El voto pobre contra los pobres
El voto pobre puede definirse como aquel que se emite bajo condiciones restrictivas de la voluntad: menos como un ejercicio de elección libre que como un recurso forzado para evitar un mal. Este voto fue el que emitió el 2 de julio un sector importante de la burguesía, la clase media y los trabajadores de menores ingresos sujetos a estrecho control de las empresas para las cuales trabajan, o bien pertenecientes a dependencias o sindicatos de cuyos jefes depende su empleo.
El voto fue empobrecido de muy diversas maneras. En primer lugar por la campaña de rumores diseñada por Acción Nacional en la que se hacía aparecer a Andrés Manuel López Obrador como un peligro y se advertía de la catástrofe que, a consecuencia de su indeseado arribo a la Presidencia de la República, traería a la población. Enseguida por la labor militante de ciertos organismos empresariales y de empresas y empresarios contra el candidato de la coalición Por el Bien de Todos y a favor del candidato del PAN.
El clima de histeria hizo presa en muchos electores. En el área metropolitana de Monterrey se percibía allí donde el azar deja saber lo que el rigor de una búsqueda deliberada a veces no encuentra. Nunca dejaron de sorprenderme mis eventuales interlocutores de alta escolaridad. "Voy a perder mi clientela", "nos van a quitar lo que tenemos", "vamos a quedarnos sin una de las dos casas". Estas frases, casi inevitablemente entreveradas con la palabra "socialismo", me anonadaban. ¿Lo decían en serio? Sí. Su candidez, su falta de memoria, su repulsa casi instintiva a lo que suponía el anuncio de peligro los colocaba lejos de cualquier racionalidad posible.
Los industriales de Monterrey fortalecían una imagen execrable de López Obrador. Alberto Fernández Garza, presidente de la Caintra, amenazó con una huelga de impuestos si el candidato de la coalición no reconocía que el sector empresarial era generador de empleos e impuestos (amañadamente se puso el saco aludido en el debate por Andrés Manuel en relación con empresarios como Hildebrando Zavala y Roberto Hernández).
Exportadores vehementes de capitales cuando las circunstancias políticas no les han parecido adecuadas a sus intereses, los generadores de empleo jamás se han tocado el corazón para despedir masivamente a sus empleados. Menos ahora se lo tocarían para aportar, sin importar el costo, a la derrota de López Obrador.
Expertos también en campañas de rumores, antes esparcieron aquél de la vacuna letal a los niños o el del inminente golpe de Estado durante el sexenio de Luis Echeverría. Una década atrás, ante la aprobación del libro de texto gratuito, hicieron proliferar la idea de que el Estado (comunista) les quitaría los hijos a los padres.
Recuerdo los efectos de esa infamia, que pudo haberse traducido en una tragedia. Vivía yo entonces en Saltillo. La Iglesia católica era el ala religiosa de la campaña en contra del gobierno de Adolfo López Mateos. Un hombre al que le daban el nombre de hermano, encargado de los asuntos estudiantiles en el Colegio Ignacio Zaragoza bajo la dirección de los lasallistas, inoculó a los estudiantes con la alarma de que los comunistas iban a tomar el local de esa institución. Los jóvenes, igual que si fuesen a cazar perritos de la pradera -entonces una práctica común-, no lo pensaron dos veces y tomaron sus rifles. La espera del enemigo, como en cualquier trinchera, se tornó exasperante conforme avanzó la noche. Y pudo ocurrir una baja por error. Alguien, ante la ausencia de los comunistas, debió haber considerado que con haberlos esperado con el propósito de eliminarlos era suficiente.
Los protagonistas de aquel episodio nunca vieron a un comunista de carne y hueso ni supieron cómo podía ser. Todo el complejo sicológico y los peligros reales sin el peligro del enemigo imaginado de aquella trama -angustia, carga agresiva, odio ciego, necesidad de castigo-, puede ser atisbado en esa obra maestra de JM Coetzee que es Esperando a los bárbaros.
Ahora volví a ser testigo de un episodio similar. En un medio con una pobre cultura política, las percepciones y reacciones de origen tribal no dejan lugar a la democracia. La información y la reflexión ceden fácilmente a los rumores.
El voto pobre, que ni siquiera con todas las perversiones que lo promovieron pudo imponerse en las urnas sin dejar las huellas dactilares del fraude al descubierto, hizo estragos y puede seguirlos causando. Sus víctimas serían ante todo los pobres. Esos que apoyaron a López Obrador con su voto técnico, pero también los que lo apoyan con su voto no técnico (el de las marchas, los plantones, las incomodidades, los desvelos).
Si Calderón llegara a la Presidencia de la República, su programa, continuación -como él ha querido subrayar- del de Vicente Fox, ahondaría en la concentración de la riqueza. No por nada los empresarios lo han promovido y lo defienden con todo. En el conteo voto por voto puede estar la posibilidad de que no sea así.