Hambre, asaltos, accidentes, extorsiones policiacas, algunas pruebas que esperan a migrantes
México, duro "entrenamiento" para centroamericanos que sueñan con EU
Pedro, de origen hondureño, un ejemplo; sobrevivió cuatro noches en NL sólo comiendo pasto
Ampliar la imagen Capilla del municipio de Villadalma, Nuevo León, donde migrantes rinden culto al "Cristo que le late el corazón". Hermenegildo Cruz, propietario del lugar, ofrece hospedaje y alimentación gratuitos a los viajeros que intentan cruzar la frontera Foto: Alfredo Valadez
Ampliar la imagen Capilla del municipio de Villadalma, Nuevo León, donde migrantes rinden culto al "Cristo que le late el corazón". Hermenegildo Cruz, propietario del lugar, ofrece hospedaje y alimentación gratuitos a los viajeros que intentan cruzar la frontera Foto: Alfredo Valadez
Villaldama, NL, 22 de septiembre. Durante cuatro días y sus noches creyó que moriría en este páramo desconocido. Sin dinero ni alimentos, en un penoso deambular entre matorrales y yucas, Pedro se limitó a comer zacate solamente.
Ahora recuerda que cientos de kilómetros atrás, en Tabasco, con él venían en el tren más de tres mil centroamericanos, hombres, mujeres y niños. La mayoría fueron detenidos en Veracruz. Otros cayeron de las góndolas al quedarse dormidos o entumirse sus manos. Muy pocos llegaron tan lejos como él, pero todavía le falta mucho recorrido.
Igual que Pedro, antes de enfrentarse con los cazamigrantes, el desierto y la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos, los indocumentados pasan por un involuntario y duro "entrenamiento" en territorio mexicano.
Los peligros y pruebas que aquí enfrentan no son menos difíciles que los del otro lado. Deben abandonar las carreteras y eludir a la policía. En el desierto deben caminar sin brújula, guiados sólo por el instinto. Para no perderse, muchos siguen las vías del tren.
Concédenos señor, yo te pido/ llegar a los Estados Unidos /no dejes que regrese al infierno / que a mi país convierte el gobierno... Protégenos de los asaltantes / contrabandistas y otros maleantes / permítenos brincar el alambre / pues nuestros hijos se mueren de hambre. Este fragmento de la canción El santo de los mojados, de Los Tigres del Norte, bien retrata la situación de los migrantes.
Cuando llegan a este desolado lugar, Estación Potrero, municipio de Villaldama, encuentran una especie de santuario, pues desde hace más de 10 años hay una posada humilde, literalmente en medio de la nada. Aquí descansan los que llevan los pies lacerados, o que tienen varios días y noches sin comer ni dormir. Reciben techo, comida, y fe... los que son creyentes.
En una capillita maltrecha, llena de cuadros, santos, crucifijos, "milagros", "testimonios", se rinde culto desde 1970 al "Cristo que le late el corazón", una imagen en madera, elaborada hace más de 300 años, que ha despertado la curiosidad y el interés de la comunidad migrante.
La imagen tiene una "herida" en el pecho, que permite observar en la cavidad torácica un corazón que "late", gracias a la habilidad del artesano que lo hizo.
Pedro salió de Honduras hace ya casi tres meses. Dejó a su esposa y dos hijos, a sus padres y a sus muertos. Huésped temporal del "Cristo que le late el corazón", accedió a charlar con La Jornada sobre su periplo truncado desde que se internó en México.
"Al llegar a Cuatro Poblados ya sentía hambre porque no había comido nada: entonces encontré unas matas de pasto, las arranqué y a comer porque no aguantaba el hambre".
De fechas y días no tiene noción. "Entonces me vine caminando toda la noche hasta que amanecí en unos potreros y pregunté a unos muchachos que trabajaban en una tienda, dónde quedaba La Villa". En ese lugar un hombre le dio hospedaje y comida dos días.
"Ahí llegaron más paisanos, me sentía más alegre, porque iba yo con dos más que venían de allá, nos juntamos como ocho más y esperábamos que el tren pasara para agarrarlo y seguir adelante, pero no podíamos porque pasaba bien recio".
Descansamos -recuerda-, y nos fuimos caminando a un pueblito que se llama Las Pozas, donde una señora nos alimentó dos días más, "porque los pies llagados no los aguantábamos y no podíamos caminar".
"Ahí sí tomamos el tren porque se paró, y nos juntamos y seguimos adelante; en el tren hicimos cuatro días y cuatro noches, también ahí sin poder comer nada y sin dormir".
Cuando llegamos a un lugar que se llama Coatzacoalcos fuimos a la casa del migrante y nos dieron de comer, pero únicamente nos tuvieron un día, nos dijeron que nos fuéramos porque llegaban muchos y había que ayudarles también a los otros".
En Veracruz, al pasar el tren se acercaban personas "que le estaban dando de comer a uno. Ahí sí nos hizo falta barriga, porque ahí de una parte y de otra nos estaban dando... nos tiraban comida al tren, y bastante agua".
De Coatzacoalcos le seguimos para el Distrito Federal, toda una noche, pero topamos con un retén "y los agarraron a ellos, yo me escapé por unos cañales, como era de noche no me vieron, no me pudieron agarrar".
Después se encontró con otro indocumentado, de El Salvador, y juntos emprendieron el viaje al norte de México, de polizones en el tren. "No nos topamos a los guardias del tren, antes un buen guardia que estaba ahí en la estación nos dijo que tomáramos ese tren que venía para estos lados acá.
"Nos juntamos, el tren no traía carga. Nos echaron la mano, porque hay otros (guardias) que los arrojan, yo con la voluntad de Dios no tuve ningún problema. Mi aspiración sigue siendo llegar a Estados Unidos, pido a Dios que me ayude porque con ese propósito salí de mi hogar".
"En Centroamérica, dado su situación / tanto económica como políticamente / ya para muchos no hay otra solución / que abandonar su patria tal vez para siempre / el mexicano da dos pasos y aquí está / hoy lo echan y al siguiente día está de regreso / eso es un lujo que no me puedo dar / sin que me maten o me lleven preso" (fragmento de Tres veces mojado/Los Tigres del Norte).
A Pedro lo invade la nostalgia cuando recuerda a su esposa y sus hijos Antonio y Erica, de cinco y seis años de edad, respectivamente. Seca sus lágrimas. "No traigo ni un retrato de ellos, pero los traigo muy adentro de mi corazón, de mi alma. Eso es lo que duele, dejar la familia, es bien duro.
"Comer pasto no me hizo mal, gracias a Dios no me enfermé del estómago, más bien me dio fuerza, como quien estaba alimentándose bien. Es bien duro, en los trenes es tremendo... como en el primer tren que tomé yo, era bien grande, ahí veníamos como unas 3 mil personas, todos venían para Estados Unidos, lo tomamos en Tabasco, y casi a todos los agarraron, ahí fueron pocos los que se escaparon.
"En mi país lo que falta son fuentes de trabajo, para que la gente no decida venirse a estos lugares, porque fracasan en el camino. La policía mexicana nos persigue, nos agarra, el poco dinero que uno trae nos lo quitan. También en Guatemala me quitaron los de la policía, cuando tomábamos el camión para seguir adelante el mismo chofer hacía contacto con los de la policía, que llevaba bastantes indocumentados", refiere.
En la aduana de Guatemala, señala, "se paga un permiso de 20 lempiras (equivalentes a unos 110 pesos mexicanos) para cruzar el país. En México no hay permiso, hay que cruzar como indocumentado, como si ya estuviéramos en Estados Unidos. Yo salí de mi hogar con mil 700 lempiras (unos 3 mil 800 pesos mexicanos), que representan un mes de sueldo, (pero) en Guatemala nos robaron dos veces los ladrones y ya no teníamos ni para comprar un pan, y me robaron 400 pesos mexicanos, que los había cambiado en Aguascalientes, así se llama la frontera de Honduras".
Aquí, Pedro reunió fuerzas y dinero la primera semana de marzo, para continuar hacia Estados Unidos, con el apoyo del septuagenario Hermenegildo Cruz, propietario de la capilla donde se venera al "Cristo que le late el corazón", y quien se encarga de dar hospedaje y alimentación gratuitos a los pasajeros migrantes.
Hermenegildo Cruz indicó a La Jornada que los coyotes cobran a los migrantes mil 500 dólares por persona para cruzarlos al otro lado.
"Uno de ellos reconoció: 'Sí los estoy robando, porque mil 500 dólares es mucho, pero también debo hacer muchos pagos, tengo que darles a los traileros para que los lleven hasta el río Bravo, y ahí pagar a quien los pase, y estando del otro lado, debe ir un carro adelante y otro atrás donde van los migrantes, los dos carros con radio, para avisar dónde está la migra'".
Pero además refugio de Cruz la llegan migrantes mexicanos que ya fueron deportados de Estados Unidos, "los que llegan son los que vienen de regreso, pero a ellos les digo, si sufren es porque quieren, pónganse a barrer, a hacer algo y les va a sobrar comida.
Hermenegildo recuerda que "una vez se juntaron cinco centroamericanos, uno de cada nación, y yo, que soy mexicano, pues ya éramos seis: parecía reunión de las Naciones Unidas" en este páramo del norte de Nuevo León.