EJE CENTRAL
Módulo 78
Mercedes se aclara la garganta, como siempre que va a leer un documento oficial. Primero comprueba que sus apellidos estén bien escritos: Peña Borini. Por no haber tomado esa precaución la excluyeron de dos programas de vivienda: la primera vez, porque le faltó la tilde a la eñe, y la segunda, porque "Borini" apareció escrito con ve chica. De no haber sido por esos errores, que ella no cometió, hace años que Mercedes viviría en una casa de verdad y no en el módulo 78 del campamento 163.
El mensajero que le entregó el documento y espera que le firme las copias le muestra el legajo de oficios aún no repartidos:
-Se me está haciendo tarde. Firme y después lee su original con calma, al fin que tiene cinco días hábiles para presentarse en la oficina de Barrientos.
-De Iztacalco a Barrientos, ¿se imagina? -Mercedes siente por adelantado el agobio del viaje y comienza a leer-. "Programa de Reordenación de Campamentos, Módulos Provisionales y Areas Siniestradas dentro del Perímetro Urbano 204, Campamento 163, módulo 78".
-¿Piensa leerlo todo?
-¿Usted firma cualquier papel que le ponen enfrente sin estudiarlo? Yo no, y menos después de lo que he visto. A una señora que vivía en el módulo 40, por firmar así nomás, la echaron del campamento. Cuando protestó, el leguleyo que vino a sacarla le puso enfrente los papelitos que la tonta había firmado comprometiéndose, sin saberlo, a dejar el módulo en 72 horas. Tuvo que apechugar. Y todo por no leer.
Derrotado, el mensajero no oculta su impaciencia. Mercedes mira a su alrededor en busca de un sitio donde pueda sentarse el emisario. No hay un milímetro vacío, ni siquiera en las paredes de lámina tapizadas de retratos, imágenes religiosas, ropa, trabajos escolares que le regalaron sus hijos y un calendario de 1981 con el Idilio de los Volcanes. Se acerca y lo endereza:
-Es del año en que llegamos aquí, muchísimo antes del temblor. Por eso no lo he tirado.
-¿Qué cosa? -pregunta el mensajero mientras se limpia el sudor de la frente.
-¿Ya sintió el calorcito, verdá? Y eso que ha llovido mucho. En abril esto es un horno. Ha de ser por las láminas y por tantas cosas que conservo.
Mercedes abarca con la mirada los muebles encimados y las cajas que forman columnas hasta el techo.
-A mis hijos les molesta que guarde todo esto. Para ellos son porquerías, para mí no. Imagínese si voy a deshacerme de sus calificaciones, o de la colcha que me tejió mi madre cuando me casé.
Mercedes quita de una silla un bulto de ropa: -Siéntese, joven, nada más que con cuidadito, porque tiene flojas las patas -se soba una rodilla-. Dicen que todo se parece a su dueño.
El mensajero acepta la invitación a sentarse y Mercedes lo mira complacida: -¿Qué le ofrezco?
-Un vasito de agua, si no es mucha molestia.
-Híjole, ¿qué cree? Se lo voy a deber. Tengo Fanta, pero está al tiempo, porque mi refrigerador anda fallando -no espera la respuesta y vierte el refresco en un vaso-. He pensado en poner un estanquillito para venderles a mis vecinos lo mínimo indispensable, como el agua. La que nos llega aquí no se puede tomar: sale chocolatosa.
-¿Y ya se quejaron en la delegación?
-Miles de veces, y ¿qué nos ganamos? Perder el tiempo y que nos amenazan con que si seguíamos de revoltosos iban a sacarnos del programa de reubicación. Después de tantos años de esperar no vale la pena arriesgarse. Nos quedamos calladitos y compramos el agua. Podríamos hervirla, pero nos sale muy caro por las subidas del gas.
-¡Está cañón! -el mensajero toma un último trago de refresco-. ¿Dónde pongo su vaso?
-No se moleste, démelo -Mercedes lo deja sobre las ollas y platos que inundan la mesa-. Me da pena que vea usted tanto desorden, pero le juro que no es por mi culpa. Es imposible tener arregladito un lugar tan pequeño y donde vive tanta familia.
-¿Cuántos son?
-Ocho, bueno, más bien siete, porque mi esposo y yo estamos medio distanciados y ya casi no viene. Lo prefiero: así por lo menos no lo oigo repelar. Le molesta la música que les gusta a mis muchachos. La ponen tan fuerte que ni me dejan oír bien mis novelas. En La verdad oculta salió una casa muy bonita, con su comedor precioso, su piscina y un jardín muy grande. Las plantas son mi pasión, pero ahora no tengo ni un helecho. Aquí, ¿dónde lo meto?
-Pues cuando le entreguen su casa...
-Ya ni me diga. No quiero hacerme ilusiones.
-No es porque yo trabaje en Reordenación, pero a muchas personas que vivían como usted ya les dieron sus casas. Ahora es su turno: lea la documentación que le entregué y, por cierto, no vaya a perderla.
Mercedes toma de la litera los papeles y los contempla: -¿Se imagina cuántos oficios como éste he recibido? ¡Cientos!
Señala hacia las cajas: -Allí están todos, empacaditos como mis ilusiones.
-¿Por qué los guarda? Ya ni han de servir.
-Por si acaso, pero el día en que me vaya de aquí voy a quemarlos y a bailar como apache alrededor de la hoguera.
La puerta del módulo se abre y entra una niñita con la mochila a su espalda: -Yaikina, ¡mi amor! ¿A poco ya saliste de la escuela? ¿Pos qué hora es?
-La una -dice el mensajero.
Mercedes le muestra a la niña la lata de refresco: -¿Te sirvo un vasito? -no obtiene respuesta de la niña, mientras sube a la litera y enciende el televisor, que está sobre el ropero-. Es mi nietecita... Ya sabe cómo son los jóvenes ahora: m'hija Débora hizo su gracia a los 14 años y ahora le cuido a la Yaiki mientras ella se va a trabajar: atiende una lonchería en la Tapo.
El mensajero le muestra la copia de los documentos: -¿Qué hacemos, me los firma?
-Está bien, pero nada más porque usted me inspira mucha confianza, no como los otros que han venido. ¿Me presta algo con qué firmar?
-Sí, cómo no -el mensajero se palpa los bolsillo de la camisa-. Ah, caray, creo que perdí mi bolígrafo. ¿Usted no tiene?
-Debo de tener, pero buscarlo aquí es como una aguja en un pajar -se dirige a su nieta-. Yaiki, linda, ¿me prestas tu bolígrafo?
La niña le arroja la mochila: -Allí está, cógelo.
-Se dice tómalo, mi amor -con los documentos que recibe del mensajero Mercedes se inclina sobre la mesa-. Déjeme limpiarla tantito, no vayan a ensuciarse. No se ría: una vez me rechazaron mi solicitud sólo porque llevaba una mancha de café. Desde entonces no he vuelto a probarlo, y eso que me fascina.
-¿Me firma? No le hace que se manchen, al fin que nada más son copias. Si se tratara del original sería otra cosa.
Mercedes extiende los papeles sobre la mesa: -Llevo tanto tiempo sin hacer esto que ya ni recuerdo mi firma.
-Hágala como la que está en su credencial de elector.
-La perdí. ¿Creerá que no he tenido tiempo de ir a reponerla?
-Se la van a pedir cuando vaya a la oficina de Campamentos. Acuérdese: tiene cinco días hábiles para presentarse.
-¿De aquí a entonces cree que me renueven mi credencial?
-No. Es un trámite medio colgado. Perdí la mía y tardaron dos meses en darme la nueva -el mensajero se apropia del original.
-Espérese, no lo he firmado.
-Es que si no tiene su credencial es inútil que sigamos con el trámite, porque a la hora en que se presente en la oficina...
-Ya me lo dijo... ¿Qué hago, dígame qué hago?
-Búsquela.
-Y si la encuentro, ¿adónde me comunico con usted?
-Casi no estoy en la oficina y ya me cancelaron el celular: dicen que ya no hay lana.
-¿Y no podría usted hacerme el favor de volver pasado mañana, para que me dé tiempo de buscarla?
-Sí puedo, pero no tiene caso: los documentos que no se devuelven a la oficina el mismo día se archivan hasta el siguiente programa de Reubicación. Se retrasará un poquito más que los anteriores, porque como habrá cambio... Ojalá las nuevas autoridades quieran seguir con el programa, porque si no... Lo siento de veras y gracias por el refresco.
En vano Mercedes extiende los brazos para detener al mensajero. Ve a su nieta despatarrada en la litera, mirando absorta la televisión:
-A ver, Yaiki, hazte para allá -la niña se pega a la pared y se deja abrazar por su abuela, que observa fascinada la pantalla:
-A mí también me gustan las caricaturas donde hay princesas que viven en palacios de mármol a la orilla del mar. Tú vivirás así.