A reconstruir
Los mexicanos no querían una Presidencia disminuida y decadente, sino la inclusión en el presente-futuro y una reforma. El neoliberalismo como sistema económico concentrador y excluyente no sólo es injusto socialmente, sino segregacionista; por ello, lo que se esperaría de la política sería la lucha contra estas tendencias de afrenta y la generación de alternativas que fortalecieran a México como nación con destino propio. Enemigos externos e internos contra la idea de un país democrático, incluyente y justo, siempre han existido y han sido vencidos en más de una ocasión, conjuntando inteligencia, fuerza, estrategia y visión de reforma, no un vendaval sin rumbo, como diría Celio González en memorable bolero.
En estos 40 años las corrientes de izquierda socialista ampliaron su influencia no por la vía de la lucha del poder por el poder mismo, sino que se distinguieron por impulsar, fomentar y desarrollar la lucha social y las prácticas democráticas.
Para la izquierda, la ética del poder radica en el programa, no en las personas. Igualmente, la política y el discurso tenían un objetivo que no se restringía a conducir, sino a educar y convencer de que las transformaciones eran posibles y que lograrían vencer las resistencias autoritarias y represivas de un desarrollo excluyente.
El discurso político explicaba el mundo no para sembrar resentimiento, sino con la idea de que la justicia y las transformaciones no vendrían desde lo alto, pero sí del esfuerzo colectivo, siendo todos protagonistas y responsables de los cambios. La izquierda "no resolvería" el problema de la pobreza, por lo que luchar por la transformación y la libertad era tarea de todos.
El régimen priísta combatió desde el poder a todas las corrientes y movimientos que reclamaron cambios que fortalecían, educaban y hacían madurar a la sociedad mexicana. El desarrollo de una ciudadanía solidaria con conciencia de sus derechos civiles y sociales incorporó a sectores medios, intelectuales, profesionistas, para nutrir y dar contenido a cada demanda social por mejorar las condiciones de vida y trabajo.
Durante su hegemonía el régimen priísta devino doctrina profundamente anticomunista y chovinista, e hizo de la "unidad nacional" y del nacionalismo la justificación para convertir toda oposición y a todo luchador social y democrático en enemigo de la patria que merecía castigo.
En 1988 la izquierda da un salto gracias a la ruptura cardenista, que parece aún no asimilar, de la misma manera en que aún no asimila que en términos electorales el PRD y sus aliados fueron la fuerza electoral que más avanzó en las elecciones del 2 de julio pasado. No obstante, en 1988 la conducción dejó un avance en el proceso de unificación de la izquierda con una implantación y base social en todo el país.
Tras el régimen salinista que combatió al Partido de la Revolución Democrática (PRD) con intención de aniquilamiento -tergivérsese lo que se tergiverse con respecto a la posición de Cuauhtémoc Cárdenas de mantenerse firme y coherente frente al encono del salinismo-, hubo grandes avances, incluyendo la elección del jefe de Gobierno del Distrito Federal y el triunfo sobre el PRI en 1997.
El PRD ha sido, más que un partido, un proceso de transición de fuerzas políticas locales, regionales y nacionales, que ha avanzado paralelamente a la desintegración del viejo régimen, pero que no ha cumplido con la tarea fundamental de ser el receptáculo de personajes de otras formaciones y, sobre todo, de integrar la fuerza intelectual, política y social que reconstruya la perspectiva del país.
Estancado en el pragmatismo, el PRD renuncia a ser referente de perspectiva y futuro, pese a su avance electoral. Por eso en sus filas se mueven con holgura personajes identificados con el neoliberalismo que llegaron a despojar a la revolución democrática de su vocación alternativa al salinismo y el zedillismo. Debido a esta falla, el PRD crea enormes vacíos programáticos, políticos e ideológicos; empuja fuerte hacia la nada. Por ello, patrimonializando a la "izquierda" con la caracterización de lucha "contra la derecha" ha abierto posibilidades a personajes del viejo régimen priísta que ahora se han purificado como "progresistas", pues no hay disciplina intelectual ni ética democrática y por ello gritan desde el lopezobradorismo "¡traidores!" a todo aquello que signifique credibilidad y posibilidad de reconstrucción ante los errores y la contrainsurgencia.
Si los errores en la campaña electoral fueron muchos, los poselectorales han sido no sólo graves, sino suicidas. La actitud deicida y deificante (matar y construir dioses), hacer de la práctica política actitudes cortesanas, llevar la estrategia a favorecer la contradicción de posiciones e intereses que van a derivar en divisionismo y la ausencia de una estrategia clara para la reforma del Estado y la económica que el país necesita hacen retroceder y convierten el avance electoral en una golondrina que no hace verano.