Günter Grass: los tres reyes magos
Ampliar la imagen El Nobel de Literatura alemán, Günter Grass, en imagen de archivo durante una visita a la Feria Internacional del Libro, en Frankfurt, en octubre de 1999 Foto: Reuters
A bril de 2005. La ciudad de Lübeck, al norte de Alemania, celebra la inauguración de La-Casa-Günter-Grass. Tres señores de setenta y tantos años salen por el patio trasero de una casa en el suburbio más antiguo de la ciudad. El primero es un hombre muy alto y delgado, lleva una boina vasca y grandes anteojos. El segundo de pelo blanco y una mirada azul transparente, muy delgado también, tan frágil que se lo puede llevar el viento, viste una camisa azul de cuadritos blancos. El tercero, un hombre robusto, de aspecto furioso, con un amplio bigote y casi sin cuello, avanza inclinado hacia adelante y tiene una cara sombría, de muy pocos amigos. Los tres fuman en cadena y se exhiben insuperables -acostumbrados a la fama- ante unos 20 fotógrafos y reporteros que desatan una tormenta de luces, flashes y preguntas. Los tres reyes magos de la literatura alemana contemporánea. Los tres grandes representantes de la antigua República Federal de Alemania: Peter Rühmkorf, Hans Magnus Enzensberger y Günter Grass. El premio Nobel 1999 había invitado a sus dos amigos a la inauguración del Museo de su vida y su obra. Por primera vez se presenta completa la obra gráfica de Grass; no sólo es un gran novelista, sino también un magnífico dibujante.
Los tres se conocen desde hace 50 años. Desde entonces dominan la escena literaria y política de Alemania. Grass y Enzensberger sin duda. Rühmkorf es menos conocido. Peter Rühmkorf es el acróbata de la poesía, el artista en el trapecio de la lírica, el aguafiestas y, quizá, el mejor poeta de los tres; Rühmkorf nunca ha querido tomarse en serio y, por esa misma razón, el mundo de la literatura no lo ha tomado en serio. Los otros dos son hombres del poder, reyes del sol en el mundo de los libros. Pero como en este mundo sólo existe un sol, Grass y Enzensberger se separaron desde hace mucho tiempo. Después de 38 años, los tres escritores vuelven a reunirse en la casa de Grass para leer poesía. Sólo poesía. Setecientos espectadores han abarrotado la casa y escuchan atentos; las entradas se agotaron desde hace tres meses, la televisión no obtuvo el permiso para transmitir la lectura. "Los tres son un regalo del cielo", escribe Volker Weidermann, el cronista del evento, que incluyó esta crónica en Años luz, su historia de la literatura alemana contemporánea.
Abril de 2005. Aquí concluye uno de los capítulos más importante de la literatura alemana de la posguerra. Las siguientes generaciones de escritores alemanes tuvieron una larga disputa con estos tres venerables setentones, pero el desacuerdo se ha perdido en el tiempo, sus críticas y sus apremios se escuchan cada vez menos. "No pueden deshacerse así como así de nosotros" -afirmó Grass esa noche-, "estamos vivos y seguiremos escribiendo. Nuestro final no llegado todavía".
A principios de 1947, después de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, se produjo un movimiento de revalorización de la literatura alemana. El escritor Hans Werner Richter reunió a los escritores alemanes más notables, ese grupo pasó a la historia de la literatura con el nombre del Grupo 47, un nuevo comienzo para la literatura alemana después de los 12 años de dictadura nacionalsocialista. Rühmkorf, Enzensberger y Grass eran los nuevos -la segunda generación- que incluyeron un nuevo tono y una afilada inteligencia en la literatura alemana contemporánea. Cuando Günter Grass leyó por primera vez, en 1955, ante sus compañeros del Grupo 47 estaba rodeado de editores y periodistas que deseaban publicar un pequeño volumen con sus poemas. Unos tres años más tarde, en 1958, cuando leyó dos capítulos de una novela que estaba escribiendo, recibió el premio del grupo por unanimidad. Se trataba de la novela más conocida y la más poderosa de la literatura alemana de la posguerra: El tambor de hojalata (1959). La fama de Günter Grass y del Grupo 47 se expandió desde entonces con una velocidad asombrosa por todo el mundo.
Günter Grass es el escritor barroco del placer sensual y de la justicia, un incansable fabulador de historias, el pequeño hombre de Danzig, hoy Gdansk, Polonia, integrante de una pequeña etnia, los casubo-alemanes, dotado de todos los recursos literarios y creador de la gran épica alemana de la posguerra. Un auténtico narrador. La fuerza del comienzo lo ha sostenido durante toda su vida. Aunque es un despropósito decir que Grass es el escritor de un solo libro con gran éxito (one-hit-wonder), se puede afirmar que no volvió a alcanzar el ritmo de la prosa y el dominio de sus personajes como en El tambor de hojalata. Su primera obra fue, al mismo tiempo, la mejor.
Después aparecería una verdadera saga germana, un amplio mapa en el que todo se bate apasionadamente con los comunes denominadores alemanes de la frustración, la violencia, los sueños de liberación y las mitologías de la represión y la derrota del nazismo. Gato y ratón (1961), Años de perro (1963); su crónica de una campaña electoral: El diario de un caracol (1972), Encuentro en Telgte, (1979), una narración barroca donde Grass ubica 300 años antes el encuentro del Grupo 47; El rodaballo (1980), donde el mito del cuerpo de la mujer se vuelve realidad; Es cuento largo (1995), una novela de casi 800 páginas sobre el novelista prusiano Theodor Fontane, escrita entre la caída del Muro de Berlín y la Unificación de Alemania, un panorama literario de la historia alemana desde el fracaso de la Revolución de marzo de 1848 hasta nuestros días; Últimas danzas (2003), una antología de sus poemas. En su novela A paso de cangrejo (2002), Grass afirma que es necesario retroceder para avanzar, como los cangrejos. El Hundimiento del Wilhelm Gustloff (2001), narra el ataque soviético, el 30 de enero de 1945, y el hundimiento de un barco enorme con miles de refugiados alemanes de Prusia Oriental a bordo; en su mayoría, niños. En Alemania, las poderosas asociaciones de refugiados de Prusia Oriental habían monopolizado el tema sólo para señalar que la verdadera violencia no fue la nazi sino la soviética. Günter Grass asumió entonces el riesgo, se enfrentó a un grupo político ultraconservador, los despojó del monopolio que no era suyo y escribió una novela conmovedora. Por esa razón en la novela opone el tema de la muerte de miles de refugiados alemanes al destino fatal de un joven de la ultraderecha, un militante neonazi. A partir de esa tragedia, Grass hace un recorrido por las zonas más sacrificadas de la población alemana durante la guerra, que apenas se estudian en los libros de texto de la nación. Después de haber obtenido el premio Nobel de literatura, Grass se ha convertido en la roca inamovible de la literatura alemana y también de la política alemana.
La unificación de Alemania (1989) es inexplicable sin la derrota del régimen nazi, así como Günter Grass es inexplicable sin su permanente discrepancia con el pasado alemán. A partir de los años 60, Grass se dio cuenta de que la rebelión estudiantil en las universidades (1966-1969), sobre todo la Liga de Estudiantes Socialistas Alemanes, habían iniciado una de las críticas públicas más severas a los miembros del partido nazi que ahora se disfrazaban de profesores, de empresarios o industriales, y vivían como ciudadanos honestos. Aun en una actividad evidentemente menor, como su militancia en el Partido Social Demócrata, en la vida de Günter Grass asombra su arrojo. Y es que en la sociedad del "milagro alemán", de la bonanza y el Estado de bienestar, el hecho mismo de ser escritor, pone al novelista a siglos de distancia de los ex militantes del partido nacionalsocialista, y no puede hablar con ellos. El propio idioma literario, la prosa de Grass es una afrenta a las buenas conciencias alemanas, a los fariseos ideológicos, que lo acusan de inmoral y pornográfico. Grass detestó, como todos los escritores dignos de la época, la hipocresía de los consorcios alemanes que se dedicaban a la explotación de los trabajadores huéspedes, los migrantes españoles o turcos, que a principios de los 60 despertaban la xenofobia de las clases medias alemanas.
La literatura es una obra en común. Hans Magnus Enzensberger y Günter Grass son los primeros escritores alemanes que se despojaron de su milenario provincianismo germano, descubrieron el mundo y atendieron las necesidades de los por ese entonces llamados países subdesarrollo, el tercer mundo; tuvieron el amargo destino de precursores literarios, precursores tan inteligentes y cosmopolitas que, como era natural, carecieron de discípulos. Günter Grass, el novelista alemán de la burla, la parodia, la histeria y la inquebrantable necesidad de claridad, amor y solidaridad, es el novelista que hoy confiesa haber pertenecido, a los 15 años de edad, a una banda de asesinos, las Waffen-SS, durante los últimos meses de la guerra. ¿Hay que llevarlo por esa confesión al cadalso? ¿Hay que retirarle, como quiere Lech Waleza, el premio Nobel? A principios de 1985, cuando Ronald Reagan y Helmut Kohl visitaron el cementerio militar de Bitburg, donde están sepultados la mayoría de los oficiales de las SS, Günter Grass fue una de las voces que se levantaron contra la visita, porque era como rendirle tributo a los caídos de una organización criminal, la SS. ¿Alguien entiende algo?
Sí, todos guardamos un secreto, como cualquier desgracia del reloj terrenal, que muchas veces olvidamos para siempre. El escritor es un producto de su época, pero la época es también un producto del escritor. Los autores crean también la realidad. Grass es, sin duda, uno de los grandes escritores de nuestra época. Su desdicha es parte de la desdicha de Alemania. Su valentía es ejemplar; su silencio, inaceptable.
Una de las objeciones más constantes que se han hecho a la obra de Grass es la de construir una literatura demasiado artificial de la forma en que sus personajes vivieron y padecieron el nacionalsocialismo.Sus críticos olvidan que Grass es uno de los grandes maestros de la parodia alemana, sólo comparable con E.T.A. Hoffmann, Bertold Brecht o el mismo Thomas Mann. Sus personajes son muchas veces, como en El rodaballo, capas míticas irreconciliables no sólo entre sí, sino cada uno en sí mismo. Un hervidero alegórico de conflictos, una carcajada ante el horror de esa historia insalvable.
En su discurso Escribir en un Mundo sin paz con el que inauguró el 72 Congreso del PEN Internacional hace tres meses, en Berlín, Günter Grass habló ante unos 450 escritores de todo el mundo de la piadosa patraña que consiste en afirmar la existencia en el pasado de un mundo en paz. "¡No!, siempre ha existido, más cerca o más lejos, alguna guerra. Muchas veces se ha camuflado como 'pacificación', pero mortífera ha sido siempre". En El diario de un caracol (1972), Grass había escrito que la política era una parte del proceso civilizatorio que impedía que nos extermináramos los unos y los otros. Por esos días se encontraba recorriendo Alemania Federal en la campaña política de Willy Brandt.