La tarea de los demócratas
En un régimen presidencialista como es el nuestro y de la gran mayoría de los países latinoamericanos, e incluso del estadunidense, el peso fundamental y la responsabilidad central de la buena o mala marcha de la dinámica de la nación corresponde lógicamente al presidente de la República. Es él, el Presidente de la República, el ejemplo de respeto y apego a la ley, quien con su accionar y decir propicia las condiciones para el acercamiento entre las distintas fuerzas políticas, que mediante su programa de gobierno genera el clima de concordia que da paso a los acuerdos y de manera principal prepara las condiciones para el establecimiento de las bases que garanticen la viabilidad del Estado y la sociedad, aun a costa de su popularidad y de la seductora coyuntura.
Pero también es cierto que los demás participantes en el escenario político tienen su responsabilidad. México se encuentra viviendo horas definitivas para observar y evaluar la consistencia, ya no de la traídas y llevadas instituciones o del ajetreado estado de derecho, sino de la capacidad para procesar conflictos políticos que ponen en serio riesgo la convivencia social. Lo reafirmo: la democracia requiere de demócratas, que mediante su decir y hacer demuestren que en efecto confían en el buen juicio de los ciudadanos y de la forma en que éstos procesan la realidad. Bajo este simple, pero sustancial precepto, la ciudadanía adquiere, pese a intentos en sentido contrario de algunos medios de comunicación, la posibilidad de disentir de los que desde cualquier posición claman la verdad de su lado.
Así las cosas, los principales responsables del clima de confrontación que hoy vivimos son los políticos de todo signo y procedencia que han demostrado que política no saben hacer ni menos operar. Generar tensiones es una facultad que cualquiera con una mínima capacidad (e inteligencia) puede crear. Buscar las diferencias, los puntos de disenso, es una actividad tan fácil como inútil, al menos para hacer del ejercicio de representación y de gobierno, una atmósfera productiva. Ir por el choque, demuestra la ausencia de recursos intelectuales y de argumentos. La negación de la política como método para lograr acuerdos, nos deja en la triste realidad de la descalificación, la desconfianza, el rumor, y así hasta terminar de agotar toda opción de entendimiento.
Los siguientes días pondrán en evidencia qué tan preparados están nuestros políticos para alcanzar, no digamos acuerdos, sino simples contactos de comunicación que eviten el inútil clima de crispación que han creado. Discutir si habrá o no Desfile el 16 de septiembre es tan sólo una gran evidencia de que no hay límite en esa lucha por aniquilar al enemigo. Y no se han enterado esos gladiadores mediáticos que en la política no hay enemigos, hay contrincantes, lo que hay son adversarios: ¿aún hay tiempo para resolver o al menos, distender el ambiente? La respuesta depende de la propia voluntad de los actores involucrados.
Es posible que reconociendo que cada quien tiene un papel que cumplir, sea el paso inicial de un acuerdo que a su vez dirija al país hacia la ruta de la transformación que sociedad y sistema político requieren. Los retos y los riesgos de frustración son altos. Se requiere capacidad y, sobre todo, disposición para acercar puntos de convergencia; de persistir en el camino de la confrontación, todos saldremos perdiendo, pero más aquellos que en sus manos tuvieron la posibilidad de evitar la catástrofe. Yo aún confío en la capacidad de percepción y en la responsabilidad de quienes nos han traído a la situación que vivimos. No nos merecemos, después de la jornada electoral del 2 de julio pasado, un clima que más nos recuerda las etapas superadas del México del siglo XX.