Con los pies en la boca
Oí decir que en otros países los periodistas son los nuevos críticos literarios. Con la entrevista a escritores, aunque no han sustituido a los poetas, que por fortuna mantienen la tradición del ensayo crítico, sí compiten, si no es que ganan, a los profesores de literatura que, comoquiera que sea, usan un idioma demasiado dudoso para el hombre de la calle, que es el lector más que ideal.
Además del boletín con que los provee la editorial que solicita sus servicios, suelen leer por sí solos casi la totalidad del libro que van a lanzar al público en los medios y, si no todos, la mayoría se informa mediante otros artificios de quién es el autor, si ha escrito alguna otra obra aparte de la que los reúne y qué se ha recogido de su vida y hasta de su estilo y, si lo tiene, de su aporte literario. Para entrevistarlos, llegan a aprender qué autores escriben libros de grandes ventas, cuáles más son asimismo tan respetables, aunque por razones no siempre sujetas a las leyes del mercado, que hay que citarlos al pie de la letra y, por último, precisamente de quiénes se sale pronto del paso, sin consecuencias ni otra responsabilidad que las que propician o dictan las buenas maneras y que consisten en saludar, agradecer y despedirse, en este orden pues, no porque desconocieran la convención gramatical que así, en ar, er, ir, ubica las terminaciones de los verbos, desconocerían la sucesión lógica de los usos sociales en toda sociedad.
Hay excepciones. Del que, por tener la boca ocupada con una paleta, un cigarrillo o una masa de chicle, se vale del lenguaje de los gestos para comunicarse, cosa con la que, por otra parte, se identifica con uno que otro escritor, en particular con aquellos que, aun sin ser mujeres, tienen la gracia de valerse de las manos para hablar, pero no a la manera formal de los sordomudos o los mimos o los bailarines en determinadas danzas, sino a una usanza arbitraria con la cual marcar su identidad.
Debido a los imparables adelantos todoabarcadores de la tecnología, al periodista cada vez se le facilita más la tarea. Ya no tiene que cargar con lápiz ni libreta, ni tampoco saber telegrafía ni taquigrafía, para registrar palabra por palabra las respuestas del autor a sus preguntas. Si su grabadora tiene pila, cinta o tarjeta buena y él la sabe manejar, es la máquina la que trabaja, podría decirse, mientras que el periodista sólo se ha de concentrar en atender bien a su sujeto para no fallar en la transcripción, la interpretación y la redacción del material que habrá de pasar a la pantalla en pro de la difusión exacta y hasta bella de los comentarios de su autor.
Entrenado en la técnica de la entrevista, el periodista reconoce y transmite los tonos y las intenciones de los que se vale un escritor para expresarse al presentar su obra. La duda de unos, la emoción, la ironía, el desencanto; de otros, la autocomplacencia, la satisfacción, el aplomo, la arrogancia. No hay periodista sin talento para observar, entender y escuchar. Buenos retratistas, saben situar a su personaje tanto en el ambiente y en la atmósfera que mejor lo encuadren, como en los que mejor entreguen al público el texto objeto de la entrevista o del reportaje.
Tras la desaparición del crítico, ahora es el periodista el que conoce de literatura. De ahí que esté capacitado para orientar acertadamente al lector. El editor hace bien en descansar en los periodistas como extensión efectiva de algunas de las funciones indirectas de la editorial.
Según oí decir, en esos otros países los medios y, en el caso que nos concierne, las secciones culturales para las que trabajan estos periodistas específicos, hacen bien en tener como meta poner al tanto a toda comunidad de todos y cada uno de los acontecimientos literarios de trascendencia que ocurren en el mundo a diario, sin otra distinción o calificación hacia el autor y su libro que las que se refieren a principios y gustos educados pues, crecientemente, todo medio trabaja en pro de la civilización de la sociedad humana en su globalidad.
Si hay pugna entre un medio y otro, entre un periodista y otro, se trata de rebatingas que en ningún caso se dan en detrimento del autor ni de su libro; nunca, tampoco, en perjuicio de las sociedades que confían en que el medio que fuera que las vincula con el exterior y a unas con otras pone a su alcance lo que vale la pena que conozca para su edificación, según oí decir.