Usted está aquí: sábado 2 de septiembre de 2006 Política La primera alegría desde el 2 de julio

Júbilo en el Zócalo al conocerse la noticia de que Fox estuvo sólo 7 minutos en San Lázaro

La primera alegría desde el 2 de julio

"El Presidente salió del Congreso por la puerta trasera de la historia", comentó Jesusa Rodríguez

JAIME AVILES

Ampliar la imagen Reacción de la multitud reunida en la Plaza de la Constitución al escuchar la noticia de la cancelación en el Palacio Legislativo Foto: Carlos Ramos Mamahua

Desde un aparatito de radio conectado a los altavoces del templete, la voz de la periodista Nora Patricia Jara anuncia que la ceremonia del Informe se acaba de cancelar y el Zócalo, que a pesar de la llovizna arde de exaltación, ruge y tiembla un instante después cuando Jesusa Rodríguez pronuncia estas palabras: "El presidente Vicente Fox está saliendo del Congreso por la puerta trasera de la historia". Y mientras la gente empieza a brincar ondeando banderas y abrazándose en el paroxismo de la dicha, los adustos pero gigantescos rostros de Hidalgo, Morelos y Allende se encienden espectacularmente sobre los palacios del Gobierno del Distrito Federal.

"¡Sí-se-pudo! ¡Sí-se-pudo!", grita el coro del gentío con los puños en alto regalándose la primera gran alegría desde la horrenda noche del 2 de julio. Pero en el templete, con un ojo al gato y otro al garabato, Isela Vega y Dolores Heredia escuchan que en San Lázaro, antes de levantar la sesión, los diputados y senadores van a cantar el Himno Nacional y se lo comunican a Jesusa diciendo las mismas palabras al mismo tiempo: "¡Nosotros también!"

Y pese a que la música y los versos de González Bocanegra y Nunó ya habían sido entonados a eso de las cuatro de la tarde con esa especie de monotonía propia de los ritos oficiales, esta vez la cosa fue muy distinta: Jesusa dio la orden y la muchedumbre empezó a gritar la estrofa inicial, con el puño izquierdo en alto y los ojos arrasados de lágrimas. Pero eso, y los aplausos posteriores, y el llamado insistente a "¡Obrador, Obrador!", que por supuesto no iba a regresar al escenario -¿para qué, después de tanta elegancia?-, no sirvió para calmar un poco los ánimos de nadie. Y entonces, para fortuna del movimiento, a Julia Arnaud se le ocurrió poner la vieja y siempre entrañable grabación de los Inti-Illimani que retrocedió el reloj hasta los años del gobierno de la Unidad Popular, allá en Chile.

El efecto fue inmediato. Al reconocer que de las bocinas salían los primeros acordes al compás de los tambores, la gente se tomó de las manos y con los brazos arriba, formando cadenas, y desde luego sin desentonar, sacó de su ronco y masivo pecho palabras como "de pie, marchar, que el pueblo va a triunfar", y cuando llegó la oportunidad del estribillo el Zócalo entero exclamó, como ha venido haciéndolo desde hace más de 30 días y noches de frío, lluvia, insolación, granizo, mentadas de madre y fe inquebrantable en su propia lucha: "¡El pueblo, unido, jamás será vencido!"

Alerta roja

Flotando en los charcos, pisoteadas por la multitud que circulaba alrededor de la plaza, en el suelo había una que otra portada del periódico de la tarde que por tratar de meterle miedo a la gente y quitarle agua a la pecera del Peje había titulado en su portada a ocho columnas y letras enormes: "Alerta roja". Otra vez, como en la histórica mañana del 7 de abril del año pasado, cuando la televisión matutina advirtió a través de sus levantacejas que "dentro unas cuantas horas López Obrador puede destruir la economía nacional", y se llevó el chasco de su vida porque antes de ir a "entregarse" a la Cámara de Diputados que lo iba a desaforar, Andrés Manuel pronunció un discurso que subió tres puntos la Bolsa de Valores; otra vez, decía, como entonces, los estrategas políticos de Vicente Fox volvieron a tragarse la carnada, el anzuelo y la caña.

Al anunciar con varias semanas de antelación que ayer, primero de septiembre, el pueblo impediría que Fox leyera su sexto y último Informe, el espanto que esa iniciativa política insufló en el círculo compacto del Ejecutivo hizo el resto. Sacaron las tanquetas antimotines, disfrazaron soldados de policías federales, desplegaron barreras metálicas a lo largo de tres kilómetros alrededor de San Lázaro y se fortificaron como si esperaran el asalto al Palacio de Invierno de las hordas bolcheviques de San Petersburgo o, como suele decir la gente ahora, de San Pejesburgo.

Fox y su gabinete habían caído redonditos, aunque no lo sabían aún, pero entonces los señores coordinadores de las bancadas parlamentarias del PAN y del PRI se sacaron de la chistera un conejo completamente inesperado: excluyeron a los diputados del PRD de todas las comisiones legislativas, clausurando profilácticamente la mera posibilidad de que algunos representantes del movimiento fueran cooptados con la promesa de participar en grandes negocios turbios a corto plazo, una posibilidad siempre real pero cuya sola mención, después de lo de ayer, podría ser tomada como una ofensa.

Así que nanay: con el cerco militar que hizo de México el único país del mundo que hasta anoche tenía el recinto de su Poder Legislativo en manos de las fuerzas armadas, y con los diputados y senadores cohesionados doblemente en torno del plan a seguir, ayer en la mañana, mientras las rotativas del diario arriba citado imprimían miles de ejemplares con las palabrotas "Alerta roja" a todo trapo, en San Lázaro, con un cuaderno en el que tenía toda clase de flechas, rayas y nombres, el güero Javier González Garza, flamante coordinador de los diputados perredistas, explicaba a sus muchachos, de uno por uno, cómo iban a acercarse a la tribuna, de qué lado y en qué orden, para tomarla hasta que se retirara del palacio el señor Fox y las fuerzas armadas volvieran a sus cuarteles.

Más septiembre que nunca

En estas condiciones, a las cuatro de la tarde y ante un Zócalo inquieto y bullicioso que lo esperaba sin saber aún si la orden del jefe sería marchar a San Lázaro o -como especulaba un bromista- a Los Pinos "para meterse hasta la recámara de Fox", López Obrador salió de su tienda de campaña donde tiene su catre, su mesa, sus libros y una bandera nacional detrás de la silla donde se sienta, y formuló un llamado al Ejército. "Las fuerzas armadas no pueden volver a reprimir al pueblo como en 1968 o en otras ocasiones. Los militares no deben volver a ser usados, nunca más, para resolver los problemas creados por la ineptitud de los políticos. A cambio, nosotros nos vamos a quedar aquí y no vamos a buscar el enfrentamiento ni la violencia porque somos un movimiento pacífico y tenemos la razón. Sabemos que ganamos la Presidencia de la República y no vamos a permitir la imposición de un pelele".

Era un exhorto, en verdad, pero también la oferta de un trueque: no represión a cambio de paz en la tierra. Y preguntó a la gente: "¿Nos quedamos o vamos a San Lázaro? Que levanten la mano los que quieran que vayamos", y, conste, no fueron pocas las manos que ascendieron por el aire. Después indicó: "Bájenlas. Y ahora levántelas los que quieran que nos quedemos". Y como si a un puercoespín se le hubieran puesto todos los pelos de punta, decenas de miles de brazos crecieron como súbitas hojas de pasto en una cancha de futbol.

"¡Nos quedamos! Gracias. ¡Qué gusto me da siempre estar con ustedes", comentó, para retirarse. Luego comenzó la espera. Debajo del templete no había forma de subir a la pantalla grande una imagen de la televisión que transmitía por Internet. La llamada integración tecnológica según la cual en Europa ya pueden ver televisión en los celulares y chatear con la lavadora de ropa, aquí no lograba el milagro que todos esperaban: recibir las imágenes en vivo y en directo desde San Lázaro.

Y de pronto, cuando se soltó la lluvia, un amigo me habló desde Monterrey y me dejó un mensaje en la contestadora del teléfono con palabras como "tengo el cuero chinito de felicidad", mientras una voz de mujer, por la otra oreja, me informaba: "¡Ya tomaron la tribuna! Parecen miles y se ve chidísimo. No va a poder Fox".

En el Zócalo, mientras tanto, la gente aplaudía y gritaba consignas de apoyo a sus diputados y senadores, a los que nunca había sentido tan suyos. Y alguien dijo que éstos, desde la tribuna de San Lázaro, estaban coreando: "El Congreso no es cuartel, fuera Ejército de él", rima que la multitud asumió como propia y la vociferó sin desgañitarse. Pero la tensión estaba creciendo. Jesusa Rodríguez dijo a la plaza con alarma: "La televisión está diciendo en cadena nacional que Andrés Manuel va caminando a San Lázaro al frente de una turba. ¡Es mentira! ¡Andrés Manuel está aquí, trabajando en su tienda de campaña!"

Sonrisas y gestos de angustia, gritos de catarsis y manos que se tronaban los dedos. ¿Por qué había dicho eso la televisión, para incitar al Ejército, como si éste no fuera el primero en saber lo que estaba pasando? Pero entonces sobrevino el anuncio de que Fox estaba entregando su Informe en el vestíbulo de San Lázaro, y Claudia Sheinbaum tenía una microtelevisión donde el Ejecutivo, en efecto, colocaba una caja blanca sobre las manos de un legislador pero ya no parecía el jefe de las instituciones sino un elegante repartidor de pizzas, y poco después Jesusa decía que el hombre acababa de irse "por la puerta de atrás de la historia" y entonces, mientras el secretario de Gobernación huía de San Lázaro -¿a Los Pinos, a Bucareli, al aeropuerto?-, mágicamente, el gobierno de Alejandro Encinas encendió la iluminación de las fiestas patrias y todo septiembre entró de repente, otra vez, en la historia de México, y parecía más septiembre que nunca.

 
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