La transición de las revoluciones políticas a las sociales
La Revolución Mexicana estalló bajo una dirección burguesa, que se apoyó en el ambiente creado por las huelgas y protestas obreras y por los levantamientos indígenas, así como en el malestar de los campesinos (aunque no colocase entre sus principales preocupaciones las reivindicaciones de los trabajadores del campo y de la industria). El Estado centralizado porfirista sólo se desmoronó cuando la Revolución campesina deshizo al ejército y creó otro.
La derecha, en la dirección de la Revolución, para reconstruir el Estado se apoyó en el miedo de los sectores urbanos populares, incluidos los obreros, ante los campesinos en armas y en la impotencia y falta de Villa y Zapata para gobernar, que dejó las manos libres para aquélla. Estados Unidos no vio con malos ojos el derrocamiento de Porfirio Díaz, que estaba ligado a los capitales europeos, pero organizó de inmediato, con el ejército aún intacto, el golpe del dictador Huerta. El resultado de la guerra que siguió fue el derrumbe del aparato represivo y, pese a las intervenciones estadunidenses, una mayor independencia de México.
Sin ejército central represivo y con todos los sectores del capital duramente golpeados, el régimen burgués funcionó gracias a sectores capitalistas marginales (los carrancistas, los sonorenses) y no reconstruyó la unidad de las clases explotadoras. Los explotados, por su parte, no tenían un proyecto común: Villa respetó al capital en su estado y negoció con Estados Unidos, los morelianos destruyeron los ingenios pero para recuperar tierra y agua para el cultivo maicero, los jacobinos y socialistas militares tenían fuertes lazos con los nuevos dirigentes, aunque se diferenciaban de los mismos. Para los dirigentes revolucionarios del norte las comunidades eran un obstáculo en la transformación de los campesinos en pequeños propietarios agrícolas y los indígenas sólo contaban como soldados. La derecha (Carranza, Obregón, Calles) pudo institucionalizar la Revolución porque Estados Unidos tuvo que ir a la Guerra Mundial de 1914-1918 y no pudo intervenir en México, y porque en el campo popular no había un proyecto alternativo (ex zapatistas destacados, por ejemplo, apoyaron a Obregón). La reconstrucción de un ejército regular bajo el control del presidente y del partido oficial completó el cuadro.
El nacionalista revolucionario socializante Lázaro Cárdenas pudo apoyarse en las masas en los años 30 y canalizar la movilización de las mismas hacia el Estado, pero no pudo cambiar el régimen y ni siquiera impedir, apoyándose en ellas, que su sucesor fuese un general corrupto y derechista, Avila Camacho ni, hasta el fin de sus días, tampoco modificar el partido de gobierno y el sistema corporativo que había creado. No hubo una izquierda independiente del gobierno (los comunistas hicieron campaña por Avila Camacho), aunque sí una izquierda social, en las organizaciones de base del PRI. Debido a la impreparación ideológica de los sectores populares combatientes y de sus líderes, la Revolución democrática no pudo por eso dar cauce a su contenido social ni construir un programa alternativo. Así se afirmó en muy amplios sectores populares el conservadurismo cultural y el verticalismo, la confianza en las instituciones estatales.
En el medio entre la Revolución Mexicana y la boliviana se produjo, entre 1945 y 1955, la semirrevolución democrática peronista. La misma aprovechó que Estados Unidos no era aún la potencia que es actualmente y también el sentimiento nacionalista (e inconscientemente anticapitalista) y de liberación nacional resultante a escala mundial del debilitamiento por la guerra de las potencias coloniales. Las clases dominantes estaban divididas (burguesía industrial contra el capital extranjero y la oligarquía terrateniente, que había monopolizado el poder) e igualmente divididas estaban las fuerzas armadas (el Ejército, con mayoría nacionalista, y la Armada, tradicionalmente conservadora). El movimiento social obrero era poderosísimo y estaba organizado en grandes sindicatos ya desde mediados de los años 30, pero no tenía una dirección propia. Las clases medias se oponían a los obreros y al aparato estatal, en nombre de la "democracia", condenando la línea del gobierno peronista de apoyo a Alemania, Italia y Japón, al igual que socialistas y comunistas, que habían controlado hasta la Guerra Mundial el movimiento sindical y que adoptaron la línea de los aliados (es decir, de los imperialistas que controlaban Argentina). No había, por lo tanto, una izquierda, aunque sí una tradición socialista y anarquista muy fuerte entre los obreros. La izquierda existente y las clases medias dejaban un gran vacío político a su izquierda y se unían así a la oligarquía proimperialista y a la embajada de Estados Unidos, que quería repetir en Argentina lo que había hecho en Cuba con el presidente Grau Sanmartín.
Pero el imperialismo yanqui pesaba en Argentina menos que el inglés y el francés, que entonces no se habían repuesto de su crisis. Esta debilidad del imperialismo en su conjunto, esta división de los explotadores y de su aparato represivo, la posibilidad de controlar un poderosísimo movimiento social, constituyeron la fuerza de Perón. Este era sólo un militar, hombre "de orden". Frente a un golpe que lo depuso en 1945, renunció a sus cargos (donde fue repuesto por una huelga general gigantesca, que ni previó ni organizó); en 1955, frente a otro enésimo golpe apoyado por la Iglesia y por las clases medias, vencedor en el enfrentamiento entre las fuerzas armadas, no quiso quedar en manos de los soldados y de los obreros armados, renunció, se declaró vencido y se exilió durante 18 años. La resistencia obrera no fue obra suya ni de sus representantes. Esa resistencia y la experiencia de las dictaduras, así como la influencia de la Revolución Cubana, crearon una alianza entre la mayoría de las clases medias y los obreros que se dio a mediados de los años 70. Por el conservadurismo de Perón y de su medio, por conciencia de clase que lo llevó a temer más a su base obrera que a sus adversarios, y por el fin de las condiciones excepcionales de que gozaba Argentina en la inmediata posguerra, fue total el fracaso de la política peronista y de su intento de crear una fuerte burguesía industrial nacional y una "Argentina potencia".