La linterna mágica
El jurado del Premio Ulises escogió en su reunión de París, hace unos días, a los siete finalistas que deberán competir por los tres primeros lugares de este concurso universal de libros de relatos y reportajes periodísticos. Igual que el año anterior, para mí ha sido una experiencia única el poder confrontar textos variados, que muestran experiencias de las más distantes y contrastadas partes del globo, esta vez de Nepal a Colombia, de Israel a Eslovaquia, a Egipto, a China, a Uzbekistán.
Nepal, el pequeño reino de los montes Himalayas que tiene el mismo tamaño de Nicaragua, y que muy poco figura en la cartografía noticiosa, un país rural, pobre y desolado, con menos del 20 por ciento de la tierra arable y 26 millones de habitantes, 90 castas diferentes y 71 idiomas y dialectos, y una docena de religiones, budistas, animistas, mahometanos, hinduistas, tiene una historia que puede leerse como una tragedia shakesperiana en el libro Olviden a Katmandú: una elegía por la democracia, de la joven novelista y periodista nepalesa Manjushree Thapa. El rey Birenda y toda su familia asesinados a tiros en 2001 en los aposentos del palacio de Narayanhiti por el príncipe heredero Nipendra, que luego se suicida, lo que deja el trono libre a su tío Gyanendra, mientras una guerrilla maoísta compuesta por jóvenes, sobre todo mujeres, que no goza del respaldo de la vecina China, avanza hacia Katmandú, la capital conquistando el territorio.
Y al otro lado del mundo, un país en guerra perpetua, tal describe a Colombia la periodista Juanita León en su libro País de Plomo, un alucinante panorama de muerte y destrucción, de secuestros y asesinatos selectivos, panorama sobre el que reinan los poderosos barones de la droga, y reinan ejércitos de paramilitares reclutados por hacendados, y ejércitos guerrilleros, en disputa ambos por el control de los territorios de la cocaína, bajo el mando de capos no menos alucinantes, el jefe paramilitar Carlos Castaño, asesinado en secreto por su propio hermano, y el jefe guerrillero Manuel Marulanda, que tendría nombre de personaje de vallenato si no fuera por su terrible apodo de Tirofijo, el líder guerrillero más viejo del mundo. Una historia contada en diversos escenarios y diversos planos, para ofrecer un todo envolvente.
Linda Grant, una periodista inglesa que llega a Israel en 2003 en busca de escribir una novela y termina dándonos ese testimonio vívido que es La gente en la calle, ella misma una judía pero sin profesión de fe, un libro que se convierte en un diario de viaje y en un diario de guerra bajo el ojo de alguien que ve los acontecimientos como una vecina más de un barrio cualquiera de Tel Aviv, pero que por eso mismo carga un incuestionable sentimiento de verdad la dura historia cotidiana de un país siempre en estado de alarma.
Los gitanos, eternos errantes, extranjeros siempre, perseguidos y despreciados aun en la Europa moderna, vistos bajo el lente preciso del austriaco Kart-Markus Gauss, que recorre por dos años Eslovaquia en busca de sus viejos asentamientos y guetos para retratar sus penurias y sus vidas en Los come perros de Esvinia, gente pobre y marginada, al fin y al cabo, que desde su propia tragedia no deja de defender nunca su identidad milenaria, construidas a retazos a lo largo de la historia y por lo ancho del mundo.
Dos libros sobre China, La historia de ''Punto de Congelación", de Li Datong, que relata su propia lucha como periodista por hacer que su suplemento, que se llama Punto de Congelación, publicado en el Diario de la Juventud China de Pekín, un periódico con 3 millones de ejemplares, sobreviva frente a la censura mientras busca extraer de la vida cotidiana temas que por su misma carga de verdad se vuelven subversivos frente al omnipresente ojo oficial del big brother, que alienta el mercado pero no la libertad de prensa. El otro libro, Qué clase de Dios, de Zhou Qing, es una exploración minuciosa, y sorprendente, sobre los alimentos que se venden y consumen a diario en China, desde los restaurantes que sirven placentas humanas compradas en los hospitales con certificado de sanidad, y que tienen fama de infundir vigor masculino, a la contaminación masiva de los millones de toneladas de carnes, verduras y comidas enlatadas que se venden a diario, todo como un gran negocio inmoral cebado por la corrupción que crece a la misma velocidad que el número de grúas que señalan la construcción de nuevos rascacielos en Pekín y en Shangai.
Y por último, un hermoso libro de peregrino curioso que escribe como un poeta, Viaje al país del algodón, del escritor francés Erik Orsenna. El cultivo del algodón, tan viejo como las primeras civilizaciones en Egipto y América, es hoy, tal como Orsenna los describe y prueba en su bitácora, uno de los productos estrella de la globalización, alrededor del cual gira toda una cultura, y toda la economía, en diversas partes del mundo, desde el sur de los Estados Unidos a Uzbekistán, país este último donde, desde los tiempos de la vieja Unión Soviética, su cultivo ha recibido el terrible tributo de hacer secar un inmenso río, el Amu Darya, y poner en grave peligro al inmenso lago Aral, un desastre ecológico de magnitudes bíblicas. Plantíos, desmotadoras, hilanderías, telares, todo un complejo tramado que alimenta una de las industrias más voraces de hoy día, la del vestuario.
El mundo de estos comienzos del siglo XXI es un mundo de horrores y prodigios, pero también de esperanzas que se renuevan. Cualquiera de estos siete libros deja constancia suficiente de las perspectivas que estos tiempos nuevos, y en tantos sentidos viejos, abren a nuestros ojos, a manera de una incesante linterna mágica. Y cualquiera de ellos merece el Premio Ulises, que será otorgado en Berlín a finales de septiembre, cuando el jurado escoja allá a los ganadores.
Masatepe, septiembre 2006.
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