Los motivos del lobo
Hace medio siglo, un suceso de nota roja conmovió a la sociedad mexicana. Un hombre encerró a su familia por casi 20 años para que no se contaminara con ''el mal" del mundo exterior, y las implicaciones del hecho dieron lugar a una novela, La carcajada del gato de Luis Spota, un texto dramático, Los motivos del lobo de Sergio Magaña y una película, El castillo de la pureza de Arturo Ripstein con guión del director y José Emilio Pacheco, para el que había empezado a escribir Sergio, quien no pudo perdonar ser sustituido. Sustitución yo diría que muy afortunada porque en 1965 el dramaturgo escribió su obra, que se mantiene muy actual, igual de conmovedora. No vi el montaje de Juan José Gurrola en 1968 porque me negué a asistir a los espectáculos de la Olimpiada Cultural tras la masacre del 2 de octubre, pero en el segundo, de Blas Braidot en 1989, escribí para La Jornada: ''Los motivos del lobo es un largo camino hacia la pérdida de la inocencia, la destrucción de una utopía, la imposibilidad del limbo". Hoy lo confirmo, en momentos en que, en todo el mundo y entre nosotros el temor al ''otro", sea un árabe o un moreno para europeos y estadunidenses, sea un miembro del pasado plantón en Reforma para la ''gente bonita" de la ciudad de México. Existen dos versiones del texto de Magaña, el estrenado en 1968 y otro, publicado por la revista Tramoya en 1990, que muy posiblemente haya sido la utilizada por Braidot en su escenificación, todavía en vida del autor.
Carlos Corona ha hecho una síntesis de ambas para su montaje de la Compañía Nacional de Teatro en la que se advierte, sobre todo, la manera en que Magaña repensó su texto, añadiendo el deseo incestuoso de Libertad por su padre a los momentos incestuosos de los otros hermanos, la muerte de Azul y cambiando todo el final, con Lucero tomando el lugar del padre, lo que le arroja mayores sombras a la sombría historia, como si el temor a la libertad fuera más fuerte que el deseo de escapar del encierro, lo que añade una dimensión más a lo narrado. En su versión, el director elimina la fecha de la acción en el 15 de septiembre, con lo que se ahorra mucho del ruido exterior y compacta en mucho la acción, puliendo los diálogos que pueden ser repetitivos, sobre todo de lo que se ha visto en escena aunque conserva los términos usados por Libertad, muchas veces equivocados, sacados de los libros que son el único contacto con el mundo de los muchachos y que resultan patéticos en lugar de chistosos.
Siguiendo la idea general de Jorge Ballina, de ofrecer como escaparates las escenografías de las diversas obras, esta vez se encarga Morgana Ludlow de diseñar una escenografía muy acorde con lo que puede ser la pobre casa de Guolfe, eliminando el jardín aunque respeta el patio, con lo que la sensación de encierro es mucho mayor: no hay afuera más que las voces y los gritos de los vecinos. En este espacio, iluminado por Víctor Zapatero con la solvencia de siempre, el director mueve a sus personajes, añadiendo alguna acción significativa, como la tensión de los hijos ante la mesa tras el arrebato del padre, o haciendo que Eloísa beba de la botella de perfume, como las señoras antañonas, para poder conservar la fuerza y la calma, o la masturbación de Lucero ante la ventana al pensar en su amante. El trazo es excelente, por el uso de los espacios, por las acciones simultáneas que no se estorban unas a otras, por la dirección de actores y muestran a un director en plena madurez y dominio de sus medios.
La escenofonía de Rodolfo Sánchez Alvarado, el muy acertado vestuario de Cristina Sauza y la peluquería y maquillaje de Pilar Boliver completan este montaje en que, si cada personaje tiene su razón, los actores interpretan esto de muy buena manera. Emma Dib muestra una vez más su gran capacidad en sus matices como Eloísa Donoju. Mariana Giménez, vulgar y entrometida, pero justificada por su pasión y su horror a lo que ocurre, o cree que ocurre, en esa casa, es una Magdalena Valencia muy convincente. Enrique Singer es un Martín Guolfe que oscila entre la violencia, el arrepentimiento y la perplejidad que le producen las reacciones de su familia, sobre todo de su mujer. Los jóvenes del elenco también muestran una inteligente comprensión de sus personajes, Olivia Lagunas como Azul, Rocío Leal como Libertad, Martín Villarreal como Lucero y Adriana Segura como Fortaleza no desdicen de sus compañeros de elenco de mayor trayectoria y experiencia.