Usted está aquí: sábado 5 de agosto de 2006 Opinión Resistencia

Luis Villoro

Resistencia

El 30 de julio: una marcha por todo Paseo de la Reforma. Solidaridad. Sentimiento co- lectivo de esperanza, en la confianza de estar en lo justo.

Recuerdo hace mucho otra marcha semejante. Era la manifestación de la sociedad civil para protestar por la represión del movimiento estudiantil de 1968. Hace ya cerca de 40 años. Desde entonces no recuerdo un movimiento civil semejante. La marcha se detiene ahora varias veces en su recorrido. No puede pasar fácilmente. Todos se apretujan para acercarse al Zócalo. Se llena todo Paseo de la Reforma. Más de un millón de personas de todas las edades y condiciones. Todos movidos por una misma decisión, por una misma confianza. La marcha era signo de lo que puede llegar a ser un movimiento general de resistencia. Era la presencia de la sociedad civil en resistencia.

Un movimiento de resistencia puede ser del todo diferente a un movimiento revolucionario. En efecto, una revolución se efectúa en una ruptura violenta; un movimiento de resistencia, como el que empezó a manifestarse en la marcha, rehúsa la violencia. Otra diferencia: muchos movimientos revolucionarios se expresaron con ideologías conceptuales precisas (por ejemplo, el marxismo). Un movimiento de resistencia civil no violento, en cambio, no se expresa en una ideología, sino en una actitud colectiva de rechazo ante una injusticia sufrida, que podría expresarse en varias concepciones. Esta actitud está más allá de una ideología política específica o de alguna adhesión religiosa; se manifiesta en una actitud de rechazo común ante una injusticia sufrida. Y ese movimiento, si logra fuerza, puede ser el impulso que conduzca a una transformación radical de la sociedad.

No sólo en México, en otros países ha habido ejemplos paradigmáticos de movimientos de resistencia civil que transformaron una sociedad. Así, la lucha de Gandhi frente a la violencia (ahimsa), que logró el fin del dominio británico en la India. O el movimiento encabezado por Nelson Mandela en Sudáfrica contra el salvaje apartheid, que condujo a una nueva democracia multirracial. O aun la lucha por los derechos civiles encabezada, entre otros, por Martin Luther King, en Estados Unidos. Inclusive, por fin, la llamada "revolución de terciopelo", en la antigua Checoslovaquia y en Polonia, que terminó con los regímenes dictatoriales soviéticos.

Todos esos movimientos empezaron con una resistencia civil que condujo al afianzamiento de una democracia que, en su inicio, había sido objeto de una injusticia. También en nuestro país una chispa la incendió. Fue el desafuero injustificado del jefe del gobierno capitalino; luego la sospecha de un fraude electoral masivo. Como en los movimientos amplios en el extranjero que he recordado, es la conciencia de un acto de injusticia realizado el que puede encender un movimiento masivo de resistencia.

Pero la resistencia civil, aunque incitada por un acto de injusticia, expresa -tal vez sin enunciarlo claramente- el síntoma de una actitud permanente de sorda indignación ante un sistema que nos divide entre los privilegiados y los excluidos, entre los que pretenden tenerlo todo y los que defienden sólo su dignidad frente a una desigualdad social inadmisible. Por eso frente a la corrupción general del sistema sólo cabe la resistencia.

Ante el movimiento de resistencia civil, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) sólo tiene una respuesta: contar voto por voto para limpiar la elección. Todos debemos aceptar su propuesta; es la única manera de salvar nuestra frágil democracia. Pero esa acción, necesaria, es sólo el comienzo. ¿Basta con ello? Pienso que no.

Porque el posible fraude es solamente el fondo de un pozo más profundo que se fue cavando en las largas y costosas campañas cargadas de improperios y calumnias, con la permisión de un Instituto Federal Electoral incompetente y de un Presidente parcial. El fraude tuvo una condición: sólo fue posible en un México escindido, dividido en dos, entre ricos y pobres, entre privilegiados y excluidos, que se nos quiere imponer.

Supongamos, en efecto, que frente a la posibilidad de un fraude el tribunal electoral diera la razón a la impugnación de la coalición Por el Bien de Todos. Eso podría darnos una satisfacción pasajera, que permitiría justificar moralmente la resistencia. ¿No habría, sin embargo, que continuarla? Porque después del fallo del tribunal se iniciaría un camino lento, sembrado de obstáculos, para eliminar la corrupción y aminorar la desigualdad y la injusticia existentes.

Pensemos, en cambio, que el tribunal fallara en favor de la derecha y diera, aunque por estrecho margen, el triunfo a Calderón. Sería necesaria entonces una acción colectiva permanente de la sociedad, hasta lograr la transformación del sistema que auspició, directa o indirectamente, el fraude. Abriría el camino a una resistencia esta vez organizada, pacífica sin duda, pero sin tregua. Sería una lucha ardua, pero sería necesaria.

Así, pienso que, sea cual fuere la decisión del tribunal, es indispensable tratar de abrir el camino que nos acerque a una sociedad más igualitaria. Sólo mediante la resistencia de la sociedad civil podemos lograr que no curvemos la cabeza ante la injusticia.

 
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