El trenecito y Silvia Pinal
Ampliar la imagen El garrotero, parte de la muestra El trenecito, del fotógrafo, que se inaugura hoy a las 19 horas en el Museo Nacional del Ferrocarril, en Puebla Foto: Rodrigo Moya
Para un fotógrafo de prensa es un reto cubrir la filmación de una película. El cine construye una representación de una época, de acontecimientos o personajes. El fotógrafo, a su vez, debe hacer su representación particular de la representación fílmica. Una especie de juego de espejos en que todo se mira distinto, pero tiene el mismo origen: una realidad que transcurre en forma de movimiento y propone tantas interpretaciones como espectadores tenga en el tiempo.
Cuando en la revista Sucesos me ordenaron en 1966 un reportaje sobre la filmación de La soldadera, me atuve a mis ideas de cómo "representar una representación": evitar el esquema tradicional de la "foto fija" de congelar escenas, gestos y movimientos; evitar la rigidez de la acción que pierde su calidad de movimiento cuando el fotógrafo pide a los actores que por favor repitan esta o aquella escena. Algo valioso, pero más cerca de la foto comercial o publicitaria que de la foto periodística, cuya finalidad no es contar lo que sucede en la película, sino contar cómo se hizo la película.
A mi juicio, o según mi emoción -ajena a las metas de la película-, las estrellas de La soldadera eran Silvia Pinal, quien representaba la vida de una mujer arrastrada por el huracán de la revolución mexicana, y el trenecito, que había fotografiado días antes y ahora aparecía como gran primer actor, representando uno de los cientos de ferrocarriles en que la revolución viajó de un campo de batalla a otro, de un bando a otro, llevando a cuestas la guerra y la muerte, pero también las revueltas utopías de un país épico.
Así, seguí las acciones de la filmación pegado a la cámara principal, mezclado con los iluminadores, subido a las grúas o a los propios vagones del trenecito primer actor. En algún momento me salí de mi esquema y le pedí a Silvia Pinal que posara para mí. Ella no sólo posó, sino que actuó, repitiendo una de las escenas más dramáticas del filme. Y cuando quedó sola frente a mi lente, las lágrimas reales de la escena anterior volvieron a rodar por sus mejillas, como si mi cámara fuera la cámara de cine, y yo no un simple fotógrafo de prensa, sino el espectador mismo frente a la pantalla cinematográfica.