Democracia y marginalidad
Fernando Savater dice que la democracia no es un punto de llegada sino de partida. Democracia, según el Diccionario de la Real Academia Española, quiere decir: doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado.
La pregunta acuciante que surge para la posibilidad de una verdadera democracia en nuestro país es la siguiente: ¿Cómo integrar a más de 60 millones de pobres, marginados por definición, a un sistema democrático?
Para empezar, el primer paso sería intentar entender en profundidad sus circunstancias y su estructura.
Los grupos de campesinos emigrados hacia la ciudad se han afincado en la zona conurbada y han crecido en los 35 años recientes de una manera alarmante, hoy la pobreza está en cada esquina. Marginados y exiliados del terruño (porque el campo los expulsa) al llegar a la ciudad se han venido estableciendo en tugurios donde viven en condiciones de extrema pobreza y hacinamiento, careciendo de los servicios más elementales.
El campo los expulsa y la ciudad no los integra, quedando al margen de la sociedad y las instituciones debido a las enormes diferencias lingüísticas y al hecho de no entender y, por tanto, no poder compartir, (como he venido señalando repetidas veces) la simbología de los grupos a donde llegan. Es decir, un exilio se agrega a otro. Ante la incapacidad de "descifrar" el mundo que les rodea, se repliegan a su mundo interior e intentan "anestesiar" el dolor, la depresión, la confusión y la angustia en una conducta promiscua o en el camino de las adicciones. El repliegue hacia el mundo interior tampoco resulta un consuelo, debido a que la mayoría de ellos, portadores de neurosis traumáticas, presentan una estructura síquica débil, que alberga en su interior un mundo de fantasías persecutorias. Ante tal fragilidad y con la carga a cuestas de duelos y pérdidas acumuladas que no han podido ser resueltas ni elaboradas, el recurso para intentar deshacerse de la angustia que los invade suele ser la descarga de la agresividad en actos violentos.
La violencia que la pobreza ejerce sobre ellos engendra marginalidad, dolor, rabia, confusión, insatisfacción extrema lo cual puede desembocar en auto o heterodestructividad.
Dicha problemática es transgeneracional. La desnutrición por generaciones, los inadecuados cuidados en la atención de partos, la baja estimulación medioambiental, el analfabetismo o bien las escasas oportunidades de escolarización, la desintegración familiar y la agresión y violencia que se viven en el entorno no pueden garantizar casi ninguna posibilidad de mejorar las condiciones de vida. Si llamamos a las cosas por su nombre, la carencia multifactorial se enlaza con un atentado hacia los más elementales derechos humanos, como son el derecho a la salud y a la educación.
Con esta limitante los individuos que crecen en estos ámbitos no encuentran posibilidad alguna de empleo ni de inserción en la sociedad que los rechaza y a la que ellos rechazan. La incomprensión es total. Mientras unos hablan de globalización, muchos millones están excluidos y ni siquiera pueden insertarse en el aparato productivo del país. Apenas si tienen para comer. Para ellos la desesperación y la desesperanza son sus estandartes. No entienden y no son entendidos. Sus carencias son extremas y la situación se torna una espiral de horror y de violencia. Son excluidos y no saben siquiera por qué. Y parece que hemos olvidado que el hecho de no tener instrucción no es el equivalente a no tener derechos. Son tan ciudadanos como los demás, nuestra tierra también es su tierra; por tanto, también deberían tener el derecho a participar en la construcción de un país democrático.