Perros rabiosos arrasan Líbano
Ampliar la imagen Un iraquí regresa a casa con su hija en brazos después de que ésta recibió atención médica en un hospital de Bagdad. La niña fue herida por una bomba de fabricación casera que explotó cerca de la estación de policía lesionando a tres oficiales y a cuatro civiles Foto: Ap
La Kristalnacht, el asalto nazi a hogares, negocios y personas judías en 1939, en "represalia" por el asesinato de un funcionario de la embajada alemana, fue una fiesta de jardín comparada con la actual destrucción de Líbano por el Estado de Israel. La "represalia" nazi condujo a la matanza de varios judíos y daños en propiedades por millones de dólares. La cuota de masacre y destrucción israelí comprende más de 400 civiles libaneses muertos, miles de lesionados, 750 mil refugiados (algunos dicen 900 mil), cientos de edificios de departamentos destruidos, miles de hogares, escuelas, fábricas, acueductos, instalaciones de agua potable y alcantarillado, iglesias, mezquitas, estaciones de radio y televisión, todos los principales puentes y carreteras, aeropuertos y puertos: todo y todos los que están en pie, escondidos o que tratan de escapar hacia un refugio seguro.
El "bloqueo total" israelí, además del bombardeo de saturación, ha creado una catástrofe en términos humanitarios para 2.5 millones de libaneses. Según Financial Times (25/7/06), "la situación ha empeorado por un bloqueo aéreo y marítimo israelí y por la destrucción de puentes y caminos, que obstruye la distribución de ayuda tanto a los refugiados como a quienes se han quedado en el país". Los refugiados hablan de días de fuego constante de artillería, escasez de agua y comida, apagones y cortes de líneas telefónicas. Más siniestro es que muchos refugiados "relatan que los israelíes primero les dicen que se vayan, y luego los atacan con proyectiles cuando escapan en busca de refugio" (FT, íd.).
Las principales organizaciones judías en EU, Canadá y Europa son fieles al Estado israelí y respaldan sus crímenes contra la humanidad, al igual que los medios masivos; influyen en el Congreso, en el Ejecutivo y en las corporaciones del país, si no los dominan. La gran mentira de la "represalia" israelí ha sido tan repetida en los medios y en círculos oficiales que se toma como un hecho.
Si volvemos a lo ocurrido el 12 de julio, descubrimos que Hezbollah atacó un puesto fronterizo de Israel, objetivo militar sin significado civil. De inmediato el primer ministro Olmert ordenó el bombardeo en masa de Beirut y de blancos civiles en todo Líbano. El 14 de julio Hezbollah respondió con ataques a ciudades israelíes; la maquinaria de propaganda israelí y sus cabilderos se pusieron en acción, criticando a Bush por preocuparse por el régimen cliente de Líbano, que tanto trabajo le costó a la Casa Blanca instalar en el poder.
Abraham Foxman, director nacional de la Liga Antidifamación, atacó a Bush por pedir "moderación" a Tel Aviv. La Conferencia de las Principales Organizaciones Judías Estadunidenses puso en movimiento a sus 52 grupos. Bush reculó de inmediato y se olvidó de su cliente libanés. Israel y los 52 grupos empujaron a EU a proporcionar más bombas de 5 toneladas para que los aviones israelíes las dejaran caer sobre una nación indefensa, carente de una fuerza aérea funcional. Los ideólogos del cabildo hebreo presionaron para que EU bombardeara a Irán y Siria -la "mano detrás de Hezbollah"-, con la esperanza de desatar la tercera guerra mundial del embajador israelí Gillerman.
Mientras Washington se apresura a enviar una nueva reserva de bombas de 5 toneladas y misiles "de precisión" a Tel Aviv, está claro que la destrucción israelí de Líbano es un objetivo calculado, del cual forman parte los reiterados ataques con bombas a caravanas de refugiados y ambulancias, a hospitales, mezquitas y a los sectores musulmanes y cristianos de Beirut. El pretexto de rescatar a dos soldados cautivos es risible.
Mal hacemos en pasar por alto el contexto histórico de esta matanza. Durante años el cabildo judío ha presionado a la Casa Blanca para que desarme y destruya a Hezbollah. Para lograr ese objetivo era necesario cambiar la correlación de fuerzas en Líbano obligando a los sirios a salir, lo cual se logró mediante el asesinato del ex primer ministro Rafiq Hariri, el cual se atribuyó a la inteligencia siria, aunque jamás se presentó más prueba que un falso testigo, quien se retractó después.
Una vez con Siria fuera de Líbano, Washington logró una resolución de la ONU que llamaba al desarme de Hezbollah, sin ninguna concesión militar o territorial de Tel Aviv (como la devolución de las Granjas Shebaa ocupadas) o el retorno de los prisioneros libaneses y de Hezbollah que llevan hasta 10 años languideciendo en prisiones israelíes. La estrategia israelí era transparente: buscó aislar a Hezbollah en el mundo, obtener el apoyo de la ONU vía Washington y promover un conflicto interno entre Hezbollah y el gobierno libanés, en el cual la ONU y EU intervendrían en favor de sus clientes de Beirut.
Habiendo fallado en ambos propósitos, Israel decidió, en consulta con Washington, lanzar un criminal asalto a Líbano con el pretexto de la captura de sus soldados y atacar a Hezbollah. Washington vio en este ataque israelí varias posibilidades favorables, aparte de destruir al antimperialista Hezbollah. Una era aislar a Siria e Irán y crear un pretexto para atacarlos si realizaban algún esfuerzo en apoyo a los libaneses. Otra, desviar la atención de la horrorizada opinión pública mundial de su ocupación genocida de Irak. Una más, procurar la continuación de la poderosa influencia del cabildo judío sobre los medios en apoyo a la ocupación de Irak, ante la creciente hostilidad de la mayoría de ciudadanos estadunidenses. Por último, al proporcionar a Tel Aviv armas de destrucción masiva, como las bombas de 5 toneladas, republicanos y demócratas buscaban allegarse fondos de campaña de sus multimillonarios partidarios judíos.
Israel buscaba destruir todo Líbano y convertirlo en un páramo económico, con la idea de que al limpiar de pobladores el sur del país le resultaría más fácil declarar una zona "libre de fuego", la cual podría bombardear a discreción para acabar con simpatizantes de Hezbollah, activistas, trabajadores sociales, médicos y luchadores. La estrategia era "vaciar el estanque (el sur de Líbano y de Beirut, quizá 40 por ciento de la población del país) para capturar al pez (Hezbollah, movimiento político y social con una base de 1.1 millones de libaneses)". En el proceso, Israel busca crear un régimen cliente en Líbano y cortar el apoyo moral y material que Hezbollah aporta al gobierno democráticamente electo de Hamas en Palestina.
Las presunciones de Washington e Israel fallaron. El bombardeo israelí socavó al régimen pro estadunidense de Beirut y volvió a la gran mayoría de libaneses en favor de Hezbollah. En total ausencia de un gobierno libanés, fue Hezbollah el que llevó a las víctimas a hospitales, proporcionó comida, convoyes de evacuación y un mínimo de apoyo a todos los libaneses, al margen de su afiliación política. Tel Aviv despreció los llamados de Washington a respetar a los civiles y la infraestructura de Líbano, pues sabía que sus cabilderos obtendrían la complicidad de la Casa Blanca con el asesinato en masa y el deterioro de su propio régimen cliente.
Si EU falló en el cálculo de la "intervención de precisión" israelí, el Estado judío sobrestimó su capacidad de rendir a Hezbollah con bombardeos y tuvo que lanzar un ataque por tierra, extremadamente costoso, en las zonas montañosas del sur libanés. Por primera vez hubo bajas militares israelíes en gran escala.
La captura de dos soldados israelíes por Hezbollah fue una acción para acudir en ayuda de los palestinos de Gaza, sujetos a invasiones y matanzas cotidianas. Ni Siria ni Irán tuvieron influencia sobre esa decisión. Un experto citado por Financial Times (18/7/06) subrayó que Irán "no iba a buscarse una crisis en Líbano en un momento crítico para su diplomacia nuclear", en tanto un especialista en Hezbollah expresó allí mismo que "los dirigentes de Hezbollah no reciben órdenes de nadie".
Al atacar a Líbano y enfocarse en Hezbollah, Israel buscaba aislar más al gobierno palestino y continuar su política de bombardear a su pueblo para propiciar un éxodo "voluntario". En las primeras dos semanas de bombardeos a Líbano, Israel continuó su campaña en Gaza y Cisjordania, matando y baldando decenas de civiles, niños y luchadores de la resistencia. Con perversidad, al intensificar la muerte, destrucción y éxodo forzado en Líbano, Tel Aviv ha logrado distraer a los medios filoisraelíes del asesinato cotidiano de docenas de palestinos.
La cobertura de los medios masivos y de la prensa "respetable" sobre el genocidio israelí en Líbano no sólo repite la propaganda israelí sobre "misiles de precisión que destruyen bastiones de Hezbollah", sino que se enfocan en el puñado de muertes de israelíes en oposición a los miles de libaneses muertos o mutilados y a los millones que han quedado sin hogar, sin electricidad ni agua y sometidos a los bombardeos de edificios de departamentos. "Por lo menos la tercera parte de los muertos libaneses son niños", informó Jan Egeland, de la ONU, después de una inspección. Menos de la décima parte son combatientes de Hezbollah. Ante los bombardeos masivos contra civiles, la secretaria de Estado Condoleezza Rice comentó que son los "dolores de parto" de un nuevo orden, tal como sus predecesores del Tercer Reich justificaron el bombardeo de Londres durante la Segunda Guerra Mundial.
La sumisión y complicidad estadunidenses con el etnocidio en Gaza y ahora con la destrucción de Líbano, sin debate en el Congreso, en los medios masivos o ni siquiera en los llamados "movimientos por la paz", habla con claridad del peso del poder israelí en Estados Unidos y del enorme y continuo daño que causa a nuestras libertades democráticas fundamentales. Oponerse al terror totalitario y a la complicidad estadunidense debería ser un acto común y reflexivo de decencia. Hoy, bajo el dominio abrumador del cabildo pro israelí, es un acto de valor, aun cuando sólo llegue a algunas decenas de miles por conducto de los medios alternativos.
Traducción: Jorge Anaya