Presenta su libro La travesía de la escritura
Para leer y escribir ya no hace falta la memoria: Pérez Cortés
Los grandes autores de la antigüedad y la primera parte de la Edad Media no escribieron sus obras: las dictaron. Fueron esas épocas en las que la oralidad y la memoria eran las fuentes de conocimiento; la lectura y la escritura se hacían en público y en voz alta. Las obras se contaban a toda voz para que no se olvidaran.
Hoy, la soledad y el silencio caracterizan los procesos de escribir y leer, la memoria ya no es tan importante porque sabemos que los datos se encuentran en algún archivo y, sobre todo, ahora leemos con mucha más rapidez textos destinados a ser olvidados, señala el filósofo Sergio Pérez Cortés, autor de La travesía de la escritura. De la cultura oral a la cultura escrita, que publica el sello Taurus y que se ocupa de los cambios que se dieron en el acto de escribir desde la Grecia antigua hasta Santo Tomás.
En la antigüedad era exactamente lo inverso, añade el lingüista, en la Edad Media, por ejemplo, "un autor leía pocas obras, pero muy intensamente, de tal manera que debía interiorizar el contenido del mensaje; esa lectura era muy distinta a la nuestra y prácticamente ha desaparecido, porque tenemos que leer a gran velocidad una enorme cantidad de cosas, de todo tipo; pero claro, leemos a gran velocidad y olvidamos con la misma rapidez".
Este libro habla de ese universo que ya se perdió: "de una galaxia intelectual muy distinta a la nuestra, en la que la voz y la memoria colaboraban con la página casi en plano de igualdad. Nosotros, habituados a una cultura de lo escrito, de lo impreso, dependemos por completo de archivos, bibliotecas, de textos que permanecen, pero en este momento que trato de describir, la voz y la memoria juegan el papel a la vez de archivo, de acumulación y de producción de las obras.
"Lo que perdimos en el paso a lo escrito fue una vida intelectual que estaba teñida, impregnada, de estos hábitos memorísticos y productivos mediante la retórica y la oratoria, y en la que los autores eran capaces de crear obras de largo alcance intelectual" en un proceso único: dictaban a sus secretarios, ayudantes o esclavos instruidos en las letras.
Así, "los autores de la antigüedad no estaban solos. Sus pensamientos eran verbalizados ante un público grande o pequeño".
Aun cuando el proceso de escribir pasó a la soledad y dejó de ser un proceso oral, lo cierto es que "la voz viva y la memoria, no han desaparecido y pueden crear obras intelectualmente muy valiosas. Nosotros, acostumbrados a la página, creemos que la oralidad y los mundos en los que la escritura no está totalmente impuesta, pienso inclusive en nuestras culturas indígenas, son semiculturas, más bien bárbaras. Pero este libro es para mostrar que la gran cultura clásica es en realidad una mezcla similar a ésta, que no solamente produce obras de gran envergadura sino que tiene una actividad sumamente intensa, que no podemos desdeñar la voz y la memoria".
Pero inclusive el concepto de memoria ha cambiado. En las épocas de las que se ocupa este volumen, la memoria no significaba repetir a pie juntillas un texto, sino de entenderlo y transmitirlo. "La memoria, que en esa época era fundamental, hoy no juega ningún papel".
Todavía encontramos autores que dictan, como Jorge Luis Borges o Juan García Ponce, pero son casos excepcionales. Quienes dictaban sus obras "eran quienes tenían una gran preparación de oratoria y retórica, reservada para las altas clases aristocráticas y que requería de muchos años de formación.
"La palabra en la antigüedad era el acceso al poder, pues a la oratoria no podían acceder más que las clases más elevadas, que eran los autores. Autor es justamente aquel que había sido capaz de componer y después dictar. En nuestros días, la palabra también es una forma de poder, pero tampoco ocupa el mismo lugar que en la antigüedad: no es lo mismo la popularidad que va a tener un filósofo, por ejemplo, que se dedica a dar discursos, que el que los pone por escrito y los publica".
Es evidente que nuestros hábitos están cambiando, ya no dependemos tanto de la palabra oral como de la palabra escrita, pero ésta también va cediendo en favor de la pantalla de la computadora y de la imagen.