Hacia una nueva Constitución
Cada vez que ha sido necesario, México se ha dado una nueva Carta Magna para organizarse y avanzar; hemos tenido tres constituciones federales coincidentes en lo fundamental, pero cada una mejor en algunos aspectos que la anterior; la de 1824 salvó al Estado incipiente de la pulverización en muchas pequeñas repúblicas; la de 1857 confirmó el alejamiento del antiguo régimen y la de 1917 incorporó a su texto -hay que volverlo a recordar- los derechos sociales, ahora más bien olvidados y preteridos.
Cada uno de esos intentos, exitosos a medias y luego traicionados, para organizar al Estado mexicano y dotarlo de un marco dogmático y jurídico congruente con los tiempos y con el apoyo de la mayoría, estuvo precedido y luego continuado siempre de convulsiones sociales profundas y rodeado de violencia. La guerra de Independencia en el primer caso previa a la Constitución del 24 y luego el desorden y la inestabilidad por 25 años; en la del 57, la Revolución de Ayutla como antecedente y la guerra de tres años y el imperio como secuelas.
El caso de la Constitución vigente no fue menos cruento que el de las anteriores. Se genera en los movimientos prerrevolucionarios anteriores a 1910, tiene precedentes claros en las revoluciones maderista y constitucionalista y abre la puerta, ya promulgada, a un largo periodo de acomodación no exento de violencias intermitentes, que no concluye, sino hasta bien iniciada la década 1930-1940.
En los tres casos, hay efectos positivos y negativos simultáneamente, los segundos contrapartida del avance; hay, como decía Maritain, un doble progreso contrario, y se manifiesta en inestabilidad, destrucción de medios de producción, pérdida de vidas y polarización de la sociedad en bandos irreconciliables.
¿Seremos ahora capaces de organizarnos para el futuro en forma pacífica? Todos sentimos que ya es necesaria una nueva organización social; la que tenemos ha demostrado su agotamiento y su falta de recursos para los nuevos tiempos; ¿será indispensable para avanzar el choque violento de los contrarios? ¿O podremos descubrir una dialéctica de ideas a partir de la cual caminar por encima de improperios, descalificaciones y mentiras?
Esas son las interrogantes y nuestro objetivo debe ser buscar rehacer el desastre social y la injusticia económica evidente que nos está dejando un gobierno sin sentido histórico y encabezado por una persona preparada para ser gerente de ventas de una empresa, pero sin conceptos claros de nación, patria, bien común, justicia social.
Necesitamos sin duda una constitución nueva que reorganice y clarifique conceptos, que a partir del sentido social de la del 17, limite excesos y facultades dictatoriales del Ejecutivo; que ordene el caos del Legislativo, en el que la negociación ha desplazado al debate y a la discusión de conceptos y principios; que limpie el Poder Judicial de la sombra de desconfianza y sospecha de corrupción con que muchos de sus altos tribunales cargan. Pero bien sabemos, no será fácil; requerirá de sacrificios y de esfuerzos que por momentos se antojan superiores a nuestras fuerzas.
La coalición Por el Bien de Todos ha planteado un camino largo y lleno de escollos ante la cerrazón de quienes detentan poderes políticos, económicos y mediáticos; pero hay que seguirlo en forma enérgica, insistente, tenaz mas no violenta, arrostrando el riesgo de la represión, que si se da será el producto del nerviosismo, la impaciencia y la inseguridad de los que se resisten al cambio y se duelen aún de molestias mínimas.
Dentro de todo esto, alienta saber que abundan los que están dispuestos, siguiendo el ejemplo de Andrés Manuel López Obrador, poniendo de por medio el sacrificio de intereses legítimos y aun exponiendo la seguridad personal, a seguir adelante. Recuerdo haber oído decir a don José González Torres (nada que ver con los verdes y similares) que no hay redención sin sacrificio.
Podemos dar el paso, a casi un siglo de la revolución de 1910 y a 75 años de la Constitución de 17 y lograr una nueva organización social a partir de tenacidad y participación popular, sin muerte ni destrucción y por el camino que sabemos ya ha funcionado: de resistencia civil, pacífica, enérgica y principalmente, como se ha demostrado, llena de imaginación, buen humor y patriotismo.