Anapra, Ver., y Polanco, NY
Azules: así nos ven ahora a los del norte del país. Los resultados de la elección presidencial hacen pensar a algunos, entre ellos a dirigentes del PRD, que las entidades norteñas son irremisiblemente panistas, de derecha.
Algunas de sus razones son: el determinismo geográfico, que implica la vecindad con Estados Unidos, el mayor nivel de desarrollo económico comparado con el resto de la República; la fuerza de los grupos empresariales de la región, y hasta argumentos de tipo étnico, como un menor mestizaje.
Comencemos por lo geográfico. No por estar junto al Imperio se va a vivir y a pensar como en él. Anapra es una colonia popular de Ciudad Juárez que colinda con Sunland Park, Nuevo México. Muchos años ha vivido en la precariedad de todo tipo: de servicios públicos, de vivienda y de empleo. La mayoría de sus habitantes vienen de La Laguna, de Durango, de Veracruz. Aquí la cultura no se parece nada a la de Estados Unidos, es mucho más cercana a la de los habitantes de Chalco que a la de sus vecinos que viven a escasos metros. Por el contrario, basta darse una vuelta por las calles de Polanco, en el Distrito Federal, ver las tiendas, los restaurantes, el tipo de jóvenes que se pasean por ahí, para percatarse que a pesar de estar a mil kilómetros de la frontera más próxima con Estados Unidos, los polanqueños, como los de cualquier zona de clase media alta del país, son mucho más cercanos a los habitantes de Manhattan o Miami que de sus paisanos los anapreños. De nuevo, la clase social se impone; no es tanto la proximidad geográfica la que señala cómo habitar, trabajar y consumir sino la ubicación socioeconómica de las personas.
El que los estados del norte no voten por la izquierda debido a que tienen un mejor nivel de vida es un argumento lleno también de agujeros. Si bien hay mayor desarrollo económico, no pueden dejarse de lado los enormes problemas de pobreza de las ciudades fronterizas; la exclusión, presente de formas sutiles, hacia las y los trabajadores de las maquiladoras; la violencia intrafamiliar cada vez más extendida. Además, si en la medida en que la gente mejora su estatus socioeconómico se va hacia la derecha, ¿no sería un suicidio político de la izquierda buscar la mejoría de las condiciones de existencia si con ello cava su propia tumba? Y, finalmente, ¿cómo explicar que amplias capas de la población en países mucho más prósperos que el nuestro, como los de Europa mediterránea o inclusive los chilenos y los uruguayos, voten a la izquierda?
Lo del bajo mestizaje es un argumento tan peregrino que apenas merece analizarse. Nada hay que sostenga que el color de la piel influye en el color político de las personas.
Lo que está detrás de estas concepciones antihistóricas es un rechazo al autocuestionamiento. Si se pontifica que todo en el norte del país lo predetermina hacia la derecha, no hay necesidad de revisar la forma como la izquierda ha trabajado en esta región.
Si bien la izquierda no ganó en el norte, la votación por AMLO dio un salto cualitativo y cuantitativo con respecto al histórico de los partidos de la coalición. En Chihuahua, por ejemplo, triplicó la de hace tres años y duplicó la mejor votación del PRD. Por otro lado, desahuciar políticamente a los norteños es la vía de la comodidad para que la izquierda no haga un profundo análisis de sus métodos y sus prácticas en esta región del país. ¿Por qué tienen que funcionar aquí los estilos que funcionan para el centro y para el sur? ¿Por qué no se ha dejado de considerar al norte y a la provincia en general como zonas subdesarrolladas políticamente a las que hay que tutelar desde el centro? ¿Cuáles son los desafíos que la izquierda no ha enfrentado para convencer a una población con mayor nivel de escolaridad, con tradiciones menos comunitarias, con fuertes sentimientos anticentralistas?
Aunque el voto panista predominó en el norte, no puede olvidarse la multitud de luchas libertarias de esta región: el combate contra el feminicidio, la defensa de los derechos humanos ante los abusos policiacos, las batallas de los campesinos y los productores medios, la vitalidad cultural de las fronteras. ¿Por qué todo esto no ha tenido una expresión electoral mayoritaria hacia la izquierda? Responder en profundidad a todas estas cuestiones; tener la creatividad y la valentía para diferenciar nuestra práctica conforme a las diferencias regionales, he ahí un gran desafío para la izquierda mexicana y, sobre todo, la norteña.