Juan Pablo Rulfo en Biarritz
Hay algo en Biarritz que sopla un aire de nostalgia. Aunque nunca se haya puesto un pie en esta urbe, la añoranza flota y desata evocaciones de ayeres imaginarios, como si se hubiesen caminado sus calles en vidas anteriores. Tal vez el palacio construido por Napoleón III a María Eugenia de Montijo, los escasos nuevos edificios que se funden en la vieja arquitectura, tan típica, de la ciudad, los buques que ya no llegan con sus viajeros venidos de América del Sur a pasar aquí la temporada, todo se va cincelando, en una perfecta orfebrería, para provocar ese sentimiento tan vivo de las cosas terminadas y, por lo mismo, inmutables.
Creado hace casi 30 años, una idea de Guy Braucourt (hoy encargado de la selección cinematográfica), el festival (antes de Iberoamérica) se reconoce apenas 15 años bajo su nombre actual de Festival de Biarritz de América Latina.
Me tocó asistir a sus primeros años, cuando nadie estaba seguro de su supervivencia. El año de su creación, el escritor invitado fue Jorge Luis Borges: un ciego en un festival de cine, ¿por qué no? Era la originalidad de este encuentro de películas violentas, crueles, mestizas, disparates. Una ciudad en apariencia tan serena, paseísta, se transformó en el escenario de un cine delirante, pero no insensato. A pesar de los más diversos tropiezos y controversias, el festival subsistió y sigue creciendo con excelente salud.
Gracias a estos contrastes, entre la ciudad y los filmes seleccionados, las películas que se presentan adquieren un espesor y una dimensión que sólo les podía dar esta doble distancia de los kilómetros y la nostalgia viva.
No podía haberse escogido mejor película que En el hoyo, de Juan Carlos Rulfo, para inaugurar la versión 15 de ese festival.
El público salió de la sala de cine sacudido, estupefacto, buscando qué pensar: algo nuevo había pasado frente a sus ojos, una violencia distinta. ''Más fuerte, más negro que Zolá", ''me mareé", ''es la desesperanza absoluta", ''es la realidad, la cruel realidad actual de los obreros en un mundo que se pretende moderno". Las frases, más bien las exclamaciones, se murmuraban con el asombro y la perplejidad que sólo provoca lo no oído, lo no visto, lo verdaderamente nuevo: eso que no puede juzgarse con las idéees reçues tan bien antologadas por Bouvard y Pécuchet.
Juan Carlos Rulfo sabe escuchar, sabe mirar, sabe oler y saborear. Pero a estos dones, el director cinematográfico agrega los de saber hacer oír palabras, hacer ver imágenes, hacer oler, saborear. Sin pretensiones seudofilosóficas, vanas búsquedas posmodernistas, ni diálogos ideados en una torre de marfil, el cineasta recrea, con escasas palabras, la presencia de las sombras y logra transmitir el sentimiento de vértigo que provoca el abismo que se abre arriba y abajo. Imágenes crudas.
En el hoyo se limita, y esa es su grandeza, a mostrar presencias. No hay explicaciones. Descubre lo oculto, revela lo invisible, lo que se quisiera invisible. Presencias que, por ser invisibles, son aún más reales.
En el hoyo es la filmación, sin adornos ni hipocresía, pero también sin exageraciones ni falsa compasión, de la vida diaria de esos trabajadores sin esperanza, sin fe, sin miedos. Es el vértigo de las alturas, el que se siente contra el abismo de los cielos. Al fondo de una excavación, ensordecidos por el ruidazal de los taladros, canturreando canciones del desamor, caídos en un precipicio que se dilata y agiganta sin topar con límites, o trepados entre las vigas y las varillas que formarán las columnas que sostendrán el puente más largo del mundo, flotando entre andamios precarios, con el infinito de la caída a sus pies y a sus cráneos, volando como pájaros sin alas, estos hombres ríen, se ríen de ellos, ríen de sus espantos. ''¿Miedo? Miedo de no comer el sábado". ''A todo se acostumbra uno, menos a trabajar."
Juan Carlos Rulfo, largamente ovacionado, ha creado más que un documental, algo distinto a una película, ha creado un documento. En el hoyo es eso: un documento de la historia real, y por invisible más real, de los obreros mexicanos en este amanecer del siglo XXI.