El galán fantasma
Esta comedia de Calderón de la Barca, hasta donde entiendo, no había sido representada en México, tan ayunos nuestros escenarios en lo que se refiere a los grandes dramaturgos clásicos de nuestra lengua. Considerada bajo el rubro de comedias de capa y espada o de Comedias de costumbres del autor, recuerda en mucho a la muy conocida La dama duende a la que el propio Calderón maliciosamente y por alguna razón, empareja en un diálogo entre Candil y Porcia (''Porcia: Este galán fantasma ¿qué pretende?/ Candil: Que tenga esposo/ Porcia: ¿Quién?/ Candil: La dama duende''). Héctor Mendoza continúa con su gran empeño de hacer más accesibles los textos clásicos a un público contemporáneo, me imagino que sobre todo a los jóvenes que suelen verlos con la desconfianza que da el temor al aburrimiento o a la falta de comprensión, y por ello subtitula su montaje ''con addendas y sustracciones de Héctor Mendoza'', difíciles de recordar todas sin comparar ambos libretos, el original de Calderón y el que finalmente se escenifica, aunque se pueden dar aproximaciones. Cambia al viejo Enrique, el padre de Astolfo, por Enriqueta, la madre -supongo que por adecuar personajes al grupo de actores con los que trabaja en la actualidad-, suprime al innecesario Octavio, que apenas dice algunos parlamentos y que con Leonelo como acompañante del Gran Duque Federico de Sajonia es suficiente y lima el verso calderoniano de muchas alusiones mitológicas y de gran parte de los largos parlamentos, que quedan así aligerados y muy fácilmente comprensibles. Añade, al final, el gracioso juego de la pistola contemporánea, con parlamentos de su cosecha, que Astolfo esgrime y ninguno de los personajes reconoce como arma, con lo que cumple la doble función de acercarnos la acción dramática y hacernos ver que estamos en el teatro, lo que ha venido ocurriendo durante toda la escenificación.
En una muy sencilla escenografía consistente en tres grandes paneles forrados de satín y con la extraordinaria iluminación de Alejandro Luna -que juega sobre todo en las escenas del falso oscuro- y con un vestuario muy poco convencional, que apenas ubica época (con lo que la sutil sensación de ver un montaje actualizado de un clásico del siglo XVII se afirma) de María y Tolita Figueroa, los actores entran y salen, con movimientos cadenciosos de baile, con la asistencia en movimiento escénico de Marcela Aguilar, para marcar las diferentes escenas, acompañados de la música original de Rodrigo Mendoza que aquí cobra singular relieve, sobre todo en esa especie de Réquiem en el entierro de Astolfo, añadido como procesión doliente y silenciosa por el director. Mendoza combina el realismo de las actuaciones con esa artificiosa estilización desde el principio, cuando los actores aparecen todos de espaldas con movimientos cadenciosos y los personajes hablantes -los que verdaderamente deben estar en escena- deambulan entre ellos como si fueran columnas o algún otro elemento escenográfico. Luego harán mutis y las entradas y salidas son las marcadas por el texto, a veces todos en corro, como antes he señalado, entre escena y escena de la obra, sin que falten el duelo de espada entre Astolfo y el Duque. Para la segunda parte de las dos en que está dividido el texto, una escalera de tijera a un costado del escenario ubica el espacio como jardín y sirve del escondite en que se resguardan los diversos personajes. El efecto conseguido es excelente, ya que el espectador no pierde de vista el desarrollo de las acciones y celebra los chistes al tiempo que encuentra el viejo placer del teatro.
El elenco es de gente muy joven aunque ya con experiencia, excepto Laura Padilla -ya vista en otros muchos montajes- que hace con gracia y aplomo a Enriqueta. Astolfo es incorporado por Sergio Alvarez como un galán ciertamente enamorado, pero medroso de la venganza del celoso Duque a quien interpreta con gran solvencia Fernando Escalona, también mayor que sus compañeros. Georgina Rábago, quien es ya más que un buen prospecto, hace una Julia muy convincente, al igual que Erika de la Rosa como Laura. Francisco Cardoso, buen galán como Carlos. Candil es incorporado con toda la chispa del ''gracioso'' por Manuel Sevilla, bien acompañado por Lorena Abrahamsohn como Porcia y Elisa Mass como Lucrecia. Jorge Marín en el pequeño papel de Leonelo no desentona de este conjunto del que la sapiencia del maestro logra sacar lo mejor de sí mismo.