Editorial
Editorial
En estreno de su condición jurídica de presidente electo, carácter impugnado por un amplio sector del electorado, el pasado domingo Felipe Calderón Hinojosa empezó a causar mengua al cargo al que aspira a llegar el próximo 1º de diciembre. En un discurso disociado e incoherente, lo mismo llamó al diálogo que achacó a sus adversarios ser la representación de un pasado "que amaga con atrapar al país en el odio y en el rencor", de "despreciar la ley" y de constituir el "México del caos".
En suma, así se refirió el panista a la que es, según las cifras oficiales, la segunda fuerza electoral del país. Tales lindezas, que expresan de manera inequívoca una mentalidad excluyente, intolerante y por demás inapropiada para el ejercicio de la jefatura de Estado, fueron respondidas ayer mismo, en la reunión de la Conferencia Nacional de Gobernadores, por los mandatarios emanados del PRD, quienes por voz de la titular del ejecutivo zacatecano, Amalia García, señalaron que las palabras del político michoacano son "inaceptables para quienes desean un México incluyente y plural".
En efecto, si para descalificar a quienes lo cuestionan en la arena política Calderón echa mano de tal truculencia verbal, incluso ahora, cuando aún permanece en el limbo institucional, cabe preguntarse por su actuación si es que logra adquirir los plenos poderes presidenciales. Su discurso en la Plaza de Toros México tiene, en este sentido, un carácter doblemente ominoso, porque proyecta a un individuo empeñado en confundir a sus adversarios con amenazas para México y al mismo tiempo a un hombre sin congruencia con sus propios dichos, quien luego de formular descalificaciones rotundas y caricaturescas pretende llamar al diálogo a los destinatarios de sus ataques.
El sentido común indica que tales piezas oratorias, lejos de atenuar las impugnaciones a Calderón y los señalamientos sobre la ilegitimidad de su triunfo, fortalecerán el movimiento ciudadano articulado en torno a Andrés Manuel López Obrador y la convención nacional democrática, cuya inauguración está prevista para el próximo sábado en el Zócalo capitalino, una vez terminado el desfile militar.
No puede dejar de señalarse, por cierto, que mientras los "caóticos", "violentos", "rencorosos" y "despreciadores de la ley" han sabido compaginar su lucha en espacio y tiempo con los requerimientos del desfile militar del 16 de septiembre, dando con ello prueba de voluntad concertadora y de vocación pacífica, el "pacífico" Calderón recrudece su violencia verbal de una forma que no armoniza con una banda presidencial y, por el contrario, se coloca en una línea de continuismo, así sea declarativo, de los excesos retóricos de Vicente Fox.
El señalado no ha sido, por desgracia, el único dislate del panista en las escasas horas transcurridas desde que fue ungido presidente electo por los magistrados electorales. Ayer, en una misiva a George W. Bush, Calderón ofreció el respaldo de México a la "guerra contra el terrorismo" encabezada por el estadunidense a raíz de los atentados de hace cinco años en Nueva York y Washington.
Calderón Hinojosa bien habría podido evocar a las víctimas del 11 de septiembre, pero en un afán precoz e inoportuno de quedar bien o por otras causas sumó su eventual gobierno a una cruzada criminal, colonialista y genocida que no goza, desde luego, de las simpatías mayoritarias en México, no sólo por su carácter inmoral e ilegal, sino porque nuestro país no tiene nada que hacer en un conflicto internacional complejo, turbio y ajeno.
No será con arranques verbales como los realizados por Felipe Calderón como se conseguirá allanar el camino a una toma de posesión que, en sí, es complicada e incierta. Tampoco podrá convertir su reciente triunfo jurídico en una victoria política. Por el contrario, con palabras y posiciones inoportunas, el michoacano contribuye a ahondar la crisis institucional en que el grupo gobernante al que pertenece ha colocado al país.