Golpe de Estado ex ante
Me voy a permitir usar, con perdón de Gunnar Myrdal (si estuviera vivo), dos expresiones del campo de la economía para clasificar los dos tipos de golpe de Estado posibles en nuestros tiempos. Las expresiones de Myrdal son ex ante y ex post. La primera quiere decir "de antemano" y la segunda se refiere al presente o a algo ya realizado. Mi uso de estas expresiones es por analogía y no tiene nada que ver con el que le dan los economistas.
De lo anterior planteo que hay golpes de Estado ex ante y ex post. No debe olvidarse que, por definición, los golpes de Estado sólo se llevan a cabo desde los órganos del mismo Estado, independientemente de que sean auspiciados desde el exterior (por fuerzas extranjeras) o desde el interior (por fuerzas internas). Los más comunes a lo largo de la historia han sido los ex post, es decir, los que se realizan en contra de un poder instituido en curso, por ejemplo contra Salvador Allende en Chile o, más recientemente (2002), contra Hugo Chávez en Venezuela, aunque en este caso no resultara y fuera revertido. Los golpes de Estado ex ante se preparan antes de que un nuevo gobierno se instale y se llevan a cabo evitando que un opositor al régimen gane la elección. En el primer caso es necesaria una división previa del ejército para que una facción domine sobre la otra y sea posible otro gobierno de orientación distinta apoyado en las bayonetas o directamente en manos militares. En el segundo caso los militares permanecen al margen y el golpe se lleva a cabo impidiendo, a cualquier costo, que un opositor gane y rompa con su gobierno la continuidad del que está en curso y de las fuerzas que lo apoyan por diversas razones.
El modelo de los golpes de Estado ex ante es el que me interesa desarrollar en esta entrega. Se trata de aquellas acciones, desde los órganos del mismo Estado, que tienden a evitar que un partido o un candidato ocupe la jefatura del gobierno de un país, de preferencia sin derramamiento de sangre y con base en un uso a conveniencia de las leyes existentes y trucando las elecciones mediante diversos métodos cada vez más sofisticados.
Un ejemplo mexicano de golpe de Estado ex ante fue el de 1988. Dado que la ley electoral en aquellos momentos no impedía la formación de un frente electoral de varios partidos en apoyo a un candidato, no se pudo impedir que Cuauhtémoc Cárdenas fuera el contendiente principal a derrotar. Cuando el gobierno de Miguel de la Madrid se percató de que el michoacano estaba ganando, optó por desconectar el sistema de cómputo e inventar sus propias cifras para dar el triunfo a un continuador de las políticas neoliberales en curso: Carlos Salinas de Gortari. Quizá -porque no tengo forma de demostrarlo- Colosio fue asesinado por lo mismo: porque a pesar de haber sido el candidato del PRI su proyecto no coincidía puntualmente con el del gobernante espurio producto del golpe de Estado ex ante, burdo por añadidura. El cuerpo del delito (los votos) fue primero resguardado por el ejército bajo las órdenes del presidente, y luego quemado para evitar cualquier comprobación en sentido contrario a los "resultados electorales oficiales".
Los votos de aquella elección nunca pudieron contarse, por lo que muchos mexicanos nos quedamos con la certidumbre de que nuestra voluntad había sido burlada y, por supuesto, cubierta con la legalidad del poder. Salinas fue ilegítimo, pero se intentó a toda costa que fuera legal, gracias a que las leyes no sólo están hechas para beneficio de quienes tienen el poder, sino que sus intérpretes son parte del mismo poder y, desde luego, corruptibles.
Recientemente tuvimos dos ejemplos más de golpe de Estado ex ante, pero en Estados Unidos. George W. Bush, con la complicidad de su hermano Jeb (gobernador de Florida), del ex alcalde de Miami, Xavier Suarez, experto en fraudes electorales, y del Tribunal Supremo (Suprema Corte), presidido por William Rehnquist (el mismo que le tomó la protesta a Bush), ganó a Al Gore en 2000 trampeando la base de datos del sistema de cómputo en Florida. Casi lo mismo se hizo en 2004, pero en Ohio, contra John Kerry.
Lo que hemos visto, leído y analizado en México, desde el famoso desafuero hasta las decisiones del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), embona perfectamente en la caracterización de un golpe de Estado ex ante. El poder del Estado y el uso conveniente de la legislación ha tratado de impedir, a toda costa (y costo), que López Obrador sea presidente del país. El Presidente de la República, la mayoría aplastante y mecánica del PRI y del PAN en el Congreso de la Unión (principalmente en la Cámara de Diputados), el supuesto órgano autónomo conocido como Instituto Federal Electoral y el Poder Judicial (incluido el TEPJF), todos unidos con las fuerzas oligárquicas del capital y de la Iglesia católica, han llevado a cabo un golpe de Estado ex ante para evitar que se rompa con la continuidad neoliberal inaugurada en 1982 y que se afecte a los beneficiarios principales de estos gobiernos.
¿Pruebas? Aparte de todas las que ya se han exhibido, con una basta y sobra: todos los mencionados en el párrafo anterior, más Felipe Calderón y asociados, se han opuesto a que se cuenten los votos en su totalidad. Si se supieran vencedores hubieran sido los primeros en pedir que se contaran. El golpe de Estado de ahora es menos burdo que el de 1988. Aun así, ¿lo aceptaremos? Yo no. La consigna "voto por voto" sigue vigente.