Con dinero y sin dinero admire a un superstar de la plástica
Oportunidad única y AAA en Polanco
AAA. Oportunidad única. La galería Enrique Guerrero de Polanco vende siete cuadros de Julian Schnabel, otrora pintor de culto y hoy superstar de la plástica contemporánea, cuya obra figura en los museos y galerías más importantes del mundo. Que las contingencias poselectorales no lo atemoricen ni lo agarren malparado (será melón, será sandía). Asegure su futuro invirtiendo en arte.
Si es de esos mexicanos que todavía no han sabido aprovechar las oportunidades que este generoso país ofrece, si no le alcanza ni siquiera para el marco de una de las obras, no se achicopale: dése por lo menos una vuelta, que por ver no se paga. Llénese los ojos y el gusto con estas obras, seis de gran formato que difícilmente volverá a ver en directo (o sea, a menos que se escape un fin de semana a los museos de Arte Moderno de Nueva York, al Whitney de Arte Americano, a la Galería Nacional en Washington o al Guggenheim de Bilbao).
Admire, por ejemplo, esos dos óleos sobre terciopelo blanco (de 178.4 x 107.3 centímetros cada uno) de la serie Carey, de 1992. Sobre el fondo salpicado de gotas de pintura y otras sustancias de misteriosa procedencia se expanden, sinuosas, dos manchas aguamarina que entran en inevitable diálogo con quien las observa. Depende con que actitud se les aprecie, pero hasta pueden servir como espejo para mirarse el alma.
Ya que si prefiere algo, digamos, más alegre, vital y figurativo, se recomiendan otros dos lienzos, óleo y papel tapiz sobre tela, de 238.6 x 106.7 centímetros. Ambos, de 2003, se llaman Sin titulo. Sendos paisajes:
1. Al fondo cielo azul jaspeado con ''rabos de nubes" (Silvio Rodríguez dixit) blancas; un poco más acá, montañas majestuosas con una arboleda al pie; después un prado edénico; en primer plano el lomo de una colina tras el cual sobresalen apenas las cabezas de unos jinetes (¿cazadores, jugadores de polo?). De pronto -ya los críticos han advertido cómo es de transgresor Schnabel- los ojos se topan con grandes manchas violáceas que vuelven incierta la paz y la armonía que se desprende del paisaje.
2. También en este cuadro hay árboles, un jardín apacible y una cabaña que se antoja acogedora. E igual que en el anterior, como monstruos metafísicos saltan las manchas violáceas sobre la reconfortante pulcritud del paisaje.
Ahora que si viene usted con la sensibilidad expandida y el espíritu abierto, a lo mejor le gusta el delirio de furiosa policromía (Sin título, 2006, óleo, cera y resina de polímero sobre tela, 182.9 X 231.1 centímetros) ante el cual uno casi puede ver al autor brocha en mano, trazando y curvando esas gordas líneas negras, amarillas, blancas; erigiendo esas verticales, especie de columnas atrás de las cuales debaten más colores. Abstracción pura.
Pero si de plano lo suyo es el figurativismo, y más aún el retrato, cheque Retrato de Helena (1998, óleo y resina de polímero sobre tela, 200.7 X 193 centímetros). Asegura Fernanda Rangel Murguía, encargada de ventas de la galería, que ''hay pocas personas que saben que Schnabel es un excelente retratista".
Sin afán de críticos, lo que el ojo ve: Helena tiene pelo largo, castaño que le cae por los hombros; grandes, intensos, sorprendidos ojos verdes, que miran un poco hacia abajo y a un lado. ¿Qué llama su atención? La nariz es recta y breve, con un lunar a la derecha. La boca grande y los labios carnosos esbozan un amago de sonrisa triste. Lleva vestido negro, sin mangas, de tirantes, ajustado. Tiene las manos ocultas, como entrelazadas por la espalda, a la altura de las caderas.
Ante el cuadro uno se pregunta: ¿cuánto tiempo, cuántas horas, cuántos días, posó la verdadera Helena para que Julian Schnabel la atrapara como lo hizo en este retrato?
No pierda esta oportunidad única. Con dinero o sin dinero, hoy, por último día, puede apreciar una muestra breve, pero elocuente, de Schnabel, ex pintor de culto, ahora cineasta. Informes en Horacio 1549, casi esquina con Ferrocarril de Cuernavaca.