Número
121 | Jueves 3 de agosto de 2006 Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER Directora general: CARMEN LIRA SAADE Director: Alejandro Brito Lemus |
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Por Jesús Ramírez Cuevas En todos los tiempos y en todas las sociedades se han consumido drogas. En nuestra época a pesar de la “guerra global” para eliminarlas y de la estigmatización social de quienes las usan para alterar sus conciencias, millones de personas echan mano de ellas para buscar placer y diversión. Es inocultable que la “intoxicación” con sustancias naturales o químicas es parte de la historia de la humanidad. No obstante, hoy en el mundo hay menos consumidores de drogas ilícitas que fumadores de tabaco o bebedores de alcohol. En los años sesenta se puso de moda consumir mariguana, peyote, hongos, ácido, hashish como una forma de acceso a otras realidades que conviven con la autenticidad, las sensaciones místicas y creencias en la libertad sexual, la paz, el poder de la naturaleza y el amor. Como entonces, ahora también se usan, junto con otras sustancias, como juego, como desafío al poder, como reafirmación de las libertades individuales. Los “paraísos artificiales” —como les llamó el poeta francés Charles Baudelaire en el siglo XIX al exaltar el uso de drogas con fines estéticos y literarios— y las visiones generadas por el consumo de sustancias psicoactivas, han sido parte de nuestra historia cultural —en el extremo estaría William Blake, retomado por la contracultura a partir de los años sesenta: “Los caminos del exceso nos llevan al templo de la sabiduría”. Desde otra perspectiva, el poeta Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, declaró en 1993: “Siempre me he mostrado partidario de la legalización de las drogas, desde que se pusieron de moda en los años sesenta, pero por razones más bien digamos de tipo antropológico y literario, pues tienen una tradición ilustre”. En las fiestas, la calle, las discos, los raves, los conciertos de rock, mucha gente recurre a las drogas para entrar en sintonía con el desfogue colectivo. O simplemente para relajarse en la tranquilidad de su casa. La “sociedad” —autoridades, medios de comunicación, iglesias, etcétera— lo ve mal y sataniza esta realidad sin comprenderla. Pero a millones de jóvenes en el mundo parece tenerles sin cuidado la prohibición y acuden a los sitios donde el placer y el sentirse bien es la norma. En las últimas décadas los jóvenes han encontrado en el erotismo, el sexo (el sida marcó un antes y un después), las drogas, el alcohol, el rock o la música electrónica la respuesta lúdica a una sociedad que los excluye. Su paraíso, su refugio y, en casos extremos, su cárcel y su muerte. Según la Oficina de las Naciones Unidas para el Control de Drogas y la Prevención del Crimen existe un aumento global en el consumo de drogas sintéticas como el éxtasis, la cocaína y los opiáceos. Según sus cifras, hay más de 200 millones de consumidores de drogas en el mundo. “El problema no es la droga en sí sino la juventud que necesita consumir drogas”, advirtió a la BBC Luciano Povano, presidente de la Unión Nacional de Entidades de Ayuda a Drogodependientes de España (UNAD). Apuntó que la amenaza es la “desestructuración familiar y la falta de oportunidades para los jóvenes, porque a partir de ahí hay niveles de ansiedad por los cuales se abusará mucho más de las drogas que alguien que esté feliz y contento”. Drogas recreativas y drogas que idiotizan El uso recreativo de las drogas, particularmente de la marihuana y de las sustancias psicodélicas, es parte de la cultura planetaria y las prohibiciones vuelven más atractivo su consumo. En particular, la cultura de la marihuana en México tiene cinco siglos (no se diga el uso de otras plantas, hongos y animales) y los estudios culturales contemporáneos pueden ayudar a entender y dignificar a quienes consumen la cannabis. La fiesta, la recreación “alegre” y sagrada de los pueblos ha estado acompañada de la cultura de las drogas, ya sea el alcohol, el tabaco y otras plantas; y más recientemente —de manera más individualista— de fármacos y químicos, como las drogas de diseño. Sin embargo, poco se habla de las adicciones sin drogas que atraen multitudes como la televisión, el culto al cuerpo, el ansia de poder y la obsesiva acumulación de riquezas. El hedonismo y el narcisismo de la cultura contemporánea contribuyen a la expansión de la dependencia de sustancias que causan estados de bienestar o que nos alejan del estrés y el horror del “mundo real”. También hay casos donde ayudan a mejorar la calidad de vida (algo claro en enfermos crónicos o terminales que utilizan mariguana). Muchas veces significa adentrarse en el “infierno” de la enfermedad de las adicciones. Quienes abusan del consumo de cualquier sustancia o alimento, natural o químico, termina por tener problemas de salud y de convivencia con su entorno. En ese sentido, el tema de la alteración de la conciencia a través de las drogas debe liberarse de la criminalización, de la estigmatización médica y social, pues la prohibición y la represión no ayudan a comprender el fenómeno. Al contrario, reafirman el discurso del poder y el control cultural y médico sobre el cuerpo de las personas. El sociólogo Juan Pablo García Vallejo, director de La Gaceta Cannábica, único medio escrito sobre la cultura de la mariguana en México y autor del llamado Primer Manifiesto Pacheco —que desmitificó el debate sobre el uso de “la planta amiga” y enriqueció el movimiento contracultural mexicano—, sostiene que sólo un enfoque comprensivo desde la perspectiva de la diversidad cultural y tomando en cuenta a los propios consumidores, puede ayudar a evitar el prejuicio y la satanización de quienes usan plantas como la marihuana para divertirse, y entender las vertientes culturales de por qué a la gente le gusta usar drogas. La discusión sobre otras sustancias más agresivas como la cocaína, la heroína o las drogas sintéticas, requiere mayor análisis debido a sus efectos nocivos para la salud y su capacidad adictiva. Maristela Monteiro, directora del programa de Tóxicodependencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS), advierte de “los daños para el cerebro” que provocan estos productos. Criminalizar o comprender En el placer como en el amor, la responsabilidad de cada uno juega un papel importante, hay que conocer mejor lo que hacemos y lo que consumimos (“somos lo que comemos o ingerimos”, señala el etnobotánico norteamericano Terence McKenna). Es por eso que podemos cantar y reafirmar el derecho a la fiesta, al placer, pero hay que tener conciencia de lo que consumimos y las consecuencias de nuestros actos. No se trata de defender a ultranza el uso de las drogas, sino entender el contexto cultural de su consumo. No se puede cambiar lo que no se entiende y eso le ocurre a la sociedad actual con sus jóvenes que consumen drogas. Las sociedades democráticas, incluyentes y diversas, admiten también la existencia de distintos estados de conciencia, el derecho a soñar y a experimentar el placer. No sólo existen la racionalidad científica, el éxtasis religioso o los prejuicio desde el poder. También hay otras visiones mágicas o artísticas (“hacer de la vida un arte y aprender el gozoso modo de vivir). Más que buscar en los “paraísos artificiales” el placer de la vida, hacer de este mundo un paraíso, ese otro mundo posible. Como escribió hace más de medio siglo Porfirio Barba Jacob, poeta colombiano residente en México en su Balada de loca alegría (citada en la Gaceta Cannabica No.5, mayo de 2006): Mi vaso lleno —el vino del Anahuac— La noche es bella en su embriaguez de mieles |
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