Usted está aquí: domingo 30 de julio de 2006 Capital Faro con alma

Angeles González Gamio

Faro con alma

La palabra faro trae a la mente imágenes de luz, de guía hacia un sitio seguro donde arribar. Todo eso y mucho, mucho más es la Fábrica de Artes y Oficios (Faro) de Oriente, viejo galerón abandonado que fue rescatado hace seis años por las autoridades culturales del primer gobierno electo de la ciudad de México. La descripción del sitio cuando se iniciaron los trabajos habla por sí sola: "en medio de un solar, en un mar de basura, encontramos los cimientos de una edificación abandonada; el cemento y el acero creaban espacios generosos a la mirada, y donde se acumuló el desperdicio y el hedor de los animales muertos, imaginamos talleres de trabajo, salas de exposición, jardines para la creación y el ocio".

El sitio en que se encuentra también tiene lo suyo, ya que se trata de la delegación Iztapalapa, una de las zonas más pobres y conflictivas de la ciudad; del millón 771 mil personas que la habitan, 87 por ciento viven en condiciones de pobreza extrema. Esto nos da la dimensión de la importancia que guarda el centro cultural Fábrica de Artes y Oficios de Oriente.

Bajo la dirección de Benjamín González, Argel Gómez, Agustín Estrada y José Luis Galicia, entre otros jóvenes comprometidos con la creación y la lucha social, se ha dado vida a un proyecto cultural que tiene como base el principio de la unión entre las artes y los oficios, como dos elementos que se entretejen en una misma actividad. El desarrollo del arte pasa por aprender una técnica y posteriormente desarrollar el hecho creativo.

Esto se plasma en alrededor de 55 talleres que atienden a unas mil 200 personas, buena parte de ellas jóvenes marginados, que no tenían ninguna opción cultural.

Es toda una experiencia ingresar en el amplio espacio y caminar entre decenas de personas jóvenes trabajando en los distintos talleres, sin muros, donde desarrollan su creatividad y conocen otra manera de vivir.

Tienen la oportunidad de aprender, para mencionar unos cuantos talleres, música, fotografía, producción editorial, danza, carpintería, teatro, dibujo, pintura, diseño, periodismo, cerámica, literatura, instalación, escultura y xilografía, como el Sombra, talentoso adolescente que cambió las drogas por el buril y ahora realiza excelentes obras de arte. Los niños también tienen su lugar en una bien puesta ludoteca con talleres especiales para ellos.

Ahí no queda la cosa, ya que en alguno de los tres foros -el salón Escénico, el Foro Interior y la Plaza Pública- organizan frecuentemente conciertos, propuestas escénicas, presentaciones, conferencias, exposiciones y performances. Hasta la fecha han organizado más 2 mil eventos, con asistencia en varios de ellos de miles de jóvenes, y nunca ha habido un problema.

También tiene una biblioteca con un impresionante acervo de cerca de 20 mil volúmenes y el libro-club más grande de la ciudad. El acervo cuenta con muy buenas obras, gran parte de ellas donadas por intelectuales interesados en el proyecto, como Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y desde luego del poeta Alejandro Aura, que, junto con su colega Eduardo Vázquez, participó en la creación del Faro de Oriente.

Un plato fuerte es el Clubhouse -auspiciado por el Museo de Ciencias de Boston, el Instituto Tecnológico de Massachusetts e Intel-, un espacio que coloca al Faro en una posición de vanguardia, ya que puede ofrecer herramientas creativas que van desde el buril, la palabra o la tinta a instrumentos digitales, con el uso de software de punta.

La expresión de los jóvenes se advierte en todo el recinto, que está cubierto por pinturas murales y artístico grafiti. Una excepción es el luminoso espacio para las exposiciones, donde se han presentado desde obras de Toledo hasta modernas instalaciones. De sus ventanales se pueden ver los innumerables conjuntos habitacionales que rodean el Faro, que se encuentra en la frontera con municipios del estado de México como Chimalhuacán, Los Reyes, La Paz, Ixtapaluca y Neza, de donde llegan 40 por cientos de los jóvenes que utilizan los servicios. Esa mirada permite valorar la importancia enorme que tiene este lugar, que debe reproducirse en todas las zonas marginadas de la ciudad.

Por lo pronto, están por abrirse otros dos faros en la zona sur. Lo que resulta indispensable para que esos proyectos sean igualmente exitosos es que estén al frente personas con la mística de los que manejan este Faro, que le imprimen alma al lugar, creando un auténtico oasis cultural en un desierto, un espacio para soñar y ver la luz de la esperanza.

Con este delicioso sentimiento vamos a comer al restaurante El Quelite, que nos recomendó una de las cronistas de Iztapalapa, Silvia Zugarazo. Situado en avenida Ermita Iztapalapa 828, está decorado en estilo rústico mexicano, que armoniza con la comida, entre la que sobresalen sus abundantes molcajetes para compartir.

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