Si no luchamos con firmeza, nos arrasará el vendaval autoritario, asegura AMLO
"Nunca voy a ocupar un cargo a costa de dejar trozos de dignidad en el camino"
Ampliar la imagen Las mujeres desbordan entusiasmo en la asamblea informativa de la coalición Foto: Roberto García Ortiz
¿Quién en esta plaza cree en el tribunal electoral? Andrés Manuel López Obrador dice que hubiera sido "relativamente fácil" negociar con "los mafiosos" y llegar sin obstáculos a la Presidencia. Larga es la ovación, fuertes los gritos, cuando remata: "nunca voy a llegar a la Presidencia ni voy a ocupar ningún cargo a costa de dejar trozos de dignidad en el camino".
Los aplausos son más sobrios cuando el candidato se refiere a las presiones sobre los magistrados del tribunal electoral, cuando habla de las ofertas de "cañonazos de dinero" o de cargos futuros. La versión de una "vaquita" de 25 millones de dólares, armada por poderosos empresarios, lleva ya semanas circulando. Puesta en el micrófono por el candidato de la coalición Por el Bien de Todos, cobra la dimensión de reto y adereza la pregunta que permanece.
¿Quién cree en los magistrados? En la plaza que ovaciona a López Obrador, la mayoría no piensa en un vuelco espectacular del escenario poselectoral.
"Ellos tienen la sartén por el mango. Aunque se hagan marchas y mítines, los votos ya se los robaron", dice Guadalupe Godínez, iztapalapense madre de siete hijos y abuela de 10.
Como otros asistentes que andan por aquí, solos o con sus familias, la señora Godínez se empeña en subrayar que a ella nadie la trajo: "Me gusta estar con el Peje, pero no porque forme parte de un grupo".
Y aquí sigue, aunque ya le ganó la resignación: "Ya ve, votamos por el mejor y estamos peor".
Otro grupo, acaso más pequeño según el informal sondeo, es de quienes aún esperan que el tribunal responda positivamente a la coalición: "El movimiento se fortalece y cada vez hay mayores evidencias del fraude. Esa es la mejor presión sobre el tribunal: los magistrados saben que nuestros adversarios tienen el dinero y nosotros la razón", juzga Arturo Cano Flores, químico de la UNAM y homónimo de este cronista.
"No tengo confianza pero sí espero un milagro", dice Elizabeth Cortés, quien, rodeada de hijas y nietos, toma el sol en la plaza ya terminado el mitin. Toda la familia participa en el diálogo: aportan datos, opinan sobre el futuro y describen su confianza en López Obrador por su obra de gobierno. Roberto Ruvalcaba, de seis años, insiste en tomar la palabra: "Lo que estamos haciendo está muy bien". ¿Qué? "Estamos reconstruyendo la democracia".
¿Alguna confianza de que el tribunal actúe frente a las evidencias presentadas? "Ninguna, no, porque el tribunal es de ellos", dice Víctor Barberán, diseñador industrial, quien no ve más camino que "seguir con la gente, como siempre ha sido, aunque el movimiento tenga sus altas y bajas, que las tendrá".
A unos pasos de Barberán, una mujer sostiene un cartel con la imagen de Fox: "¿Qué se puede esperar de un presidente bruto? Pues la fuerza bruta".
El entrevistado no ve inminente el desalojo del que tanto se ha rumorado, pero tiene otras preocupaciones: "Fox ya empezó (a reprimir), pero sólo tiene a la Policía Federal Preventiva y al Estado Mayor Presidencial; el que debe decidir es el Ejército".
Apenas hace unos días, el mismo López Obrador se refirió a la posibilidad de una salida represiva y dijo que el Ejército no debe ser usado para reprimir al pueblo. En su discurso de hoy, como otras veces, insiste varias veces en el carácter pacífico de la resistencia.
Un par de horas más tarde, un ejército de artistas le pone vida al Monumento a la Revolución y lo cobija con una enorme manta que sólo dice: "Revolución pacífica".
El miedo al claxon
Esta vez es más evidente que los grupos del PRD movieron sus hilos para tener un buen mitin. Por el Eje Central marchan, a temprana hora y en bloques compactos, ciudadanos agrupados en siglas, ya de una corriente perredista, ya de un grupo de solicitantes de vivienda o de vendedores ambulantes. Los identifican mantas que informan del lugar de procedencia y también la marca tribal: UnyR, IDN, NI, Patria Nueva, Movidig y todos los etcéteras que permite esa confederación de clanes que es el PRD.
A ratos, estos grupos interrumpen el tránsito de las calles que atraviesan el Eje Central. Algunos conductores, que también se dirigen al mitin, tocan su claxon en señal de apoyo; otros les mientan la madre y reciben la recíproca silbatina. Son anticipos de lo que viene este lunes de reinicio de clases, un día de infierno vehicular en que arreciará el linchamiento radiofónico a los plantonistas. El reinicio de cursos escolares ha obligado al Gobierno del Distrito Federal a organizar un operativo especial, con centenares de policías y a ofrecer a los capitalinos rutas alternas.
Y obliga también a Marcelo Ebrard y al mismo López Obrador a pedir disculpas, nuevamente, por las molestias que genera el bloqueo.
"De manera sincera sostengo -dice López Obrador- que quisiéramos que fuera de otra forma, que no se molestara a nadie, que no tuviésemos la necesidad de resistir y de enfrentar las adversidades, pero también creo que si no luchamos con firmeza, nos arrasará el vendaval autoritario".
Hace 22 días, cuando arrancó el bloqueo, incluso entre los líderes de la coalición había dudas, especialmente sobre el cierre de Paseo de la Reforma. Un importante dirigente incluso se acercó a López Obrador para preguntar, pues creía que en Reforma sólo se ocuparían las anchas banquetas. Se dice que, sin alzar la voz, el tabasqueño le respondió: "¿Qué, te da miedo que te toquen el claxon?"
El plantón se quedó aunque por algunos días persistió el debate, inclusive interno, sobre su pertinencia. Al cabo del tiempo prevaleció la idea que resumía hace una semana un dirigente de la coalición: "El costo ya lo pagamos, así que ahora hay que seguirle porque ya no es un asunto de popularidad sino de eficacia".
Agarrones verbales
Con todo y su fuerza, el lopezobradorismo tribal no es el único que llega al Zócalo. Los vagones del Metro van llenos de manifestantes que acuden por su propio pie desde temprana hora. Se identifican unos a otros por las playeras amarillas, las banderas enrolladas, las gorras. En algunos vagones incluso calientan las gargantas con el grito de "Voto por voto". Se bajan en el Zócalo y estaciones aledañas. Son muchos, pero el democratizado transporte les niega la unanimidad.
Dos hombres, rumbo a los torniquetes de salida, suben las voces, hablando entre ellos, pero queriendo ser escuchados: "Han de creer que todos estamos con ellos, ja", dice uno. Y así se siguen hasta que uno grita: "¡López Obrador es un sicópata!"
Les responden por todos los flancos con gritos, silbidos, consignas. Se impone la voz de un hombre con colita de caballo: "A ver si siguen diciendo lo mismo cuando sienten a Calderón. ¡Se está fincando la dictadura, pendejos!"
Ya en el Zócalo, los viajeros del Metro se dan una tregua para escuchar a su candidato. López Obrador hace un repaso que incluye al tribunal electoral y, sobre todo, a su principal adversario, Vicente Fox. A propósito de la recientemente conocida confesión de Carlos Ahumada, el candidato refiere los episodios de la guerra del Presidente contra él.
"De nada le sirve (a Fox) ir hipócritamente a la iglesia y confesarse, si una vez que sale de la misa empieza a actuar contrario a la verdad".
En el templo de enfrente, poco después, se prolonga el sainete tras la entrada de un grupo de perredistas a la misa oficiada por el cardenal Norberto Rivera.
Varias mujeres entran armadas de carteles con citas bíblicas y las muestran en pleno rito. Algunos feligreses y los elementos de seguridad las increpan. La Catedral cierra sus puertas. Afuera, durante largo rato, sigue la discusión sobre si la protesta se vale o no en la misa.
"La Iglesia católica se siente lastimada y ofendida", dirá la arquidiócesis unas horas más tarde.
En tanto, dos mujeres mayores que entraron a la Catedral aligeran el ambiente entonando parodias de canciones infantiles. En una aluden a una declaración del cardenal luego de una protesta anterior ("nunca falta un loquito"). Cantan Julia Klugt y Guadalupe Fernández Gascón: "Allá en Los Pinos / había un loquito / era grandote / se hacía tontito..."