José Emilio Pacheco, en el homenaje póstumo al escritor en El Colegio Nacional
Elizondo no se propuso diagnosticar la barbarie, sino convertir en lenguaje sus experiencias
Ampliar la imagen Juan Ramón de la Fuente, rector de la UNAM; Paulina Lavista, viuda de Salvador Elizondo, Ramón Xirau y, en primer plano, José Emilio Pacheco, la noche del jueves, durante el homenaje que recibió el autor de Farabeuf, en El Colegio Nacional Foto: José Carlo González
Salvador Elizondo fue ''un escritor original y distinto a todos los de su generación". Su obra maestra, la novela Farabeuf, es ''tan estremecedora, que a 40 años de su publicación aún no hemos terminado de asimilarla".
Por eso, por sus múltiples talentos y por su radical fidelidad a sí mismo, aun fallecido Elizondo sigue presente entre sus admiradores y ''su obra permanecerá por mucho tiempo".
Las ideas, los elogios anteriores, fueron vertidos por José Emilio Pacheco durante su participación en el homenaje póstumo que se rindió a Elizondo el jueves en El Colegio Nacional, institución de la que fue miembro.
Luego de las palabras de Ramón Xirau, presidente en turno del Colegio, y de Juan Ramón de la Fuente, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Pacheco leyó su discurso de homenaje al polígrafo, pintor y cineasta, miembro de la llamada Generación de medio siglo, que produjo sus primeras obras en los años 60 del siglo XX.
''En él encarna como en pocos -reconoció Pacheco- el espíritu de los nuevos tiempos que están a punto de comenzar, algo que por supuesto no podíamos saber en ese momento."
El poeta, autor de la columna Inventario, trazó aspectos del panorama social, político y cultural en el que emerge y se desarrolla la generación de Elizondo, entre la que destaca un grupo con el que compartió experiencias y aprendizajes en Francia: Juan Vicente Melo, Gabriel Zaid, Julieta Campos, Enrique González Pedrero, Margo Glantz y Francisco López Cámara.
A su regreso, ''nos traerán muchas cosas, entre ellas el nuevo cine, la nueva novela, el nuevo teatro, la nueva pintura, la nueva política".
Hombre de muchos talentos y vocaciones
Cuando Pacheco lo conoce, Salvador Elizondo ''es como otros jóvenes privilegiados" de ese tiempo: tiene muchos talentos y vocaciones, habla de autores extranjeros a los que ha leído en sus lenguas originales; ha escrito cuentos, ensayos, poemas; ha estudiado pintura en La Esmeralda y en San Carlos; y quiere hacer cine, aunque ''no quiere aprovecharse del dinero ni de la posición de su padre" que es productor cinematográfico. Además, ''vive en Coyoacán y no en colonias de clase media o menos que media" y posee objetos ''inalcanzables para mí, como un automóvil deportivo o una pluma fuente Mont Blanc".
En 1961 Elizondo colabora en la revista Nuevo Cine, ''en la que publica el ensayo más comentado de su momento sobre la moral sexual en el cine mexicano". En 1962, año de Aura y de La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, ''su amigo de juventud", publica con José de la Colina, Jomi García Ascot, Juan García Ponce, Emilio García Riera, Alvaro Mutis y Jorge Ibargüengoitia la revista que ''agresivamente" se llama S.Nob.
Al respecto, sostuvo José Emilio Pacheco: ''No podría decir dónde empezaron los (años) 60 mexicanos, pero no me cabe duda de que S.Nob es uno de los lugares de su origen.
''Era el momento de la Casa del Lago, del cineclub del IFAL, de la Librería Francesa, de la Librería Británica, de (el suplemento) La cultura en México, del magisterio a distancia de Octavio Paz, de El corno emplumado, Cuadernos del viento y tantas otras revistas".
Fueron los tiempos en que se fundaron la editoriales Era y Joaquín Mortiz; la época ''del nuevo periodismo de Elena Poniatowska, Jorge Ibargüengoitia, Carlos Monsiváis, Gabriel Zaid, la nueva música".
Fueron los días en que ''surgió el breve imperio de la juventud y el talento, que duró menos de seis años y encontró su final trágico en Tlatelolco (1968)".
Pero antes de ese fin, lo inesperado: Farabeauf o la crónica de un instante, ''un libro tan estremecedor que creo que en 40 años no hemos terminado de asimilarlo".
Al terminar la década, Elizondo escribió otros cuatro libros y ''era el único novelista posterior a Carlos Fuentes traducido en Francia, Estados Unidos, Italia y Alemania".
Si antes de Farabeauf ''Elizondo parecía condenado a ser uno de esos jóvenes mexicanos que surgen en cada generación, que tienen tantos talentos que finalmente no hacen nada. En ese libro encontró su camino, se sirvió de todo lo que antes había intentado, y el resultado fue asombroso".
Fidelidad que impone respeto
En un medio cultural como el mexicano, prosiguió Pacheco, ''tan dado a pastorear al artista, a indicarle lo que le conviene hacer y lo que está prohibido, nadie le dijo a Elizondo que en vez de escribir sobre la tortura en China debía hacerlo sobre la miseria mexicana; nadie levantó contra él los previsibles cargos de elitismo, cosmopolitismo y señoritismo.
''El triunfo póstumo de Salvador en ese sentido me parece un editorial de Granma, el órgano oficial del Partido Comunista Cubano, que hace un gran elogio en el momento de su muerte."
Posiblemente este fenómeno ejemplar ''se debe a que una fidelidad a sí mismo tan radical como la de Elizondo, no puede menos que imponer respeto. Elizondo no se propone diagnosticar los malestares de la civilización ni la omnipotencia de la barbarie, sólo quiere escribir, convertir en lenguaje su experiencia del mundo y sus imaginaciones del trasmundo".
El homenaje a Salvador Elizondo concluyó con la proyección de un documental sobre su vida y obra, dirigido por su viuda, la fotógrafa Paulina Lavista, y con la develación de un retrato del escritor.