla un congreso organizado por la Sociedad de Metodología Política, con ponencias sobre el fraude electoral.
Este "quiebre" de la democracia estadunidense ha sido especialmente denunciado por Robert F. Kennedy Jr. en un libro escrito con Mike Papantonio, Crimes against Nature, y explicado recientemente en un artículo publicado por la revista Rolling Stone (www.rollingstone.com) bajo el título Was the 2004 Election Stolen (La elección del 2004 ¿nos fue robada?).
En una entrevista concedida el pasado 18 de julio (www.bradblog.com), en el que hace ya referencia al caso mexicano, Kennedy hace notar la cercanía existente entre George W. Bush y los dueños de la compañía que suministró las máquinas computarizadas para votar (Diebold Machines), así como la dificultad de comprobar un posible fraude cibernético cuando los votos no son ya papeletas visibles y tangibles, sino meras cifras, pues la nueva tecnología convierte el acto de votar en un etéreo apretar de un botón.
El caso de México no es, pues, único. A las primeras evaluaciones matemáticas de los datos ofrecidos por el Instituto Federal Electoral (IFE), con base en los ritmos y simetrías de las curvas y en otros procedimientos, hoy se han sumado nuevos análisis realizados por investigadores como Jorge Zavala, Miguel de Icaza y Julio Boltvinik (La Jornada, 21/7/06). Sobre simples inconsistencias aritméticas hoy se cuenta además con los análisis del sociólogo de la UNAM Enrique Gómez ([email protected]), de Alvaro de Regil ([email protected]), director de Alianza Global Jus Semper, y de Simón Hiram Vargas, consultor egresado del Tecnológico de Monterrey (La Jornada, 12/7/06, p. 10).
Entre las nuevas investigaciones destacan también los análisis de Ricardo Mansilla, matemático de la UNAM, y de Walter R. Mebane ([email protected]), profesor de la Universidad Cornell. Ambos aplican la llamada ley de Benford. Este método difiere de las técnicas de regresión estadística y se utiliza con frecuencia en auditorías financieras para detectar fraudes de contribuyentes fiscales. Esta técnica se utilizó para el análisis de las elecciones presidenciales de Estados Unidos y en el referendo de Venezuela de 2004.
Todos estos estudios tienen, sin embargo, una limitante. Aunque todos revelan inconsistencias, rarezas o peculiaridades en los resultados ofrecidos por el IFE, es decir, hacen sospechosa la elección desde el punto de vista matemático o estadístico, ninguno de sus autores se atreve a afirmar categóricamente la existencia de un fraude. En términos epistemológicos estamos ante un caso de lo que Funtowicz y Ravetz llaman la "ciencia post normal" . Una situación en la que los científicos deben ofrecer datos y evidencias que contienen incertidumbres para tomar decisiones urgentes y de alto riesgo.
El obstáculo es, no obstante, superable. La misma "ciencia post normal" establece principios para hacerlo. El primero es que los científicos deben poner a prueba sus descubrimientos, análisis y cálculos ya no con sus pares académicos, sino con la comunidad involucrada en el problema. El segundo es que la investigación individual debe sustituirse o complementarse con la discusión colectiva. El tercero, consecuencia de lo anterior, es la aplicación del llamado análisis multicriterial: el fenómeno estudiado, dada su complejidad, debe evaluarse desde diversas ópticas, enfoques y perspectivas.
La única manera de que la veintena de investigaciones científicas realizadas sobre las elecciones presidenciales de México cobren sentido y sean contribuciones útiles, es la de su revisión colectiva. Si cada investigador ha examinado un ángulo diferente de la elección, utilizando métodos y técnicas diferentes, es factible arribar colectivamente a una ponderación científica que logre certificar o que ofrezca niveles confiables, de un posible fraude cibernético. "Armar el rompecabezas" es ensamblar el mayor número posible de piezas sueltas para arribar a un panorama fiable.
En su discurso del pasado domingo 16 de julio, López Obrador agradeció puntualmente a cada uno de los actores que exigen el recuento de los votos: empresarios, estudiantes, indígenas, profesionistas, maestros, artistas, intelectuales y un largo etcétera. Sólo los científicos estuvieron ausentes. Tremenda paradoja: si los investigadores logran en conjunto "armar el rompecabezas", las evidencias de quienes fueron ignorados resultarán decisivas a la hora en que el tribunal electoral califique la elección. La posibilidad fundada de un fraude cibernético no sólo obligaría al recuento total de los votos, sentaría un precedente inequívoco de madurez democrática.