LOS DE ABAJO
Tijuana sí
Miles de personas , mujeres en su mayoría, recorren todos los días el camino de la explotación que, en estas tierras fronterizas, tiene tintes de esclavitud. En el parque industrial de Otay, uno de los dos más grandes de Tijuana, se observan filas de camiones que transportan a las trabajadoras enfundadas en sus desgastadas batas de labor; puestos de comida callejeros; grupos de hombres y mujeres, jóvenes en su mayoría, esperando su turno. No pueden darse el lujo de perder ni un minuto. Todas ellas, desde que se levantan y hasta que sus ojos se cierran de cansancio, acuden a trabajar en alguna de las más de 800 maquiladoras y talleres que las grandes empresas trasnacionales han construido aquí desde 1965, año en el que se puso en marcha en Programa de Industrialización Fronteriza.
Provenientes del interior del país, principalmente de Puebla, Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Michoacán e Hidalgo (se calcula que 80 por ciento es del exterior, mientras el resto es originaria de Tijuana o de ciudades vecinas), las trabajadoras enfrentan jornadas mínimas de 10 horas diarias, aunque en algunas maquiladoras, como en la multinacional Sony, los horarios son de 12 horas, con media hora para el almuerzo y media hora para la comida. Aquí no existen las jornadas constitucionales de ocho horas.
El salario promedio en estos centros de ignominia es de 750 pesos la semana, cantidad irrisoria para los gastos en una de las regiones más caras del país, donde las rentas mínimas son de mil 500 pesos, y a esto hay que agregarle transporte, alimentación, vestido, educación y salud para la familia.
Margarita vivió el desprecio y la explotación en cinco maquiladoras. Procedente de Puebla, donde trabajó en el campo y luego como empleada doméstica, se trasladó a Tijuana en busca del progreso. Con más de cinco años de trabajo arduo, cubriendo turnos en ocasiones hasta de 24 horas, fue testigo en carne propia, y por las experiencias de sus compañeras, de los bajos salarios, la falta de condiciones de higiene y seguridad, las inhumanas jornadas de trabajo, las humillaciones, la exposición a sustancias tóxicas sin ninguna seguridad y de las enfermedades que esto provoca; de los contratos ilegales de uno, dos o tres meses; de los exámenes de embarazo (también ilegales), de los castigos irracionales por llegar un minuto tarde y de una interminable lista de agravios cotidianos.
No han sido pocas las luchas protagonizadas aquí por la clase trabajadora. "Les dimos dos, tres buenos llegues", afirma Jaime Cota, luchador social, ex trabajador de la maquila y desde 1991 defensor y acompañante de los trabajadores en los proceso legales que enfrentan.
Hoy el movimiento organizado es más pequeño, pero no falta nunca un grupo de trabajadores que, cansados de tanto agravio, empiezan a conocer sus derechos, a organizarse y, lo más importante, a plantearse otra vida, una más digna. Para eso, y para que los acompañen en su proceso organizativo o en demandas laborales, pueden acudir al Centro de Información para Trabajadoras y Trabajadores ([email protected]).