El codex Romanoff, su segunda comedia, se estrena en el teatro Ruiz de Alarcón
Estela Leñero explora la cocina para exaltar los placeres de la vida
La historia que protagonizan una monja y una novicia es cruzada por un libro con recetas de Da Vinci
La autora profundiza ''en el mundo del convento y lo contrasta con la selva exterior''
Ampliar la imagen Escena de la obra de Estela Leñero, dirigida por Lorena Maza, que hoy comienza funciones Foto: Jesús Villaseca
Una historia de aventuras, protagonizada por una monja y una novicia, cruzada por un libro de notas de cocina de Leonardo da Vinci, que convierte el relato en un placer del gusto, son los ingredientes de la comedia El codex Romanoff, de Estela Leñero.
La obra, dirigida por Lorena Maza, se estrena hoy a las 20 horas en el teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario (Insurgentes Sur 3000).
Escrita a principios de 2004, El codex Romanoff -Premio Nacional Víctor Hugo Rascón Banda- se adelantó a la controversia en torno del libro El código Da Vinci y a la película.
De acuerdo con Leñero, se trataba de contar una historia de aventuras en la que dos personajes traspasaran, en su gran recorrido, el ''espacio único" que la dramaturga ya había trabajado en sus obras.
Después de una serie de búsquedas infructuosas, en un giro final, consigue ''la historia dentro de la historia, como una reflexión sobre la ficción de cómo se inventan las historias".
Las tentaciones del mundo físico
Estela Leñero busca referirse ''al convento como una manera de contrastar un exterior y un interior, como un microcosmos.
''Creo que un convento reúne un mundo de restricciones, autoridades, reglas, donde los personajes las sufren, pero al mismo tiempo tienen, independientemente de eso, o por encima de eso, una búsqueda interior, en este caso de su vocación religiosa, y puede haber una identificación de por qué deseamos hacer las cosas y cuál es el sentido de estar aquí.
''Profundizar en ese tema y contrastarlo con el mundo exterior que es la selva, el viaje, el mar, realidades que los personajes se dan el gusto de transitar."
Para esto había llegado a manos de Leñero un libro de las notas de cocina de Da Vinci, editado en español en 1998.
La autora de Las máquinas de coser y Habitación en blanco ya tenía la idea de contar la historia de un libro, de cómo éste transita por el relato, tiene su recorrido, está ''de voz en voz, de boca en boca y de lugar en lugar".
Gracias al libro de Da Vinci, la búsqueda de las monjas parte del placer del gusto.
También ''crear este universo como metáfora de la realidad, y el placer del gusto como el placer de la cocina, como una metáfora del placer de la carne, del mundo físico y las tentaciones que suscita. Pero como algo que llena también el espíritu. El cuerpo y el alma en la religión siempre están separados, pero aquí traté de buscar cómo decir que están juntos. El alimento del cuerpo es el del alma".
Un toque de humor
-¿La comida siempre tiene un lugar preponderante en su obra?
-No. En lo que he escrito no había tenido tampoco una estructura anecdótica, sino más bien a partir de situaciones y de espacios muy concretos.
-¿Le gusta la cocina?
-No sé cocinar. Me puse a investigar como loca. Como se tenía la metáfora, dice uno, puedo tener el placer de la carne, vivir el placer de la sensación, de lo físico. En esta medida podía engarzarme con la idea de la cocina, que como experiencia no la tengo.
En El codex Romanoff los personajes, interpretados entre otros por Evangelina Sosa, Andrés Zuno, Erando González y Catarina Mesinas, experimentan el éxtasis al probar león marino o muslo de colimbo con nabo amasado.
Leñero gusta de agregar un toque de humor a sus obras. Esta es su segunda comedia y es la primera obra suya que dirige Lorena Maza. Ya trabajaban juntas en otra pieza, sin embargo, resultó que aquélla tenía ya financiamiento y teatro, sólo faltaba el director.
Cuando Maza leyó la obra le entusiasmaron dos cosas: ''Uno, que era una comedia, que siempre es gozoso hacer; y dos, el tema y todo lo que implica usar la cocina para transformar, provocar y exaltar finalmente los placeres de la vida. También porque tiene que ver con las mujeres".
El texto sugiere muchas cosas y Maza sólo las hizo explícitas. ''Sólo volví una naranja al revés. Los personajes hablan de Da Vinci, pues lo metí. Hablan de Sor Juana y la metí. También hice más explícita la sensualidad que provoca la comida".
Situada en el siglo XIX, la escenografía es una mezcla de ''convento, monasterio y el espacio que pinta Da Vinci en La última cena".