Usted está aquí: miércoles 23 de agosto de 2006 Política Sida 2006

Arnoldo Kraus

Sida 2006

Hojeando mis archivos me doy cuenta de que en los últimos ocho años escribo una o dos veces por año acerca del síndrome de inmunodeficiencia adquirida. En agosto se lleva a cabo la Conferencia Internacional sobre el Sida; en esta ocasión se celebró en Toronto y fue la número 16. Al lado de las terribles cifras, 25 millones de personas muertas en 25 años y 40 millones de personas infectadas, camina el inmenso fracaso de los gobiernos y de las agencias internacionales de salud para detener, sobre todo en los países pobres, el avance de la pandemia.

Cobijado por mi escepticismo, y por el pesimismo que por doquier se respira, considero que en los próximos años no sólo no se detendrá el avance de la epidemia, sino que ésta continuará, por la ineptitud de los gobiernos para entender el "comportamiento social y filosófico" del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). No hay duda de que el VIH avanza inmarcesible debido a las ataduras, a las ideas decimonónicas y a las mediocres políticas de salud. Son varias las razones que sustentan esas ideas.

La primera, repetida ad nauseam, es que la mayoría de las personas infectadas son pobres, por lo que carecen de posibilidades económicas para afrontar los costos de los medicamentos. Entre más jóvenes mueran los padres más pronto se prostituirán las hijas y menos oportunidades de estudio tendrán los vástagos. La segunda es que muchas de estas personas no saben, por su condición sociocultural, que están infectadas, por lo que suelen diseminar la enfermedad. La tercera es que el machismo y la razón no se llevan: no hay espacio para los preservativos.

La cuarta es que muchos religiosos prefieren enterrar a sus feligreses bajo el cobijo de Dios antes que permitir que la palabra condón sea pronunciada en los recintos sagrados. La quinta es que en muchas ocasiones, las mujeres no cuentan con la autorización de sus parejas para manejar sus medicamentos, o para atenderse en forma adecuada, sea por el machismo señalado o porque el hombre busca ejercer su autoridad a toda costa; este inciso es crucial, ya que en la actualidad las mujeres representan casi 50 por ciento de los casos, amén de ser ellas las que infectan a los recién nacidos.

La sexta es que son pocos los países donde se imparte educación sexual adecuada desde la primaria. La séptima es que los individuos que conforman los grupos vulnerables para contraer el sida, como son las prostitutas, los homosexuales y los drogadictos, son personas non gratas en la sociedad, lo que les impide atenderse adecuadamente. Los trabajadores migratorios suelen también ser fuente de contagio, ya que en ocasiones se infectan cuando migran, y al regreso, diseminan la infección. Además, es frecuente que no sepan que están enfermos, por lo que no se atienden; obviamente, son fuente de contagio. La octava es la de siempre: la falta de voluntad política.

Las razones antes enunciadas pueden también leerse en números. Algunas de las conclusiones de la 16 Conferencia del Sida son las siguientes: "Sólo 21 por ciento de los que lo necesitan tienen condones accesibles; los programas para impulsar comportamientos seguros sólo han llegado a 16 por ciento de los trabajadores del sexo y a 11 por ciento de los hombres que tienen sexo con hombres; sólo 9 por ciento de las embarazadas infectadas recibe tratamiento para evitar que transmitan el virus a sus hijos; los programas de reducción de daños en drogadictos (intercambio de jeringas o uso de metadona) llegan sólo a 4 por ciento de los usuarios de drogas inyectables y menos de 0.2 por ciento de la población tiene acceso a una prueba para saber si tiene o no la enfermedad". Resumamos: ciencia versus política; ciencia versus estupidez.

Con los números en la mano me repito: falta voluntad política porque muchos políticos ni tienen voluntad, ni tienen preparación, ni entienden el lenguaje del sida, ni comprenden la marcha de la sociedad, ni han pensado en la idiosincrasia de los sujetos de riesgo. Con los mismos números leamos una nueva definición de la condición humana: llevamos 25 años conviviendo con el sida. Cada año mueren 3 millones de personas en el mundo y se infectan 4 millones. La Iglesia sigue prohibiendo el uso del condón y la homofobia continúa en ascenso. Para contrarrestar esas lacras asistieron a Toronto 24 mil personas estudiosas del tema y preocupadas por la pandemia. Bien decía aquel viejo graffiti: "Basta de realidades, queremos promesas". No hay duda, el VIH, su filosofía y su sociología, han ganado la batalla.

 
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