Lo que hoy necesitamos en México
Si de algo no existe duda es que hoy nuestro país está mal, bastante más mal de lo que estaba hace seis años y mucho más de lo que estaba doce años atrás, con una economía que ha sido vendida a pedazos a empresas extranjeras, con un crecimiento desproporcionado de la economía informal, como respuesta a la falta de empleos y del reducido crecimiento económico, con un índice educativo propio de los países más atrasados del planeta, invadidos por el crimen organizado y el tráfico de drogas y gobernados por individuos corruptos, ineptos, superfluos y cínicos, cuyo mejor ejemplo, mas no el único, es desde luego Vicente Fox y su parentela.
Esta realidad específica ha sido en parte construida por nosotros, por la mayoría del pueblo de México que con singular entusiasmo y escaso análisis votó por él, luego de una campaña mediática que nos vendió a un ranchero simpático y dicharachero que hablaba de tepocatas y de sacar al PRI de Los Pinos, que en su ignorancia e irresponsabilidad prometía resolver los problemas en quince minutos.
El error cometido fue inmenso, el tío no contaba con los atributos mínimos para gobernar un gran país con graves problemas como el nuestro. Los mexicanos no vimos ni quisimos ver sus limitaciones, su falta de carácter, su pobreza intelectual y sobre todo sus relaciones con algunos de los intereses más oscuros que operan en el país.
No hay duda de que el pueblo de México en su conjunto se equivocó. Son los riesgos de la democracia, seguramente dirán algunos; yo pienso de manera distinta y creo que más bien son los riesgos de la estupidez y del engaño.
Todo esto viene a cuento porque seis años después, con la nación hecha añicos, con un vacío de poder en su máxima expresión, con los escándalos de corrupción como parte del escenario cotidiano, y con los sistemas productivos en crisis, un amplio sector de la población continúa inmerso en un proceso que mezcla el entusiasmo y la frustración, la esperanza y el enojo, la democracia y la manipulación, la visión y el desconcierto, el patriotismo y la demagogia, la seriedad y la farsa, el orden y la violencia.
Desde luego me refiero a la llamada convención democrática, en la que, junto a personas respetables y queridas, aparecen criaturas deleznables, cuyos antecedentes e incongruencias nada bueno pueden augurar para el futuro de nuestro país. Lamento que la ceguera parezca ser allí la realidad dominante, con la razón puesta a un lado, por los personajes que la dirigen y por las incongruencias dominantes. ¿Qué acaso la situación actual no nos pide cordura y serenidad? ¿Qué podemos esperar del futuro, dirigido por quien se acoge a las leyes e instituciones para un proceso electoral, y luego las desconoce cuando pierde? Si esas instituciones son hoy corruptas, ¿acaso no lo fueron en el pasado y desde el inicio de la campaña electoral? ¿Cómo puede ser presidente de México alguien que no acepta a quien difiere de él? ¿Acaso es necesario destruir el país, para luego esperar que de sus cenizas surja otro mejor? ¿De veras es López Obrador el hombre que necesita el país para superar los problemas actuales? ¿Acaso no existen señales claras de que su gobierno no haría sino sustituir una corrupción por otra? ¿De verdad es posible creer que él representa a la democracia?
Hoy la izquierda mexicana tiene un gran reto, quizás el mayor que ha tenido en su historia, sacar al país de la enorme crisis social que lo tiene postrado. El camino no debe ser de violencia ni de destrucción sino de reflexión e inteligencia. Nunca antes las posibilidades de éxito fueron tantas.